Charlie Hebdó

Espanta la matanza de los periodistas de Charlie Hebdó. Para nosotros, el pan de todos los días. El mundo dejó de ser ancho y ajeno: ya es tan pequeño como un pañuelo. Ensangrentado.

Hay medios emblemáticos, que constituyen y mantienen la esencia de un sistema democrático. Así sean incómodos, agresivos, irreverentes y atrabiliarios. Precisamente por eso: la democracia es pugnacidad permanente, infatigable, confrontación sin tregua. La energía que la vivifica y mantiene con vida. Y la punta de lanza de esa batalla sin descanso entre las fuerzas que se confrontan en esa sociedad multidimensional que es una sociedad democrática es la opinión. Mientras más actual y transparente, más libre y desencadenada, más viva. Mientras más urticante, más progresista. Mientras más denunciante de lacras y taras, más legítima.

No sucede lo mismo con los medios oficiales de las tiranías. ¿Puede alguien con dos dedos de frente imaginarse al Granma publicando una caricatura del caricaturesco Fidel Castro, cada día que pasa más estrafalario, ridículo, fantasmagórico, vampiresco e irreal? ¿Habrase visto personaje más de comiquita que ese hermano achinado y en nada semejante, como que más de uno sospecha de la genética consanguineidad entre ambos monstruos, a no ser la psicopatológica de la crueldad, la ambición, el desafuero? No se hable del Pravda en época de Stalin, pequeñajo, derrengado, manco, bigotudo y siniestro, como para ser objeto de innumerables caricaturas. O Kruschev, chico, gordo, grosero, extravagante, zapateando el podio de las Naciones Unidas en plena Guerra Fría. Busque una sola caricatura de personajes tan dignos de ser caricaturizados en la prensa soviética: no encontrará una. Ni tampoco en la prensa del Tercer Reich de la caricatura de si mismo, como lo desenmascara Chaplin, Adolfo Hitler: flaco, histérico, convulso, amanerado, con esas moscas de mostacho, ese pegoste de pelo en la frente, esa gesticulación paranoide, ese traje de campesino bávaro con las piernas peludas al aire.

Todos los tiranos son la caricatura del estadista. Precisamente, un rasgo buscado por la razón tiránica misma, como la desmesura de los payasos: mientras más anormal, más desaforado, más brutal, más extravagante, más llamativo, más indiscreto, mejor. Lea Mein Kampf, esa biblia de la tiranologia estudiada con ahínco por Fidel Castro en sus años preparatorios, y encontrará prefiguradas esa desmesura, esas uñas, esas barbas y esa desenvoltura epiléptica del tirano. El rouge et noir, el rojo y el negro, como colores preferidos. La metralleta lingual. El descaro, el tremendismo, la furia caníbal. Llamar la atención, marcar su presencia a sangre y fuego, hacerse inolvidable como una perfecta caricatura de si mismo: he allí el logos tiránico.

Y Charlie Hebdó conocía esa lógica de la desmesura y la expresaba con sus figuras grotescas, haciendo semana a semana la vivisección de los tiranos. En la más desconsiderada y brutal de las expresiones. Sin respetar políticas, ideas, credos ni religiones: poniendo al desnudo el ridículo de todas las ambiciones totalitarias. ¿O alguien negará que ver a seres humanos disfrazados de integristas, no importa si de Oriente o de Occidente, arrastrando vestiduras medievales, asegurando que el sol sigue girando alrededor de la tierra, no brinda ocasión para la burla, el reclamo, la denuncia?

He allí el precio: una persecución implacable de labarbarie islámica, tan ridícula como siniestra. Gozando de todas las ventajas de la cultura liberal y el desarrollo tecnológico de Occidente, pero llevando burka, ocultando el rostro y alimentando el odio y el rencor contra la generosidad de los pueblos libres que los acoge. Comprometida con la guerra santa, una reminiscencia de mil quinientos años, con la cual pretende retro traernos a la edad de las cavernas, a la Hégira, pero transmitida en vivo y en directo via satelital, movilizada con camionetas de última generación, usando armas las más mortíferas, aprovechándose de la libertad de culto y de movimientos para asesinar a mansalva a quienes los dejan a diario al desnudo.

Es la tragedia de aquello que Adorno y Horckheimer llamaran la Dialéctica de la Ilustración: enconcharse en el progreso para desatar la barbarie. A escasas horas de la matanza de una docena de caricaturistas de Charlie Bebdó, a pocos kilómetros de Caracas siete personas eran asesinadas en pleno entierro. Llevamos quince años sufriendo la barbarie de esta caricatura de revolución, llevada a cabo por los más caricaturescos de los venezolanos: un payaso habla chento y tan desenfadado como todos los tiranos, que nos deja en herencia un tontón Macoute bigotudo y torpe, como uno de esos islámicos caricaturizados por el semanario parisino. Por lo demás y como es perfectamente lógico: socio de los asesinos de Al Qaeda, Hamás, la Yihad, el Estado Islámico.

Espanta la matanza de los periodistas de Charlie Hebdó. Para nosotros, el pan de cada día. El mundo dejó de ser ancho y ajeno: ya es tan pequeño como un pañuelo. Ensangrentado.

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