A Santos le fue bien

Sorprenden los resultados de las encuestas IPSOS-NF y Datexco de fines de noviembre. Se puede interpretar que al Gobierno le va mal porque los índices de su desaprobación son muy altos quedándole todavía 20 meses por delante. Sin embargo, esa caída a la aprobación que se le da al Gobierno ha sido leve si se tiene en cuenta la acumulación de situaciones que la opinión pública castiga y por las cuales el Gobierno ha podido caer entre 10 y 12 puntos más.

 

La pérdida de favorabilidad del presidente Santos ha sido constante desde noviembre de 2010, excepción hecha del efecto del anuncio de los diálogos de paz en la de septiembre pasado. Desde su punto más alto (noviembre de 2010), en dos años ha perdido casi 30 puntos; un promedio de entre tres y cuatro puntos porcentuales por trimestre de medición.

 

Si bien esa no es la tendencia que se espera en los primeros dos años de cualquier gobierno sino más bien la típica del desgaste de los segundos dos, la variación de los últimos seis meses ha sido consecuente con la tendencia pero no con la realidad de lo que ha tenido que enfrentar, mucho menos con la forma como el gobierno ha resuelto cada una de esas situaciones.

 

Veamos: desde el fiasco de la reforma a la justicia, pasando por el triste espectáculo del Cauca, una inseguridad desbordada  con atentados de las Farc que cobraron la vida de niños inocentes, un derrochador show mediático innecesario en Oslo, algo más de cuarenta días de paro judicial, el affaire de Interbolsa y el fallo de La Haya, conforman todos una lista corta pero sustanciosa de hechos recientes que llevarían a pensar que el desplome ha debido ser mayor.

 

Los áulicos de Palacio le atribuirán el descalabro al fallo de La Haya y dirán que eso no es responsabilidad exclusiva del actual gobierno. Falso. No es el fallo lo que castigan las encuestas. Es la falta de posiciones contundentes y creíbles. La demora en la toma de decisiones y la incapacidad para comunicarlas adecuadamente son más relevantes para las encuestas que la decisión misma.

 

Hago caso omiso de la credibilidad, no por intrascendente sino porque en ésta el Gobierno sí se rajó completamente y con razón. Los “inamovibles” y el discurso de que a las Farc “hay que creerles” en relación con el secuestro, gravitan en la conciencia colectiva y le seguirán sabiendo a cacho al Gobierno porque además le demuestran que la opinión pública no es pendeja.

 

Pero también se lo demuestra a la mal llamada “gran prensa”. Pierde 10 puntos de confianza en un trimestre. Los empalagosos CMIs, Arismendis y Julitos pueden ver el efecto que sobre su credibilidad va cobrando la mermelada. Probablemente han contribuido a que la caída de Santos no sea lo estrepitosa que ha podido y debido ser.

 

Pero su propio costo demuestra que la opinión pública sí se da cuenta, cambia de dial o recurre a otras alternativas como las emisoras locales, los medios virtuales y las redes sociales. Equivocarse en eso es desconocer que recuperar un televidente o un oyente es mucho más difícil y demorado que perderlo.

 

A Santos le fue bien porque las circunstancias indican que le ha podido ir peor. Y por eso es que iniciativas como la del Cacerolazo del 5 de diciembre gozan hoy, más que nunca, de total legitimidad. Y los efectos en algunos casos apenas empiezan. La inversión se desaceleró con consecuencias obvias en el empleo. Hoy los comisionistas están despidiendo traders porque la bolsa no se mueve lo que se movía hace apenas 4 semanas.

 

Encuestas como las de ayer confirman que no es el uribismo sino la mayoría de la gente del común la que está decepcionada con el gobierno, la que siente desesperanza y que con su manifestación le pasa al Gobierno una cuenta de cobro de insatisfacción acumulada.

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