Autoatentado a la paz

Lo que está pasando es, francamente, inaudito: el Gobierno, que busca desesperadamente la paz con la guerrilla de las Farc, es el mismo que promueve la judicialización del uribismo, empezando por su líder, el expresidente Álvaro Uribe. Al mismo tiempo que Santos le tiende la mano a los alzados en armas, lanza un ataque jurídico descomunal contra sus adversarios políticos: la paz con la guerrilla, la guerra con los detractores. ¡Absurdo!

La falta de coherencia de nuestro presidente es metafísica. Atacando al uribismo, Santos se pega un tiro en su propio pie. La paz que tanto añora el primer mandatario jamás será posible, si en ese equipo de la reconciliación no se enlistan Uribe y toda su tropa. Así de sencillo: Uribe representa, guste o no, a cerca de 7 millones de colombianos que piensan diferente, pero que no necesariamente se oponen a la paz.

De eso se trata el juego político: el disenso es absolutamente necesario (el unanimismo es la antítesis de una verdadera democracia), pero, cuando lo que se pretende es resolver los problemas fundamentales de una nación, como es el caso del conflicto armado que padecemos desde hace casi 60 años, lo que les corresponde a sus líderes es buscar consensos, más allá de los odios y los intereses personales.

La paz será posible en Colombia solo si a ese bus se suben todas las fuerzas vivas de la patria, los movimientos sociales y los diferentes partidos, sin importar color o ideología.

La paz es una sola, y no hay nadie que pueda negarse a ese bien superior; pero esa paz no puede ser a la medida de Santos y sus amigos: una paz impuesta es una paz que no tiene vocación de permanencia. Si se queda algún sector por fuera del plan para finiquitar el conflicto, esa paz será ilegítima y frágil; de eso no les quepa la menor duda.

Las Farc, estoy seguro, la tienen clara: el secretariado sabe que si la oposición no participa de los acuerdos que se suscriban, la negociación recibirá un golpe mortal, del que no podrá reponerse. También saben Timochenko y sus muchachos que la negociación es tan compleja que no podrá solventarse antes de 2 años. Si Santos insiste en imponer sus tiempos, lo más probable es que esté buscando la excusa perfecta para levantarse de la mesa, lo cual sería un gran error. Esta oportunidad no puede desperdiciarse, como tampoco se puede excluir al uribismo de ese cometido imprescindible.

El uribismo, por su parte, está llamado a ejercer una oposición constructiva, con propuestas claras. Que digan de una buena vez que apoyan el proceso, con ciertas condiciones, y que manifiesten públicamente su interés de participar en la mesa de negociación de La Habana, donde necesariamente tendrán que ser escuchados.

Si Santos y su ‘comité de aplausos’ insisten en llevar a la cárcel a Uribe, Óscar Iván y David Zuluaga, entre muchos otros correligionarios del Centro Democrático, cometerán el peor error histórico del último siglo: conducirán al país a un punto de no retorno, renacerá como una hierba venenosa la violencia partidista de finales de los años 40, y la paz ya no estará a la vuelta de la esquina. Probablemente, tardaremos otros 60 años en sanar las heridas y en reconstruir la confianza.

A veces, los ataques vienen de donde menos se espera. Santos debe rectificar sus actuaciones, de lo contrario, puede convertirse en el verdugo de la paz.

La ñapa I: El derrame de petróleo en el Golfo de Morrosquillo es un crimen abominable que no puede quedar sin castigo.

La ñapa II: Popeye cumplió con la justicia. Por lo tanto, tiene el derecho a recuperar su libertad.

La ñapa III: Si Andrés Sepúlveda es un hacker de película, ¡qué malo es ese guión!

abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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