Amenazas reales

Desde el inicio de las conversaciones en La Habana, el ex presidente Uribe Vélez y los líderes del Centro Democrático advirtieron al Gobierno sobre los peligros de pactar la impunidad para los responsables de crímenes de lesa humanidad, así como su participación en política sin antes haber pagado por sus delitos. Igualmente, se opusieron con coraje, en lucha desigual con la aplanadora integrada por todos los partidos afectos al sátrapa de turno, a todos los beneficios que se entregaban al terrorismo para seguir financiándose con el narcotráfico.

Pudieron más la soberbia del tirano, ávido de recibir el Nobel de Paz, el afán de los narco-terroristas de continuar salvaguardando su ilícito negocio y la concupiscencia de periodistas y políticos “enmermelados”, frente a las patrióticas observaciones de la oposición. Con el aplauso de muchos engañados con el señuelo de la “paz”, se firmó el peor acuerdo que podía haberse imaginado.

Había que someter lo acordado a la ratificación popular mediante plebiscito. La soberana voluntad del pueblo rechazó el acuerdo, lo que equivale, en Derecho, a que el acuerdo de La Habana, nunca existió.

Pero, pasar por encima del Estado de Derecho tampoco era óbice para el tirano. Sus serviles cómplices en el Congreso, mediante una simple proposición, resolvieron que ellos podían suplantar la voluntad del pueblo y otorgaron la “refrendación popular“, requisito sine qua non para que el acuerdo naciera a la vida jurídica. Se las ingenió el tirano (quién sabe con qué clase de halagos o canonjías) para que la Corte Constitucional validara semejante adefesio, que rompía en mil pedazos la Constitución. Eso significó agregarle a la Carta más de 300 páginas de basura marxista-leninista y reformas estructurales de todo tipo. Jamás, en nuestra historia republicana, se había llegado a sustituir prácticamente toda la Constitución mediante una simple proposición.

Se descubre ahora, de manera evidente y reiterada, que la FARC no tuvo nunca el propósito de dejar de delinquir. El narcotráfico, en lugar de erradicarse, como decía el tirano que ocurriría con la firma del Acuerdo, se ha multiplicado por 5. Los responsables de la violencia que aterra al país andan libres, como Pedro por su casa, y ahora irán al Congreso a dictarnos leyes. ¿Valió la pena destruir nuestro Estado de Derecho para conseguir estos tristes resultados?

Sin embargo, al observar el desarrollo del debate por la Presidencia de la República, sorprende que los candidatos, con la sola excepción del Dr. Iván Duque, no se dignan referirse a estos temas, los más trascendentales para el futuro de nuestra Nación. Ninguna propuesta aportan para devolverle al país el respeto por la Democracia, vulnerada en el plebiscito del 2016, ni para combatir de verdad al narco-tráfico, ni para restablecer la dignidad e imparcialidad en esta corrupta administración de Justicia.

En cambio sí surgen las voces del neopopulismo que pregona el señor Petro, asesor de Chávez y candidato de su amigo Maduro, movilizando incautos con sus promesas de expropiar a los ricos, convertir a Colombia en un paraíso mediante la sustitución de las exportaciones de petróleo y carbón con la venta de aguacates, y otras locuras propias del neopopulismo . Ya conocemos de sobra los resultados de esta desprestigiada política en países como Venezuela, Ecuador, Cuba o Nicaragua.

Son palabras del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa: “Las amenazas a la democracia en América Latina: Terrorismo, debilidad del Estado de Derecho y neopopulismo.”

Pues bien, ya llevamos 50 años de terrorismo y nada nos augura que podamos derrotarlo, si no hacemos un drástico cambio en nuestra dirigencia. El Estado de Derecho, por virtud de este régimen, está hecho trizas, como ahora dicen. Y, para colmo de nuestras desgracias, el señor Petro nos quiere imponer el neopopulismo inspirado por Castro y Maduro.

Sacudámonos, amigos y compatriotas: Dejemos a un lado nuestra indiferencia por el futuro del país; olvidémonos de los prejuicios, odios, rencores o simpatías por las personas, y pensemos, siquiera por una vez, en el futuro de nuestra agobiada Patria; estas amenazas no son simples inventos, están ya incrustadas en nuestra angustiosa realidad.

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