Al fiscal le gusta la pólvora

El fiscal General, Eduardo Montealegre, insiste en ser el objetivo de las cámaras y de los micrófonos. Sus devaneos con los medios no paran. Son numerosos los ruidos, por ejemplo, que le ha producido al proceso de negociación en La Habana, con sus propuestas y anuncios a destiempo, salidos de la agenda, los términos y los pactos de la mesa. Pero también se empeña en echarles sal a las heridas del Palacio de Justicia. Y tiene al senador Álvaro Uribede sparring.

Ahora condecora a Natalia Springer, su cuestionada contratista, sin que haya mérito alguno para un acto de semejante teatralidad y zalamería.

Al Fiscal le gusta la pirotecnia, sobre todo en diciembre. Le gustan las bengalas, con sus luces que encandilan y sus explosiones que distraen. Las lanza como buen fiestero de esquina decidido a llamar la atención del vecindario.

Se ha discutido y analizado bastante lo dañina que resulta para el país una justicia mediática y mediatizada. En especial si se trata de una de las máximas autoridades en investigación y política judicial.

Montealegre experimenta ciertos delirios de reyecito, de “ironman” con búnker y cohorte (fiscales y CTI).

Lo que contrasta es que su gestión, en términos de resultados concretos, de solidez penal para probar y castigar los grandes delitos y delincuentes del país dista mucho de la abundancia de palabrería y apariciones en primetime.

Además de lo lesivo que es su espectáculo de desafíos y sorpresas, para la institución que representa, son aun más notorios el descrédito y la pérdida de brillo para 
la majestad de la justicia 
colombiana.

Lo subrayaron dos analistas a este diario: si no hay confianza en la Fiscalía, si las actuaciones de Montealegre parecen sin límites, si rompen con la equidad y el deber de garantizar respeto a las demás instituciones, la sociedad y los mismos investigados, ¿entonces, qué servicio le presta Montealegre al país?

Estas calidades de polvorero de nuestro fiscal General contrastan muy marcadamente con personas y procesos a los que él mismo ha afectado con su imprudencia.

Al respetado y apreciado plenipotenciario Humberto de la Calle, por ejemplo, hay que sacarle las declaraciones con ganzúa. No obstante su verbo potente y lúcido, De la Calle no gasta siquiera en chispitas mariposa. Evita las luces fugaces de polémicas estériles. En cambio, Montealegre está lanzando todos los voladores.

El fiscal parece convencido de que no va a quemarse las manos jugando con tanta bengala. No hay semana en la que no salga embriagado por las figuraciones, como el borrachito de la cuadra, a prender el ambiente. Lo advirtió otro analista: lo del fiscal, sobregirado en declaraciones y contratos, “es un agravio a los contribuyentes”. Y, en esencia, a los constituyentes a los que le gusta tanto retar, desconcertar e incomodar.

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