A la desesperada

'Expresión aplicada a las acciones que se realizan sin esperar ya nada de ellas, realmente'. Diccionario de María Moliner.

Nos tendría sin cuidado el candidato Santos, si ante la derrota inminente resolviera obrar a la desesperada. No hay candidato que no tiente la suerte en un último supremo esfuerzo por encontrar una puerta de salvación, que es como se definen esta clase de acciones irracionales. El problema no es el candidato que se sabe perdido. El problema es el presidente-candidato y el daño que puede causar en esa forma de escape de la realidad.

Santos está notificado de que el pueblo colombiano no cree en la patraña de La Habana. Sabe que no soporta que se le hable de impunidad por delitos atroces. Sabe que le horroriza la idea de traer al Congreso los salvajes que se inventó de contertulios. Sabe que no aceptaría jamás el intento de entregarles el territorio, término tan preciado por Sergio Jaramillo, su inspirador, su mentor, su guía. Y sabiéndose perdido en toda la línea, Santos trama y empieza a ejecutar operaciones a la desesperada.

De fuentes fidedignas sabemos que Santos planea llevarse para Cuba cuatro generales activos, tres por cada una de las fuerzas y el cuarto de la Policía. Necesita un acto así de espectacular, para validar algunas de las locuras con que aspira a pasar a la Historia.

Los generales en activo sustituirían al general Mora, a quien no ha podido sacarle el beneplácito para reducir el tamaño de las Fuerzas Militares, para anunciar que las saca de las Zonas de Reserva Campesinas y de las que están dominadas por el narcotráfico, vale decir que por las Farc. Tampoco le sacó una palabra para poner el Ejército en plan de igualdad con los terroristas que combate.

Pero los activos son otra cosa. Porque como tales tienen la obligación de la obediencia, sea cual fuere el acto que se les imponga. De modo que serán más colaboradores o se van del servicio. Por eso se estudian ahora cuidadosamente sus nombres, para garantizar su conformidad a cualquier locura.

Por ejemplo, para que acepten la creación del Ministerio de Seguridad, que vendrá dotado de la Unidad de Reinsertados, integrada por los guerrilleros que se desmovilizan como tales, para pasar a esa Unidad con sus armas en la mano. Así se resuelven varios problemas de una vez, como el del castigo, el de la entrega del territorio y el de las armas. Y con el visto bueno de las Fuerzas Militares, no hay para qué proponer objeciones ni sembrar dudas. Si es lo que quieren los propios combatientes, es porque lo quiere la Nación, toda entera.

Me dirá el lector que no es posible que pase por la mente de Santos semejante locura. Pues sí. Cabe en la mente de J. J. Rendón, al que Colombia le importa una higa y no mira más horizonte que el de las elecciones que llegan con fúnebres presagios. Y Santos acepta cualquier cosa que le dé por lo menos la esperanza de renacer en las encuestas y de que su reelección cobre alguna probabilidad de éxito. Cualquier cosa, hasta la que contamos y manejan con poco cuidado los desesperados asesores palaciegos.

El presidente Santos sabe que está perdido. Las encuestas son demoledoras. Pero además de las que se publican, tiene una que confirma todos los días.

Un Presidente silbado frenéticamente por los cafeteros en Chinchiná; abucheado tan ardorosamente en Cali, que no puede exponerse a un acto público en esa ciudad; rechazado tan abrumadoramente en el Pacífico, que celebra la Cumbre en el Atlántico; despreciado en Barranquilla de tal modo que inaugura su campaña amparado en la popularidad de Serrucho; detestado a tal punto en Tunja que llena la Plaza, pero de policías; y enfrentado en Envigado por jóvenes que deben ser contenidos a la fuerza, no tiene futuro. Y por eso se lo inventa, al borde del último aliento, con actos a la desesperada, como los que aquí consignamos y que no estamos inventando.

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