CIRCO NACIONAL ELECTORAL

Solo falta el ábaco para que en la Registraduría General de la Nación se modernicen y podamos tener la confianza de que los votos que depositan los colombianos sean los que se pre-cuentan, se informan y se contabilizan, como el resultado de la voluntad popular.

Independiente de los delitos electorales, cometidos por múltiples y muy variados personajes, es demasiado inquietante que dentro del sistema electoral colombiano tengamos esas debilidades tan marcadas que nos llevan a desconfiar sobre la totalidad de los resultados, generando una sombra de duda sobre la legitimidad de quienes salen electos para ocupar los cargos que se disputan en las diversas contiendas democráticas.

Departamentos con abstenciones marcadamente inferiores al promedio nacional, senadores con votaciones duplicadas en 4 años y cuyo reconocimiento se reduce a la casa y de pronto en el barrio, pero que han brillado por su ausencia dentro del panorama informativo, retención de la información durante gran parte del tiempo para al final cambiar la tendencia y montar al partido que representa los intereses del actual mandatario y, en fin, todas esas situaciones desconcertantes y sospechosas, hacen que los colombianos nos llenemos de suspicacia sobre la probidad del sistema y de quienes lo manejan.

Empecemos por el gran cacique, que tiene desde siempre, la credibilidad en el cuarto de sanalejo. Nunca la ha encontrado y no sabe qué es coherencia entre el decir y el hacer. Tiene una capacidad histriónica inmejorable; nos engañó durante muchos años para conseguir su propósito, pero, como nada queda oculto bajo el sol, una vez empezó con sus devaneos salió a flote toda su incoherencia espiritual y, lo peor, enlodó a muchos de quienes, con principios escasos, se dejaron seducir por unas ideologías trasnochadas que pretenden entronizar dentro de nuestro territorio.

Seguimos con quien funge como autoridad electoral que desde su composición u origen, tiene todas las inclinaciones a representar intereses partidistas, puesto que lo nombra el Congreso de acuerdo con la cifra repartidora que se tuvo para las elecciones anteriores. Los movimientos que no tengan asiento en esa institución no tienen representación y por ende sus intereses estarán sujetos a la voluntad de estos individuos. No se puede esperar que exista imparcialidad y decisiones justas en personas que obedecen a intereses de alcantarilla.

Para rematar, tenemos en la Registraduría una logística infame y digna del desarrollo mental que poseemos. Desde las urnas, los tarjetones, los marcadores, los formatos, la capacitación a los jurados, la manera de control de las identificaciones de los votantes y en fin, todas esas maneras de facilitar la corrupción del sistema, hacen que terminemos hastiados de un sistema proclive a la manipulación interesada.

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