¿A quién creerle?

Este que estamos sufriendo es el gobierno de los ofrecimientos y promesas incumplidas, distante y ensimismado, en un diálogo interminable con los alzados en armas, que ya le midieron el pulso y lo vienen entreteniendo con propuestas, contrapropuestas, planteando nuevos y viejos temas que creíamos superados y no estaban en la agenda, pero se quieren revivir para distraer a los ingenuos negociadores gubernamentales, mientras se ganan espacios en el ambiente internacional e invaden por la fuerza de las armas, territorios desatendidos por un Estado pusilánime, gracias al desaliento presidencial por ejercer la autoridad.

De una parte la guerrilla, mientras habla de paz, volvió a recrudecer los ataques aleves a: la Fuerza Pública, la infraestructura, la población civil, al oleoducto, los transportadores y los viandantes, sin respeto por el derecho humanitario, llevando a cabo actos de barbarie que no conmueven al común de las gentes, porque se acostumbró a ellos, por su frecuencia, el temor que les produce, la seguridad de que no tienen respaldo de las autoridades, por el silencio cómplice de algunos medios de comunicación adormecidos con la valiosa pauta publicitaria.

La postura bonachona de los voceros de las Farc contrasta entonces con sus ejecutorias, porque mientras piden libertad y democracia, imponen a sangre y fuego la tolerancia de sus desafueros y tesis revolucionarias, torpedean la expresión democrática de los partidos y movimientos políticos e interfieren mediante amenazas y agresiones las jornadas electorales.

Al menos en su discurso, publicaciones y su actuar permanente son consistentes con la idea expresada muchas veces de que su propósito es dominar completamente el Estado con la ayuda de los que llaman “idiotas útiles”, de las mentiras que por instrucción de su inspirador Lenín repiten hasta convertirlas en verdades y de la indiferencia de quienes no les importa su propio futuro, en la creencia de que nada perderán.

De otro lado un presidente que nos promete la paz, pero se asesora de los enemigos del Estado y amigos de los contradictores, poniendo todas sus esperanzas en la aviesa asesoría de quienes cree “sus nuevos mejores amigos”, que en principio negó las negociaciones hasta que fue descubierto, que ha señalado plazos para terminarlas, que se incumplen y amplían a capricho; que afirma que no habrá impunidad, mientras que para el Fiscal General las penas se podrán canjear por buenas intenciones, pero sin entrega de armas.

En fin, un gobierno mentiroso que ha perdido la confianza del pueblo, que lo ha visto ofrecer e incumplir en todos los ámbitos, tales como en la rebaja de los insumos agrícolas, auxilios a los damnificados de las inundaciones del Bajo Magdalena, la reubicación de Gramalote, el millón de viviendas gratis, que no han pasado de 110 mil, en su afirmación de no subir impuestos, de rebajar el 4 por mil en las transacciones bancarias, la frustración de las “autopistas de la prosperidad”; las cuatro locomotoras que anunció con bombos y platillos y que nunca arrancaron, la reparación a las víctimas, la seguridad que de cuando en cuando anuncia tímidamente, son ejemplos que fundamentan la falta de credibilidad que se ha ganado Juan Manuel Santos.

Y para colmo de colmos el tratamiento desleal y desagradecido que le proporcionó a su abogado en el Ecuador Fernando Balda ante el juez de Sucumbíos por la operación en la que se dio muerte a “Raúl Reyes” a quien la Policía ecuatoriana secuestró en Bogotá para someterlo a las arbitrariedades del presidente Correa y su justicia amañada, situación que evitó el oportuno procedimiento de la Policía colombiana, pero días después, propició el gobierno de Juan Manuel Santos, en un aparente procedimiento legal de deportación mediante violaciones al Derecho Internacional y a las costumbres diplomáticas de Colombia.

Entonces… ¿a quién creerle?.

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