Churchill: victoria para una paz con dignidad

Nunca se rindan, nunca cedan, nunca, nunca, nunca, en nada grande o pequeño, nunca cedan salvo por las convicciones del honor y el buen sentido. Nunca cedan a la fuerza; nunca cedan al aparentemente abrumador poderío del enemigo." "En la guerra, resolución; en la derrota, desafío; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad." Winston Churchill

(Según el público de 100 Greatest Britons, el exitoso programa documental que la BBC emitió a comienzos de este siglo, Winston S. Churchill fue el más grande de los británicos que vivieron en el segundo milenio de nuestra era.)

En nuestro actual escenario político confluyen tres mecanismos de influencia: el nacional, la manipulación geopolítica de regímenes autoritarios y la mafia. Esos componentes se traslapan para conformar un poder invisible. Pero para guiarnos en una profunda meditación política por el país tenemos en la cartelera de cines “Las horas más oscuras” con la actuación de Gary Oldman, nominado al Óscar, por su actuación como Winston Churchill.

¿Por qué hablo de la película? Porque en el logro de la paz que todos anhelan, la película es políticamente incorrecta, ya que Churchill tiene que luchar con las pacifistas ilusos de su propio partido. Lo acorralan de tal forma que en algún momento tiene que preguntarle al Vizconde Halifax, el líder de los pacifistas: ¿Cuál sería el precio que habría que pagarle a Hitler por la paz? Halifax no responde. Pero cuando Churchill le pregunta directamente al pueblo de Londres en un vagón del metro, todos rehúsan cualquier negociación con el monstruo nazi. Los británicos tenían dignidad. Churchill debía elegir entre pactar la paz con Adolf Hitler y renunciar a sus principios, o rechazar la tregua y ser fiel a los ideales de la nación que lideraba. En el camino de su decisión se encontrará con el escepticismo del rey y las intrigas de su propio partido. Pero el empecinado Churchill, guiado por el pueblo, se atuvo a los principios y ayudó a salvar el mundo.

Si algo positivo tuvo la amenaza de guerra para los ingleses resguardados en la isla, es que con el liderazgo de Churchill desapareció la falta de fe de las muchedumbres llegando a creer que la victoria era posible; ese mismo sentimiento es el que debe orientarnos y galvanizarnos de manera pacífica para ver a Colombia definitiva y permanentemente libre de la amenaza comunista. ¿Cuál es la dificultad para esa tarea de parte de la coalición llamada de derecha?

Comencemos entonces con el escenario nacional que algún parecido tiene con las afugias británicas. Si me preguntaran cuál ha sido la clave del éxito del Centro Democrático, muchos me responderán con lo obvio: Álvaro Uribe Vélez. Y nos quedaríamos con una parte de la fórmula por lo que no le serviría a las generaciones actuales que no conocen bien a esa persona, ni a Churchill. (No vi jóvenes en el cine.) Diría entonces, en este caso, que el éxito político de Uribe ha sido su justa indignación contra el terrorismo, como fue la indignación del mundo contra Hitler; crímenes que Iván Márquez cataloga de ‘errores’. Traducido el accionar de Uribe, ha sido una obra de pensamiento y voluntad enfocados y persistentes, con un permanente referente: Fe en Dios. Pero no bastan. Es necesario inspirar para que amplios grupos sociales pongan al servicio de esos logros sus energías más decididas para que la obra verdaderamente se complete.

Ahora bien, en el país persiste una Indignación vehemente contra personas y acciones; indignación que no puede desaparecer mientras persista un espíritu y estilo de cinismo para camuflar la impunidad. Hay menos muertos, es cierto, pero persisten las causas que pueden generar violencia. Sin embargo, esa indignación justa debería derivar en acciones y actitudes organizadas, decentes y pensadas, en contra de lo injusto y corrupto. Las redes podrían ser enseñadas a trasmitir un uso y propósito correcto de la justa indignación.

Y si tratáramos de averiguar cuáles serían esas ideas que inspirarían a la movilización de diferentes capas de la población, encontraríamos que muchos se movilizarían o indignarían por la promesa o falta de la supuesta satisfacción de necesidades básicas, que es la palabra mágica de la maquinaria política; sin embargo, al pretender entusiasmar a ese elusivo voto de opinión ¿qué encontramos? Un menú de tópicos masticados por los medios, que son presentados como una torta política, en la que a veces hay substancia para un nuevo sabor, pero comúnmente encontramos pensamiento de masa, relleno y ornamentación. Al consumo de dicha torta edulcorada somos invitados cada cuatro años para celebrar el cumpleaños de la democracia en el que escogemos, en medio de la feria de tortas, la que más nos apetece. Pero no hay forma de degustar, como en los supermercados, el ‘pedacito real’ de esa torta que satisfaga nuestro exquisito paladar. Tenemos que imaginarnos el sabor; tenemos que confiar.

Así vamos a las elecciones, con una mentalidad mezcla de esperanza, magia, miedo y decisión. Ahora bien, si usted es alguien pensante ¿qué le produce esa situación? ¿Ha visto usted en los medios lo que llaman análisis político? No dicen nada que enseñe; solamente especulan e imaginan dizque ‘escenarios.’

Por eso pregunto: ¿Nos sentimos ligados desde el íntimo fondo de nuestra personalidad a esa opinión que se expresa con el voto, teniendo en cuenta el bien de la patria? ¿Es nuestro voto de opinión algo nacido de una profunda vivencia, un análisis real de nuestras circunstancias, o es solo el cumplimiento de un deber partidista? Si ese voto no es sentido desde lo más personal, lo más racional, no es nuestra opinión. Imagínese lo que sentían los que, siendo esclavos o mujeres sin derechos, votaron por primera vez. ¿Cómo se recupera ese ‘radical sentir de opinión’ en un electorado desencantado con la política? ¿No es acaso el voto que queremos el que se deposita sin escepticismo con nuestro corazón henchido de emoción por nuestro país? ¿Por qué no ocurre eso?

Porque las ‘elecciones’ lo son de candidatos que nos gustan o disgustan; no es una elección para definir el futuro de la nación como es el caso en el 2018 y era el de los británicos en 1940, sino que nos dejamos llevar por la opinión de otros, modas, medios, entrevistas, propaganda, circunstancias, conveniencias. ¿Y por qué es eso así? Quizá porque no hemos tenido el valor de expresar nuestro sentir real; porque nos falta cultura política; por carencia de poder reflexivo para ver y formular claramente ese hondo sentir. Por eso la ‘fórmula’ de un político de éxito es desprenderse de los lugares comunes, de las viejas fórmulas de convencimiento para penetrar en el fondo de esa alma colectiva y ayudar a surgir y realizar esas claras verdades, esas opiniones reprimidas que le dan la verdadera identidad generacional a un grupo social. Sólo así será efectiva esa generación, cuando esa nueva conciencia ayudada por ese político le ayude a expresar lo que verdaderamente quiere y necesita. Eso hizo Churchill con su pueblo con sus discursos de 1940 y 1941.

Estamos repitiendo que las siguientes elecciones serán críticas. ¿Por qué? Porque si no reconocemos que nos falta afirmar enérgicamente nuestros sentimientos de independencia frente a la manipulación de la paz llevada a cabo por los camaradas y sus amigos, uno de los temas de campaña, no podremos ser fieles a ese sentimiento postergado de dignidad ciudadana. Porque eso fue lo que se violó con el robo del plebiscito. Ese sería el fracaso de nuestra generación y, por lo tanto, de nuestra historia.

Pues la democracia no es solamente vivir y dejar vivir, que es de lo que se trata la paz, de tal forma que hemos llegado a creer que está garantizada, sencillamente porque lo deseamos. Nuestra historia lo ha sido de ferocidades porque los que han defendido sus vidas, su dignidad, lo han hecho como un oficio, muy conscientemente, con todos sus riesgos. Por lo que nuestra generación necesita ocuparse premeditadamente, organizadamente, del porvenir de la patria. Y no dejar ese llamado a los reconocidos líderes, sino enseñar que el más humilde de los ciudadanos puede y debe hacerlo.

Por eso motivo no debemos vernos como jóvenes y viejos; porque cuando se trata de salvar la patria solo hay jóvenes de espíritu y de cuerpo, reforzados los cuerpos viejos con los nuevos ímpetus que nos da la patria. Y con ese ímpetu asumir que estamos en la obligación de diferenciarnos de los partidos actuales con sus aguas tibias sobre el tema del comunismo y todo lo que lo coadyuva. En esos partidos falta un espíritu y estilo intelectual conectado con la verdadera intimidad y anhelo de la nación que rechaza la corrupción, la violencia, el terrorismo, el chantaje. ¿Por qué? ¿Por qué no se conectan esos partidos, ni sus líderes? Porque creen que el pueblo es pendejo. Veamos cómo ven los camaradas y sus amigos el proceso de paz y cómo lo ve el pueblo.

Presentación oficial del proceso. Una negociación de acuerdo con parámetros definidos por las Farc, aceptados por el gobierno, adaptados a una metodología jurídica. Supuestamente esto lo hace ‘legal’, por lo tanto legítimo en representación del ‘pueblo’ que no estuvo presente en la negociación.

La realidad de lo que ocurrió. ¿Cuánto hay que pagarles a los de las Farc para que dejen de matar, secuestrar, aterrorizar, violar, reclutar menores? La casi entrega del país hasta el punto de querer cambiar la constitución.

La falacia de raciocinio sobre los muertos. Para justificar el acuerdo con las Farc, el gobierno Santos presenta a las personas caídas en combate desde el argumento de la misericordia. Pero los caídos en combate lo son en razón de un servicio en defensa de la patria que nos obliga a todos. La falacia comunista acuñó la expresión ‘actores del conflicto’ para crear una narrativa de tal forma que se enajenara el cumplimiento de la responsabilidad constitucional ciudadana del Capítulo V de los Deberes y Obligaciones. El pueblo británico estaba dispuesto a asumir esa responsabilidad hasta el último hombre. De hecho, en la película, una niña, con su actitud patriótica, es la que le enseña a Churchill la radicalidad de su compromiso. Ahí es cuando usted llora.

Por eso, como una operación de remozamiento orgánico permanente, para renovar ese vacío que van dejando los líderes de altura, los jóvenes deberían estar en la capacidad de seguir incorporando los principios e ideales del Centro Democrático y sus alianzas con los nuevos programas nacidos de la creatividad, lo que le daría una fuerte fisonomía moral y ética al grupo; es decir, el poder permanente de atracción de lo nuevo, exitoso y patriótico que representaría lo correcto para la sociedad. Porque lo que ha producido la corrupción política no es solamente el enriquecimiento de los bandidos, sino el anquilosamiento y petrificación del alma democrática que aviva la libertad y el progreso en todos los pueblos. Para decirlo mal y pronto: la corrupción mata el alma delas naciones ¿Por qué no lo vemos ni sentimos?

Porque el congreso, las cortes, la prensa, la universidad, las llamadas instituciones, los partidos, la Colombia oficial, es como el inmenso esqueleto de una democracia cuya honestidad política, los principios y valores que sostienen una sociedad, se han ido imperceptiblemente desvaneciendo, evaporando, especialmente con este gobierno. Frente a todo eso solo ha habido una INDIGNACIÓN DISCRETA. Así esa ‘Colombia oficial’ ha ido quedando en pie solamente por el equilibrio mecánico de su mole burocrática, rutinaria, los intereses de la mermelada y otros no tan dulces. Si nos sirviera una analogía para ilustrar el asunto, diríamos que los árboles después de muertos siguen en pie y no nos damos cuenta porque siempre han sido discretos, no gritan.

Para profundizar lo anterior, no sé si usted, amable lector, alguna vez ha sentido esa corriente de vitalidad nacional que le hace soñar con un futuro posible para usted y la nación; que le vuelve orgulloso de ser colombiano, como para no querer irse de aquí. Creo que eso lo sentimos con el gobierno de Uribe cuando, después de estar secuestrados en las ciudades pudimos salir a las carreteras custodiadas por los soldados a los que saludábamos como los héroes que siempre hemos admirado. Así, ese país de entonces, como un árbol de esperanza, tanto como nuestra vida personal fueron sostenidos por esas corrientes secretas de patriotismo vital que cuidamos, respetamos, enaltecemos. ¿No ve usted el orgullo de los norteamericanos por su país, a pesar de los problemas? ¿O el de los paisas por su terruño? Así debería ser el orgullo por Colombia en cada rincón de la patria por lo que hay que desterrar el miedo y el sometimiento. De eso hablo. Y cuando todo eso falta lo llaman pesimismo, una palabra que dice algo, pero no revela, no describe.

Y entendemos esa carencia como esa ausencia que hace único cada momento de la vida. Lo mismo quisiéramos que ocurriera con la paz. Si no nos entusiasma es porque no es auténtica, lo que quiere decir que le falta vitalidad; y ese es el problema. ¿Tienen acaso que convencernos de que Colombia merece ganar el mundial de fútbol? ¿Qué es lo que hace la diferencia entre esa Colombia futbolera y la política? El amor auténtico, creativo, que no puede fingirse mediante ninguna estrategia propagandística. Si quieren una descripción ‘machista’ que todos entiendan: EL VERDADERO PATRIOTISMO ES EL VIAGRA DE LA POLÍTICA. Eso fue lo que salvó a los ingleses frente a los embates del totalitarismo.

Tenemos entonces para estas elecciones y los años que vienen, dos Colombias: la oficial que quiere creer en los falsos gestos de reconciliación que nos venden las Farc, el gobierno y sus aliados; y la otra Colombia que no come cuento, que los estúpidos llaman guerrerista porque no tienen visión ni compromiso de patria, sino de intereses políticos; esa Colombia , aspirante, germinal, vital, fuerte, sincera, honrada, que se renueva todos los días, la que le estorba a los malos políticos o a los ingenuos; es la Colombia que debe atreverse a entrar en la historia denunciando y haciendo a un lado todo lo que la frustra. Esa segunda Colombia es a la que debe saber llegarle el candidato del Centro Democrático y su alianza para interpretar su hondo sentir.

Por ese motivo, lo que debe advertir ese candidato es que esa Colombia auténtica se siente totalmente extraña a los usos, principios, ideas, y hasta el vocabulario de los que hoy rigen la nación. ¿Cómo les podríamos pedir, o siquiera soñar, que esa nueva generación transfiera esa sabia vital, ese vino nuevo, a algo que se parezca a esos odres agujereados por la corrupción si, para comenzar, todo esfuerzo de transmisión, de inteligencia, es imposible? De ahí que la visión de esa nueva Colombia deba ser original, auténtica. Como si fuera el nuevo matrimonio ideológico de unas segundas nupcias en el que el rechazo de todo lo que recuerde al abusador cónyuge sería la vieja forma de hacer política.

Pero ese no sería el único problema para el posible ganador. Habría que recordar que el clientelismo no es solo electoral. Hay otro que se conoce por sus títulos, maneras, principios; por su gente y procedimientos que podrían considerarse como la continuidad del actual gobierno; una estructura que se vende a sí misma en los altos puestos administrativos, gubernamentales, técnicos, para atraer los intereses de las grandes empresas, los inversionistas, la mentalidad mafiosa que inventa los carteles de vergüenza, para usufructuar de toda la potencialidad y riqueza del estado; y es ese contubernio el que, cuando es astutamente manejado desde un gobierno corrupto e ilegítimo, el que encuentra resonancia de apoyo en una porción de la intocable prensa. De ahí que todo lo que en Colombia haya de lo propiamente público, de la estructura social sana, pueda quedar dentro de sus artes manipuladoras. Ese es el veneno que se puede llegar a trasmitir de gobierno a gobierno y que hay que denunciar como una enfermedad letal.

¿Cuál sería el problema con esa estructura corrupta? Que dentro de la visión de una nueva Colombia ¿podría esa estructura legislar, juzgar y divulgar sobre algún tema que ayude a despejar el porvenir de Colombia? ¿Y que ese esfuerzo encuentre en la porción honesta de la prensa y las instituciones su más amplio apoyo?

¿Qué ocurriría entonces? Que ese nuevo mandatario tendría que lidiar con el continuo susto de una organización a la defensiva (prensa, legislativo y sistema judicial, grupos al margen de la ley, células corruptas en todas las instituciones), sin poder proyectar o sugerir una nueva trayectoria para el país en materia de justicia, legislación y otros asuntos; a su vez, los miembros de esa vieja estructura que no sabemos hasta qué punto representarían intereses non sanctos del saliente gobierno, no teniendo un enemigo declarado en el ejecutivo, quedarían abandonados a ellos mismos. Y no sé si se interesarían en colaborar con un nuevo rumbo para el país, si se arriesgarían a continuar con la imagen de una justicia, un congreso y una prensa desprestigiados, o si definitivamente asumirían su propia transformación sin compromisos políticos. Para lograr eso hay que inspirar con el ejemplo.

¿Cuál sería entonces el reto para el candidato del Centro Democrático y su alianza? El transformar la ‘Colombia oficial actual’ que se ha sostenido por unos partidos fantasmas que se están disolviendo, que defendieron unas ideas fenecidas, apoyados por los intereses y medios enmermelados para hacer marchar un Acuerdo de alucinación; transformar esa vieja Colombia en la que hemos querido durante 50 años: vivir en paz, sin engaños ni prebendas políticas, productiva, educada, creativa, honesta, y dándole siempre una primera opción a Dios; no mediante un culto o una adhesión vacía, sino a través de un estilo de vida acorde con lo mejor del ser humano. Para eso el Primer Mandatario debe ser ejemplo insuperable; y como no sería un ser humanos perfecto, que por lo menos una mayoría significativa de la población representada en cada niño, joven, viejo, diga: Yo quiero ser como ese presidente, sin que el candidato se lo proponga o lo busque; pues esa conducta debe ser espontanea. Actualmente no tenemos ese ejemplo. Y esa falta de liderazgo ha producido un daño significativo.

¿Para qué necesitamos un liderazgo muy especial? Para que Colombia sea respetada en el concierto de naciones, y no solo para ser tenida en cuenta como un peón de los intereses globales. Para ello necesitamos entender qué es lo que pasa.

Dijimos al comienzo de este escrito que en nuestro escenario político había tres actores en juego. Visto el escenario nacional pasemos ahora al reto geopolítico internacional. El 22 de enero de 2018 publicó El Tiempo una denuncia: “Rusia interfiere en las elecciones colombianas: Frank Mora.” Me fui a las 156 páginas del documento original del asunto: “Sharp power – Rising Authoritarian Influence” (Poder agudo – La influencia creciente del autoritarismo) divulgado por National Endowment for Democracy (NED) quienes recientemente llevaron a cabo un congreso para estudiar cómo Rusia y China proyectan su influencia en las democracias occidentales en pro de sus intereses geopolíticos y comerciales. Un documento que debería traducirse y distribuirse para verdaderamente estar informados del sutil juego de los camaradas. En la página 6 del Informe Ejecutivo, puede usted leer lo siguiente:

“Contrario a lo que comúnmente se piensa por parte de los analistas de que Moscú y Pekín tratan de influir en los medios, la cultura, los centros de estudios y la academia mediante “estrategias de atracción” o un esfuerzo para “ganar mentes y corazones,” a lo que generalmente se refieren como el “poder blando,” esta influencia autoritaria no se inocula mediante la atracción o persuasión, sino a través de la distracción y la manipulación.”

Continuando en la página 7: “Si bien existen diferencias en la forma y el estilo de los enfoques chino y ruso, ambos surgen de un modelo ideológico que privilegia el poder estatal sobre la libertad individual y es fundamentalmente hostil a la libre expresión, el debate abierto, y el pensamiento independiente. A la vez que, tanto Pekín como Moscú, claramente aprovechan la apertura de los sistemas democráticos.”

Veamos cómo funciona el 'Poder suave' en una perspectiva contemporánea. En su informe al XVII Congreso Nacional del Partido Comunista de China en octubre de 2007, el entonces presidente Hu Jintao estableció un parámetro que impulsaría a nuevas alturas la capacidad de inversión china en lo que se conocería como ‘el poder blando’. Dijo entonces: “Debemos mantener una orientación para lograr una cultura socialista de avanzada, para provocar un nuevo resurgimiento en el desarrollo cultural socialista, estimular la creatividad cultural de toda la nación y mejorar la cultura como parte del poder de nuestro país para mejorar y garantizar la base de los derechos e intereses culturales de las personas, enriquecer la vida cultural en la sociedad china e inspirar el entusiasmo de la gente hacia el progreso.”

Por eso son las invitaciones para conocer China, el despliegue de su tecnología, la enseñanza del mandarín. Chávez aprovechó esa ‘apertura’ cultural, se hizo otorgar un préstamo chino que está pagando con petróleo, un préstamo de inversión para infraestructura cuyo desarrollo lo llevan a cabo empresas chinas. Ese es la guerra económica china que destruye o vuelve dependiente la industria nacional. Como se puede ver, el llamado ‘poder suave’ no es tal; es la punta de la daga que penetra en sectores de la sociedad que proyecta a China, un régimen totalitario, como un modelo a seguir para los incautos. Pero en esos paseos al imperio celeste nada se deja conocer sobre los derechos humanos, ni la explotación de los trabajadores.

En el informe mencionado se estudia la influencia de estas potencias sobre Latinoamérica, Argentina, Perú, Polonia (polarización) y Eslovenia. El caso colombiano para los chinos y rusos ya sería pan comido, pues además de contar con las Farc y el ELN como agentes permanentes de influencia, estamos viendo sus efectos en el próximo debate electoral, resultado de la misma metodología aplicada a los diálogos habaneros. Y el avance de China lo refleja Andrés Oppenheimer en su columna “Trump retrocede, y China avanza en América Latina.”

Tal situación fue planteada en su informe al XVII Congreso Nacional del Partido Comunista de China en octubre de 2007, el entonces presidente Hu Jintao estableció un parámetro que impulsaría a nuevas alturas la capacidad de inversión china en lo que se conocería como ‘el poder blando’. Dijo entonces: debemos mantener una orientación para lograr una cultura socialista de avanzada, para provocar un nuevo resurgimiento en el desarrollo cultural socialista, estimular la creatividad cultural de toda la nación y mejorar la cultura como parte del poder de nuestro país para mejorar y garantizar la base de los derechos e intereses culturales de las personas, enriquecer la vida cultural en la sociedad china e inspirar el entusiasmo de la gente hacia el progreso.

Ahora bien, ¿qué es lo que se define en las elecciones venideras? El poder de la influencia. Superficialmente se trataría de la llegada al poder de un candidato, un partido de ‘transición.’¿Pero qué cómo debemos entender ese poder? Abiertamente es la capacidad de hacer o dejar de hacer según el marco legal. Pero ese poder o autoridad puede utilizarse de manera abierta o discrecional para intervenir en un negocio, obtener una ventaja, ordenar algo, controlar y modificar las percepciones de los demás para abrir al país a una influencia extranjera ‘más provechosa’. Desde luego que contaría con el beneplácito de los negociantes como lo vemos en los tentáculos mafiosos de la economía informal. Como ese poder de la influencia es subjetivo su ejercicio puede ser bien o mal visto por las personas de un mismo país; y esas personas pueden ser inducidas a tener la percepción positiva del mandatario, grupo, ideología, mafia, organización, que es lo que se considera políticamente correcto para ese régimen. Esos son los amigos y apoyadores de la ‘transición’.

Ahí es donde surge la corrupción apoyada por un sistema prevalente o inventado (JEP) porque los abusos sexuales, asaltos a mano armada, asesinatos, secuestros, chantajes, narcotráfico, etc., que serían delitos en cualquier legislación del mundo, cuando esa legislación se subjetiviza con un aparente propósito de ‘paz’ manejado por un grupo, entonces esos crímenes pasan a tener una valoración diferente, justificada según un derecho de rebelión, un interés negociado, etc. Pero las víctimas no se evalúan según una ley subjetiva. Esa es la sabiduría en la respuesta contundente del “Ojo por ojo, diente por diente.”

Así en la eterna lucha por la razón, alguien que en un entorno determinado tiene el poder para decidir qué está bien y qué está mal, puede ser considerado como una mala influencia, un mal gobierno, un pésimo líder, y es la complejidad de esa red de diferencias conceptuales, potencialmente infinita, la que constituye la lucha política para establecer la legitimidad. El poder consistiría entonces en establecer una esfera de influencia en la que el estado o una organización ejercen una dominación política, cultural, económica o militar, directa o indirecta. Pero en una elección democrática no se trata solamente de elegir o continuar el reino de la razón y las leyes, sino el de la ética y la trasparencia. Se trata también de la capacidad de ejercer libremente el pensamiento crítico. Sin esas características, un gobierno corrupto y astuto, mediante su uso torcido de la ley, la propaganda, el uso de la fuerza, le puede estar pavimentando a los incautos su camino al infierno y aun así la gente negocia para pedir o seguir instrucciones.

En nuestro caso se pretende que dizque escojamos la paz de las Farc y también la humillación de que nos la cobren según el estúpido entender comunista. No queremos que se cumpla el trágico destino del Vizconde Halifax, el pacifista, cuando Churchill le dijo: “Se le dio la posibilidad de elegir entre la guerra y el deshonor. Usted escogió el deshonor y tendrá la guerra.”

Por eso, amable lector, si usted ha vivido y actuado dirigido por su conciencia, y no un partido o una alianza, en una defensa radical del bien, encontrará que no es una conciencia personal, sino la conciencia de toda la humanidad. Aquellos que reconocen esa voz tranquilamente pueden votar por el bien de la patria, por encima de los partidos o las alianzas; y al así hacerlo reconocerán claramente la voz de la justicia. Elegir entonces para conducir una democracia es elegir a aquel candidato que, mediante su trayectoria, garantice que su mandato hará posible el apoyo de esa conciencia. Esa es mi definición de la decencia y la dignidad democrática, universal, y no el parecer de un concepto que no ha sido puesto a prueba. Pero también debe ser aquella persona que con su mente brillante, su decisión, su valentía, sentido de honor en el cumplimiento de las promesas, como patriota pueda mantener al país en la dirección correcta con su palabra, ejemplo trasparente y honorable y, sobre todo, con su compromiso radical con todos. Esa sería entonces la garantía de la grandeza para los días difíciles que nos esperan.

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