Alucinados pidiendo realidad y la trampa que sigue

Hace 15 días escribí que quería creer que los resultados del plebiscito habían sido una oportunidad excepcional para Colombia y que era el momento para aprovecharla construyendo entre TODOS un acuerdo sensato y no indignante para el país, aceptando que había que hacer unos sacrificios pero sin que implicase premiar al delincuente, prostituir la Constitución y el ejercicio político, y montar justicias a la medida del criminal.

De verdad quería creer, pero pensé más con el corazón que con la razón y todo indica, aunque espero fervorosamente equivocarme, que no va a pasar nada porque la dupla perversa y pretenciosa del gobierno y la banda narcocriminal FARC va a salir con un chorro de babas, negando que la infausta manguala de 297 páginas sea modificada, porque ellos son perfectos, son ciudadanos de primera categoría y de inteligencia superior a quien, un pueblo ignorante de tercera, no les concedió el permiso de hacer lo que se les dé la gana.

Si quedaba alguna duda de la exigua entereza del negociador del gobierno al no renunciar irrevocablemente a su puesto luego de repetir que el acuerdo era tan bueno que no se podía cambiar, cuando dijo hace días que las observaciones que la oposición hizo durante años son solo “malinterpretaciones”, queda claro que su pasado ideológico no fue solo fiebre de juventud.

No hay que ser un genio para saber que las promesas de la dupla siniestra de oír a la oposición son tan inútiles como esperar que escuche alguien que solo tiene oídos para oírse a sí mismo, a las consignas de quienes marchan “gratis” exigiendo “acuerdo ya”, o las conclusiones de organizaciones patrocinadas por el gobierno suizo, que es neutral para lo que le conviene.

La disculpa, que no alcanza ni a semiargumento así se pare en el ego del presidente que pagó por una medallita noruega con petróleo y contratos, según la cual nada tiene que cambiarse porque solo considerarán lo que sea “viable” y no sea “irreal”, es un vulgar insulto a la democracia. Qué vergüenza que unos prepotentes que desprecian la democracia y la voluntad del pueblo en las elecciones, se atrevan a exigir viabilidad y realismo si su comportamiento es lo más cercano al del psicótico, que a además de los delirios y las alucinaciones, desmiente y procura sustituir la realidad.

Ahora les parece a estos alucinados que lo que durante años consistentemente decían las encuestas que los colombianos no aceptaban, la impunidad y la elegibilidad política de criminales de lesa humanidad, eso no existe, es irreal. Están enfermos y quieren enfermar al país. Construyeron un castillo de falsedad de 297 pisos con ladrillos de negación, y ahora desde sus torretas de ego dicen que lo que los colombianos quieren es inviable e irreal. Qué vergüenza y además nos creen tontos.

Preparémonos para la segunda trampa, ahora reforzada por “todas las formas de lucha”, pues por soberbios no les salió la primera.

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