Bolívar, de nuevo olvidado.

Cuando don Simón Bolívar, El Libertador, moría un 17 de diciembre en la Quinta de San Pedro Alejandrino, nunca se imaginó en su delirio febril, que sería desenterrado, de nuevo muerto y sepultado ciento ochenta años después. Sacado de su gloria sepulcral por Hugo Chávez Frías, hizo de su imagen y de sus restos un espectáculo político para apropiarse de su legado y convertirlo en una caricatura, para después de consumirlo en su beneficio, abandonarlo luego de succionarle su gloria militar y su enhiesta figura de caudillo independentista.

Chávez refundó el bolivarismo a su manera, dándole unos pases mágicos populistas que llenaran el vacío ideológico del usuario, poniéndole la palabra bolivariano a la República de Venezuela, a las fuerzas Armadas, a la Constitución, a las dependencias oficiales, al socialismo del siglo XXI.- Chávez, orador demagogo de estirpe mestiza, fue también un híbrido que fusionó el fascismo con el comunismo, usando como cortina de fondo la estampa del Libertador Simón Bolívar, en un acto de osadía mental que perdura, con la diferencia que hoy, muerto el resucitador de Bolívar, el nuevo jefe del chavismo neofascista, Nicolás Maduro, y su partido el PSUV, Partido Socialista Unido de Venezuela, ha entronizado en el santoral político la venerable y milagrosa efigie de su patrón Hugo Chávez Frías, mientras al Bolívar de todos nosotros los neogranadinos históricos, lo enterró, otra vez, porque ya había sustituto.
El 17 de diciembre de 1830, en la pieza donde Don Simón Bolívar agonizaba es descrito ese momento por Fernando Cruz Kronfly, en su novela, así: ”Abre la boca, come el pan. Recibe el óleo en la frente, tiembla. A su lado todos los generales de alto rango se encuentran presentes. Terminada la ceremonia Su Excelencia comienza a leer la proclamaque ha preparado para despedirse de la patria. Tose, tiembla, se conmueve. No puede terminar él mismo, busca una butaca y se sienta. El auditor de guerra recibe la proclama en sus manos, termina de leerla: yo bajaré tranquilo al sepulcro, dice. Son las últimas palabras escritas para despedirse de la patria, de América, del universo que ahora ignora cómo muere”.

Para enardecer los ánimos paranoicos de su proyecto bolivariano, Hugo Chávez llegó a decir que el General Bolívar había sido envenenado por los colombianos. Ni lo probó ni lo rectificó. Simplemente lo usó, como utilizó su nombre y su gesta, la que no le llegó siquiera a los tobillos.

Dijo Bolívar: “Noche y día me atormenta la idea en que están mis enemigos, de que mis servicios a la libertad son dirigidos por la ambición”. También dijo: “Ser respetados es más que ser libres. Además, bajo la dictadura ¿quién puede hablar de libertad? Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo”.

Los homúnculos que para gobernar tienen que apoderarse de los verdaderos héroes de la nación, los deforman, los usan y abusan, con la complicidad de intelectuales y académicos, de los soldados y de los sacerdotes. Son cómplices del sepulcro de la libertad. Y la ignorancia de los pueblos que no conocen la historia porque se la inventan los políticos o la eliminan de los programas educativos de las aulas. Simón Bolívar, con sus virtudes y defectos, será siempre el hombre que prefirió ser ciudadano, antes que Presidente, General o Libertador. Bolívar hizo la guerra, pero también hizo la paz, al derrotar al imperio español.

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