Andrés Uriel Gallego Henao

Hace apenas nueve años conocí a Andrés Uriel Gallego y en poco tiempo nos hicimos buenos amigos. Su desaparición me conmueve especialmente porque, aunque nuestra relación era reciente, pocos amigos he tenido tan cercanos, cordiales y generosos. Nadie tan atento como él frente a los problemas y las necesidades ajenas, porque establecía una relación cálida, sincera e inconmovible.

Excelente profesor en varias facultades de ingeniería, profesional destacado, ecléctico en amplias y buenas lecturas, conocedor como pocos de los caballos. Nunca imaginó que su paso por la Secretaría de Obras de Antioquia, donde determinó numerosas y grandes inversiones, sería el noviciado para ocupar la cartera del ramo. En el Ministerio de Obras Públicas, creado en 1905, se sucedían con especial rapidez los políticos, lo que siempre hacía difícil programar y planificar eficazmente. Hasta 1934 no hubo ministro alguno que acompañara al presidente durante todo el cuatrenio. Pero luego volvimos a las andadas. En efecto, entre 1938 y 1992, cuando OO PP se transformó en Mintransporte, se sucedieron 33 ministros, cuyo promedio de duración apenas alcanza los 19 meses.

¡Y eso en un país muy necesitado de planificación y prospección adecuadas, por el atraso secular en infraestructura y porque el ciclo de una obra en ese campo es más dilatado y complejo cada vez!

No puede entonces negarse el acierto del Dr. Uribe manteniendo a Andrés Uriel ocho años en su cargo a pesar de la lluvia de críticas, casi todas injustas, sesgadas y malintencionadas, apuntaladas básicamente en el chascarrillo, la insidia y el apodo.

Durante los ocho años de Gallego el país progresó mucho en mantenimiento (nuestra gran falencia histórica), y en la modernización de vías secundarias (Plan 2500). El progreso portuario fue impresionante en lo que dice a capacidad y operación. La primera generación de concesiones dejó enseñanzas que el ministro recogió para modificar el esquema. Se repotenciaron las de segunda generación y se sentaron las bases para la tercera. Varios aeropuertos, empezando por El Dorado, se concesionaron.

En el ferrocarril carbonífero (Fenoco), con toda suerte de artimañas, los concesionarios reclamaban de la Nación una indemnización de US $126 millones. El ministro, bien asesorado, logró zanjar el problema con menos de medio millón de dólares de indemnización. Traigo a cuenta lo anterior porque ninguno de los procesos arbitrales supervisados por Andrés Uriel se saldó con las habituales sentencias e indemnizaciones astronómicas contra la Nación, a las que nos tienen habituados los famosos tribunales de arbitramento. Además, mediante concesiones transparentes, como las referentes a los aeropuertos, será difícil tumbar a la Nación, si seguimos por la senda de austeridad y probidad de Gallego Henao.

Después de incontables aplazamientos o indecisiones, le correspondió iniciar el túnel de La Línea. Fue un gran ministro.

Desafortunadamente, el actual gobierno volvió a las andadas y ya lleva como tres titulares de Transporte y, fuera del papel y del retrovisor, muy poco se puede mostrar en lo que dice a ejecución.

Como Gallego defendió su obra con la mayor ecuanimidad y acopio de datos fidedignos, el lector que quiera profundizar en el tema encontrará material suficiente.

Jamás discutimos sobre política, aunque era grande su respeto por las opiniones ajenas y su interés por otros puntos de vista, como el mío.

Paso finalmente a hablar de la profundidad y solidez de su compromiso religioso, que pude calibrar en muchas conversaciones. Atravesó su dolorosa enfermedad, que desatendió en su etapa inicial dándose de lleno a su labor, con cristiana entereza. En los meses en que parecía haber alguna mejoría, no faltaba a una íntima tertulia religiosa que compartíamos cada mes en casa de un incomparable amigo, César Palacio Londoño. En esos inolvidables paliques mucho aprendimos del ejemplo de Andrés Uriel en lo que dice a la vida cristiana.

Requiem aeternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei. Requiescat in pace.

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