Anonadados

Quienes hemos seguido de cerca la carrera del presidente Santos y de su ministro de Hacienda Cárdenas, terminamos el año anonadados. Los dos hicieron sus carreras públicas defendiendo el equilibrio fiscal como señal de buen gobierno. Creían en la importancia de mejorar la calidad del gasto público y focalizar la acción del Estado en las actividades de servicio público y supervisión, dejando que el sector privado fuera el motor de la economía.

Durante años escuchamos a los dos personajes pregonar los beneficios de impuestos bajos y razonables. El ministro Cárdenas públicó muy interesantes documentos académicos denunciando las distorsiones de nuestro sistema tributario. El presidente Santos incluso ofreció, de forma solemne, gravar el mármol la promesa de no subir los impuestos.

Pero no todo el mundo envejece acumulando más sabiduría. Hace algunos días el presidente de la República se dedicó a elogiar la obra El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, cuyo principal mérito es demostrar estadísticamente que el capital –que hoy en día es globalizado– tiene, como es obvio, una mayor rentabilidad que el otro factor de producción, el trabajo, que está sometido a todo tipo de restricciones de movilidad y remuneración.

Por su parte, el economista Mauricio Cárdenas hace ingentes esfuerzos por intentar demostrar que más impuestos al sector productivo van a producir mayor crecimiento y mejor recaudo. Él sabe que no es cierto, los empresarios lo saben, los ciudadanos y las calificadoras de riesgo también.

Porque las estadísticas demuestran que la tasa efectiva de tributación (TET= Gasto en impuestos/utilidad antes de impuestos) es en Colombia una de las más elevadas del mundo, si se incluyen todos los gravámenes nacionales, regionales y locales. Todos nuestros competidores cercanos tienen menores niveles de imposición. La concentración de los tributos en un pequeño número de agentes económicos y particulares hace de nuestro sistema tributario uno de los más irracionales del mundo.

Lo sabe el Jefe del Estado, su ministro de Hacienda, los gremios de la producción, los académicos y todos los que se han interesado por el tema.

Porque lo que no se puede afirmar es que la efectividad del gasto público colombiano sea comparable con la de otras naciones. No es lo mismo pagar impuestos en Francia, una nación con una infraestructura envidiable, un sistema judicial que opera y buenos índices de seguridad, que pagar impuestos en nuestro país. Aquí el empresario no recibe gran cosa de un Estado paquidérmico y corrupto. Además de asumir tributos elevados debe proveer por su seguridad, soportar dos meses de paro judicial, pagar elevados peajes por pésimas vías y estar sometido al chantaje corrupto de los funcionarios arbitrarios. Afirmar, como lo hacen los altos funcionarios, de la necesidad de pagar más impuestos resulta burlesco cuando se sabe que los únicos que están seguros de beneficiarse del gasto público son las camarillas de políticos cercanos a la administración. El problema en Colombia no es de Piketty, es de Ñoño.

Anonadados estamos todos los que durante años escuchamos con admiración y respeto al Presidente y a su Ministro de Hacienda promulgar la responsabilidad fiscal cuando hoy recibimos un discurso populista, trasnochado e incoherente sobre asuntos tan importantes para nuestra economía.

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