Brutal y corrupto

El peor pecado del chavismo ha sido sembrar el odio entre los ciudadanos.

‘La tumba’ es el nombre de un pabellón con 7 minúsculas celdas. Están sepultadas cinco pisos bajo tierra, permanecen alumbradas casi toda la jornada para que los internos pierdan la noción del tiempo y las ventilan con aire acondicionado a temperaturas gélidas. Los presos solo pueden hacer sus necesidades cuando a los guardias les da la gana de llevarlos al baño, los mantienen vigilados con cámaras las 24 horas y los sacan al aire libre cada cuatro o cinco semanas y por espacio de una hora.

En esos huecos del edificio de la policía secreta venezolana, construidos a imagen y semejanza del Villa Marista cubano, aguardan juicio varios estudiantes, incluido el que Colombia extraditó a Venezuela el año pasado para agradar a Maduro, pese a conocer al infierno al que iba destinado. El chavismo los tortura para quebrarles la moral y arrancarles confesiones falaces.

Con los líderes políticos presos aún no se han atrevido a tanto; de momento los intimidan, les prohíben visitas y les arrojan excrementos a sus cubículos. Pero la manera en que el jueves se llevaron de su oficina al alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, recuerda, al igual que ‘La tumba’, los años tenebrosos de las dictaduras militares latinoamericanas. Sin orden de captura, unos 60 hombres armados, algunos cubiertos el rostro con pasamontañas, irrumpieron en el edificio de manera violenta y lo sacaron a empellones. Cumplían órdenes directas de Maduro, porque en Venezuela no existe división de poderes, los tres responden al dueño de Miraflores.

Fue tan evidente la violación de sus derechos que pareció incomprensible que Santos, que vio lo mismo que todos vimos en televisión, manifestara su esperanza de que Ledezma “cuente con todas las garantías para un debido proceso”. Sabe que el enésimo golpe de Estado que Maduro atribuye a la oposición solo existe en la turbia y escasa imaginación del que oye a un pajarito; y que fiscales y jueces son mandaderos del chavismo.

Lo ocurrido con Ledezma confirma, por si alguien albergaba dudas, que el chavismo galopa hacia una dictadura atroz, disfrazada de democracia, para salvaguardar un régimen corrupto y mafioso que ha despilfarrado la bonanza petrolera y vuelto cenizas el aparato productivo. Expropiar empresas para convertirlas en nidos de burócratas inútiles y ladrones, y encarcelar y amenazar directivos, solo conduce a la ruina en la que está anclada la Venezuela socialista.

Pese a la corrosiva política económica que Maduro se empeña en perpetuar y la implacable persecución a los críticos, el peor pecado del chavismo ha sido sembrar el odio entre los ciudadanos. Necesitarán un estadista tipo Mandela y muchos lustros para cerrar las heridas que el mediocre mandatario, acompañado por su orfeón, se empeña en agrandar a diario.

Con todo, el arbitrario arresto de Ledezma puede salirles mal. Si bien la oposición estaba divida entre moderados y radicales, la detención del Alcalde quizá los reúna de nuevo.

Lo que sí lograron es que en las calles se respire desasosiego. La ciudadanía que no venera al chavismo teme que el régimen recrudezca la represión y les cierre aún más puertas ante la indiferencia de la región.

Si la comunidad latinoamericana siempre guarda silencio ante la férrea dictadura castrista y tratan a Fidel y a su heredero de respetuosos y pulcros demócratas, poco pueden esperar los venezolanos. A fin de cuentas, en América Latina domina una izquierda que contempla con indulgencia y simpatía a los totalitarismos zurdos.

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