Ad portas de la entrega

Prefiero insistir en mi escepticismo que subirme al bote de la euforia irracional de quienes piensan que la paz merece todo tipo de concesiones, dádivas y castraciones institucionales.

Pienso que la actitud del Gobierno santista y los congresistas que respaldan su falsa política de paz es grotesca porque rompe todos los límites. Han mentido a la Nación, ultrajado a la Oposición, aplastado a los críticos, desconocido a la opinión pública, enmermelado a políticos éticamente minusválidos, chantajeado y comprado a la gran prensa, invertido sumas multimillonarias en publicidad engañosa y manipulado la semántica.

El Gobierno intentó ocultar sus reales intenciones sembrando confusión al decir un día una cosa y tragándose sus palabras posteriormente: Sí habrá cárcel, sí habrá entrega de armas, no se negociará la Agenda Nacional, no se modificará la Constitución, no se tocará el estatus de las Fuerzas Militares, no habrá elegibilidad política para responsables de crímenes atroces, la guerrilla no recibirá trato de contraparte del Estado, no se concederán amplias zonas desmilitarizadas, se respetará la propiedad privada y un largo etcétera.

Cuando accedía a las exigencias de las Farc, informaba de sus patraseadas de a pocos, para que no doliera demasiado usando ardides y apelando a recursos dilatorios envueltos en una retórica fofa y grandilocuente.

La institucionalidad es una de las víctimas de este proceso entreguista: con la aprobación de poderes especiales al presidente Santos el Congreso de la República se hizo el harakiri, se le dio carácter constituyente a las Farc, se redujeron los ocho debates que requiere toda reforma a la Constitución a solo tres y sin que la corporación pueda modificar los proyectos presentados por un Ejecutivo engordado con plenos poderes. Ya habían caricaturizado el plebiscito reduciendo el umbral de un 50 a un minúsculo 13 por ciento.

Este Gobierno puso a la Fiscalía a hablar y a opinar en favor de la impunidad, acordó con las Farc crear una Jurisdicción Especial de Paz que suplanta el sistema judicial nacional en contravía de disposiciones taxativas de la Corte Penal Internacional, concede elegibilidad política a responsables de crímenes de lesa humanidad y de guerra. Igualó y puso por debajo de los jefes guerrilleros a los miembros de la Fuerza Pública que deberán comparecer ante sus verdugos para obtener iguales beneficios que los criminales de guerra.

Negó a la Oposición recursos financieros para la campaña por el NO en el plebiscito, la estigmatizó de enemiga de la paz y partidaria de la guerra. Chantajea diciendo que si no se aceptan los acuerdos vendrán 50 años más de guerra o cuando Santos, en días pasados, confesó tener información abundante de que las Farc están preparadas para una guerra urbana más demoledora que la rural. El argumento del miedo a defenderse, el recurso a crear pánico en vez de generar seguridad. Acogió el lenguaje de las guerrillas sobre las causas objetivas del conflicto y fue incapaz de defender la institucionalidad y la Constitución.

Posa de víctima, de incomprendido pero exige plegamiento incondicional a su política, sordo a la crítica ha caído en el juego de la distorsión semántica, por ejemplo, cuando afirmó que “cárcel no significa cárcel” o que las FF. MM. participarán del plebiscito sin hacer política.

En suma, a punta de información fragmentaria, calculada y pausada, el Gobierno Nacional está a un paso de la deshonra y la humillación. Ya ni se inmuta ni se sonroja porque carece de moral y de vergüenza, no le importa traspasar las fronteras de lo permisible, parece importarle un bledo la opinión pública, hace aprobar leyes inicuas y perniciosas que violan impúdicamente la Constitución y destruyen la institucionalidad prevalido de unas mayorías que piensan que el hecho de ser tales las autoriza a aprobar lo que les venga en gana.

Demasiado grave lo que está ocurriendo con la democracia en Colombia. Sin escrúpulos y sin anestesia nos metieron por la puerta delantera un Acuerdo al que se le da la venia firmando un cheque en blanco, pues se hace de antemano y sin que se conozca la totalidad de los acuerdos.

Sí, es una tragedia en la que lloraremos mientras el presidente se ríe de nosotros, aunque por otro micrófono invita a la reconciliación. Así pues, viviremos experiencias desestructurantes. Habrá aplausos de la comunidad internacional que ignora la magnitud del desastre, y como suele suceder, vendrán después, como con Venezuela, voces de arrepentimiento.

Santos se parece cada vez más a Chávez en su capacidad de mentir, tramar, distorsionar, confundir, engañar y trampear con sus atrevidos decretos que hace pasar por legítimos cuando constituyen un evidente golpe de estado. Santos se burla de la Oposición como Chávez y gastó miles de millones para financiar sus trapacerías como lo hizo el sátrapa, inunda con publicidad oficial todos los medios y pretende investirse de poderes “habilitantes” como Chávez.

Solo falta la venia final de la Corte Constitucional, en cuyas manos, como vaticiné a comienzos de este año, queda la suerte de Colombia. (Ver)

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