A través del teodolito

Las tres ramas del poder público son sustento y base de la estabilidad de una nación civilizada; por eso hay que defenderlas en todo momento. Si una de ellas es objeto de amenazas aleves e inmerecidas es obligación salir a defender la que es amenazada, si es que se quiere que la nación no se desquicie. Desde luego esta consideración se refiere al ejercicio normal, legal y constitucional de cada una de las ramas, es decir, que no se hayan desbordado en su ejercicio, caso en el cual moral y éticamente son válidas las acciones para tratar de que tomen el buen camino. Si no, ¿cómo  podrían justificarse históricamente los alzamientos en contra de autoridades abusivas y despóticas? La obligación de la rama ejecutiva, con los instrumentos de los cuales dispone, debe guardar el orden y la tranquilidad de los ciudadanos ya sea para defenderlos de enemigos internos o externos.

Por estos días hemos estado recordando la ofensa de la cual fue objeto la nación en una de las ramas del poder: la judicial. El conocido movimiento subversivo con afanes políticos que se movió bajo el nombre de M-19, resolvió atacar al Palacio de Justicia en cuyo seno se congregaba a deliberar y administrar lo más selecto de la inteligencia colombiana. No pretendían estos atacantes furibundos sino hacer que la Corte se reuniera bajo su amenaza, a juzgar al Presidente de la República. No les resultó tarea fácil, porque las fuerzas del orden estuvieron atentas a defender la institucionalidad con toda decisión. Los del M-19 fueron dispuestos a todo utilizando toda clase de violencia de la cual fueron capaces para obtener sus objetivos, los cuales afortunadamente para la nación no lograron; la mayor parte de los magistrados resultaron asesinados. La habilidad de los atacantes, particularmente de quienes los dirigieron, se concentró en su disposición a entregar su vida, pero a cobrar muy alto su sacrificio. La fuerza pública que se ocupó en defender esta rama del poder público lo hizo con eficiencia; dicen quienes han estudiado estos fenómenos en donde la violencia se apodera de los espíritus, que ésta, la violencia, una vez desatada no se puede dosificar. A nadie ni a priori ni a posteiori se le puede exigir que sea violento pero poquito. A eso tuvieron que enfrentarse los miembros de la fuerza pública que nos defendieron de la barbarie.

Con estas consideraciones es que no hemos podido entender cómo los actores y los no actores de este episodio sino miembros de la comunidad colombiana que hubiera sido herida indeleblemente si los bárbaros hubieran cumplido su cometido, han realizado manifestaciones de perdón que no tiene otro sentido que el de arrepentimiento de lo sucedido. Las autoridades del momento no podían tener otra alternativa. Los miembros de la fuerza pública ante un ataque como el que pretendieron los subversivos ¿han debido obrar para defendernos pero no en forma tan decidida como lo hicieron sino  a escala desproporcionada con la violencia que debían detener? No se puede ser violento de a poquitos. El que va a dar va a recibir, dice la sabiduría popular. Lamentar lo sucedido es diferente a pedir perdón.

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