Búsqueda de la paz y del desarrollo

A los planes de construcción de autopistas de nueva generación no les hace daño la rehabilitación de viejas estructuras. Como los rieles de los ferrocarriles o el caudal del río Magdalena.

Mientras al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, se le rendía en Londres, al más alto nivel y con gran pompa, homenaje por su tesón en la búsqueda de la paz en su patria y por la concesión del Premio Nobel, aquí se realizaban conversaciones amigables entre los voceros del sí plebiscitario y los personeros del no a su más alto nivel, para ver de llegar a avenimientos cordiales en aspectos neurálgicos.

Infortunado y a destiempo resultó el desliz del discurso presidencial ante la Cámara de los Lores, en cuanto declaró que había aceptado los resultados de esa consulta popular a pesar de las mentiras y los engaños utilizados por ocasionales adversarios. Permítasenos observar que no era el escenario ni la ocasión para demeritar el acatamiento democrático al veredicto de las urnas.

A medida que pasan los días, van decantándose las posiciones de los unos y de los otros. Por ejemplo, en materia de narcotráfico se abre camino el convencimiento de que no es admisible presumir su conexidad con el delito de rebelión. Habida cuenta de las raíces, proporciones y manifestaciones criminales del narcotráfico, al servicio de un puñado de gentes o de un capo mayor, ansioso de acumular riquezas a cualquier costo y por cualquier medio. Aspecto neurálgico en que no le faltan a Colombia amargos escarmientos.

Ahora mismo se está rememorando el sacrificio criminal del dilecto amigo y colega Guillermo Cano, director del diario El Espectador, quien sin ser líder político fue escogido por los asesinos o por el capo principal para que escarmentaran en su cabeza cuantos mantuvieran similar línea de conducta. Fue la misma suerte que sufrió Luis Carlos Galán, no por el conjunto de sus ideas sino por su posición franca, valerosa y enhiesta contra el narcotráfico. Con el cual no caben las tácticas dilatorias, sutiles y escalonadas, sino las posiciones verticales. A él le costó la vida, conforme estaba previsto. Y a cuantos más, también de primerísima jerarquía, candidatos presidenciales de la Unión Patriótica.

En la actualidad, el agro da trazas de renacer. No se vayan a ensombrecer sus expresiones sanas insertándoles el incentivo de la ganancia rápida y suculenta de la coca y la amapola. Los abnegados campesinos colombianos merecen respeto y otra clase de apoyos. Conforme solía hacerse en el país con organismos de asistencia técnica y apoyo financiero, desmantelados por exigencias externas, con los señuelos de empréstitos internacionales.

Fue el vendaval del Consenso de Washington el que vino a arrasar las estructuras propias, pacientemente construidas. Como lo era el instituto regulador de las cosechas en temporadas de abundancia y de escasez, de suyo al vaivén de lluvias torrenciales y sequías implacables.

A los planes de construcción febril de autopistas de nueva generación, que vienen a corregir los inmensos retrasos y costos del transporte interno, no les hace daño la rehabilitación de viejas estructuras. Como los rieles de los ferrocarriles o el caudal del río Magdalena, por donde circularon los bienes de la civilización o los primeros frutos de la propia cultura. Ambas cosas se están haciendo, y es bueno estimularlas para que no desmayen. No haya desaceleración de su marcha, ni indiferencia por la rehabilitación de los trenes de carga en extensos trayectos.

Con nostalgia recordábamos lo que fue el despegue de la modernidad en la patria adormecida por la inercia. Por entonces, la dinamita era el elemento eficaz para romper las formaciones rocosas y abrir el camino a carreteras zigzagueantes por entre altas montañas. Ahora mismo, estimula que se esté recobrando ese brío y modernizando el transporte de personas y carga.

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