¿Ante qué tiemblan los narcos?

Qué desgracia tan infinita la herencia del narcotráfico. Millares de personas han acabado su vida por el consumo y sociedades enteras han sucumbido ante la ilusión del poder y el disfrute con los millones de dólares que genera el negocio. Un negocio que ha convencido a miles de que es la mejor manera de adquirir lo que promociona la telepantalla como fin último de la vida: dinero para comprar y consumir.

La oferta de un consumo desbocado, ofrecido por un capitalismo salvaje y publicitado hasta la saciedad por Hollywood y sus escuelas, inicialmente exacerbó los deseos insatisfechos de una clase pobre, cansada de las pocas oportunidades de un sistema negador de futuro, que impedía alcanzar tan tentadora oferta. Esa mezcla preparó, con deseos insatisfechos presentados como necesidades para mejorar la calidad de vida, el surgimiento de una especie de lepra moral en personas dispuestas a tergiversar valores, fines y principios; y a formular una manera distinta de entender y vivir la vida. Después, la misma lepra carcomió a quienes no eran pobres.

Y si bien en Colombia tenemos que padecer hoy la desgraciada herencia de los carteles mafiosos surgidos hace más de 30 años, muchos de los cuales se han mezclado hoy con instituciones legalizadas, movimientos políticos y empresas comerciales con tentáculos delincuenciales, ahora el daño está extendido y “mejorado” en esta pobre América Latina que, aterrorizada, ve cómo las multinacionales del crimen organizado ponen en jaque a lo que queda de las instituciones legales.

Según los informes de prensa del domingo pasado, ya se ve cómo el narcotraficante alias “el Chapo” ha replicado con alcance internacional ese tipo de imperios delincuenciales que ponen a tambalear no solo las estructuras estatales, sino, las morales individuales de personas que se dejan seducir por el poder que se compra con el dinero.

El reto que tenemos no es de poca monta. El daño moral, físico y social que produce este negocio ha adquirido dimensiones exorbitantes. La corrupción que carcome a muchas estructuras legales, tiene allí su origen. Es hora de entender que el incendio solo se extingue cuando se ataca el núcleo. Estos 30 años deben ser suficientes para saber que es un fracaso la forma como hasta hoy se ha combatido ese incendio: no es suficiente balas, cárcel, muertos y decomisos. El negocio sigue creciendo y la violencia aumentando. El método usado ni ha rebajado el número de consumidores ni atemorizado a los delincuentes, solo los ha hecho más aguerridos. Eso sí: se podría imaginar que tiemblan ante la idea de perder el monopolio con el Estado.

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