Bienvenidos al siglo XXI

Al igual sucedió con otros países comunistas que hicieron la transición a la democracia, les corresponde a los cubanos decidir su sistema político, no a Estados Unidos.

En tan solo 18 meses de negociaciones los presidentes Barack Obama, de Estados Unidos, y Raúl Castro, de Cuba, han sepultado un atraso de medio siglo incorporando a sus respectivos países al siglo XXI. Bienvenidos.

El porvenir no será una tarea fácil. Según algunos comentaristas de gran prestigio, como el historiador cubano Rafael Rojas, “si algo dejaron claro ambos mandatarios es que con la normalización de las relaciones no acaba el conflicto entre los dos países”.

Menos radical en el augurio, Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, el think tank de estudios sobre América Latina de mayor prestigio en Washington y en el hemisferio, me dice: “A pesar del acuerdo para normalizar las relaciones bilaterales, las marcadas diferencias entre Washington y La Habana persistirán. Habrá fricciones sustanciales en muchos, si no es que en prácticamente en todos los asuntos, pero el dramático cambio conceptual ya ha tenido lugar y el compromiso de avanzar en la relación entre Cuba y EE. UU. será, inevitablemente, más profundo”.

Para Peter Kornbluh, coautor de Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana, libro fundamental para entender cómo han sido las negociaciones entre ambos países, hablar de “conflicto” es un poco extremo. “Habrá desacuerdos, pero no conflictos; al menos no durante la presidencia de Obama. Hay extremistas en ambos lados del estrecho de la Florida –me dice–, individuos y agencias que llevan años sembrando hostilidad y animosidad y que desean que haya conflicto, pero con el tiempo se demostrará su impotencia y quedarán marginados de estos desarrollos”.

Conflictos o desacuerdos que se materializarán de lleno el próximo año, cuando en Estados Unidos entre en funciones un Congreso mayoritariamente republicano. “Si el Congreso de Estados Unidos insiste en esperar a que haya avances significativos en la apertura política de Cuba antes de que se levante el embargo, tendremos que esperar mucho tiempo –me dice Shifter–. Por ahora no hay ningún indicador de que dicha apertura se llevará a cabo en el corto plazo”.

La apuesta de Obama es que con las nuevas medidas y de forma gradual los cubanos podrían ir abriendo su sistema político. Según Kornbluh, “es mucho más probable que las metas de Estados Unidos avancen conforme avanza la apertura internacional de Cuba. Una vez que Fidel muera y que Raúl deje de ser Presidente en el 2018, la razón de ser del aparato de seguridad nacional va a disiparse. Es poco probable que el Partido Comunista Cubano vaya a desintegrarse ahora. Pero la parte más oscura y áspera de la relación va a ser historia”.

Yo pienso que en buena parte los desencuentros se deben a que en el Congreso estadounidense todavía hay “excepcionalistas” que creen que EE. UU. tiene el derecho a ordenarle a Cuba (y al resto del mundo) cuál debe ser su sistema político y a sancionarlo si desobedece. Los ‘ayatolas’ estadounidenses insisten en creer que “la democracia con sangre entra”, a pesar de la inmensa serie de fracasos sufridos por las intervenciones militares estadounidenses. Afortunadamente, el peso de la historia y la nueva iniciativa de Obama han desinflado un poco sus ínfulas.

Tampoco va a ser fácil que los cubanos recuperen su libertad política y vivan en democracia. Esto equivaldría a aceptar públicamente el fracaso de una revolución que prometió bienestar para todos y hace 54 años que oprime económica y políticamente al pueblo cubano. Uno puede desear que en Cuba hubiera pluralidad política, libertad de expresión, respeto a los derechos humanos y mayores oportunidades económicas para la empobrecida población, pero les corresponde a los cubanos decidir su sistema político y luchar por implantarlo.

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