¿Adónde vamos a llegar?

Las palabras que lanza el Presidente en sus diarias apariciones están resultándonos algo confusas y, con mucha frecuencia, opuestas a la dura realidad que estamos viviendo.

Los colombianos seguimos cada día más perplejos. No sabemos hasta dónde va a llegar realmente el presidente Santos con su propuesta del referendo ¿Qué nos va a preguntar? ¿Qué vamos a responder si no sabemos nada? Espero que no nos proponga como única y visible alternativa elegir entre la paz y la guerra, a fin de dejar en la sombra los puntos cruciales de un acuerdo.

Las Farc, por lo pronto, rechazan el referendo. Es algo, desde su punto de vista, muy explicable. Un referendo empujaría a la gran mayoría de los colombianos a rechazar la impunidad, luego de cincuenta años de atrocidades. Para ‘Iván Márquez’ y demás dirigentes de la guerrilla hay un inamovible, realmente inamovible: quedar a salvo de sanciones penales una vez firmado el acuerdo. Es algo que llaman su seguridad jurídica.

Lo único que las Farc admiten por el momento es una asamblea constituyente. Claro, con fuerte participación suya a fin de conseguir cambios en la configuración del Estado, la abolición del presidencialismo, su presencia en los tres poderes y en los medios de comunicación, la reducción de las Fuerzas Militares, la elección popular del Procurador y del Fiscal e, incluso, micro-Estados suyos como serían las ZRC.

Pese a ello, ¿podría ser salvado el referendo? Así debe creerlo el presidente Santos. Al hablar de la delgada línea divisoria entre la paz y la justicia, da por hecho que una impunidad bien maquillada puede ser aceptada por las Farc. Y, al mismo tiempo, con el engañoso señuelo de la paz en vez de la guerra y con el apoyo de sus partidos en unas elecciones simultáneas, ve posible conseguir el voto de los ciudadanos.

Como sea, las palabras que lanza el Presidente en sus diarias apariciones escénicas están resultándonos algo confusas y, con mucha frecuencia, opuestas a la dura realidad que estamos viviendo. Cuando la televisión nos muestra carreteras bloqueadas, ciudades sitiadas, buses y camiones incendiados, campesinos enardecidos, furiosos cacerolazos en todas partes y hasta una Facatativá con toque de queda, las excusas y ofrecimientos del Primer Mandatario no están a la altura de la gravísima situación que atraviesa el país.

Por un lado, es evidente que las Farc han infiltrado el paro en las regiones donde tienen presencia con la activa y feroz participación de sus agentes, ataques a la Policía, bombas, bloqueos y amenazas a los transportadores. Pero la realidad es que la protesta campesina es perfectamente legítima. Si en Boyacá, mi propio departamento, donde las Farc no tienen presencia, los paperos se han lanzado a calles y carreteras es porque la situación que están viviendo es terrible, así como en todo el país la afrontan caficultores, cebolleros, lecheros; en fin, todo el agro.

Varios factores se han confabulado contra ellos para sumergirlos en una terrible penuria: el precio de los fertilizantes y demás insumos, peajes caros y, sobre todo, el absurdo precio que tiene entre nosotros la gasolina y demás carburantes. A ello se suma la realidad, hasta hace poco ignorada por el Gobierno mismo, de lo que ha significado la entrada en vigor de los diferentes tratados de libre comercio, aprobados en su momento con mucho entusiasmo, pero para los cuales nunca estuvimos preparados. En efecto, ahora la papa, la arveja, el café, la leche e, incluso, el arroz resultan más baratos importarlos que producirlos en nuestro país. Jamás nuestros campesinos habían visto llegar esta competencia. Uno se pregunta, ¿cómo es que ministros y demás altos funcionarios y tecnócratas no vislumbraron este desastre?

Como lo he dicho en otras ocasiones, la palabra presidencial y sus reconfortantes anuncios van por un lado y la dura realidad va por otro. De ahí la pregunta que uno escucha todos los días: ¿para dónde vamos? La verdad es que nadie lo sabe.

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