Coca en Colombia, en alza

Dos informes de diferentes organismos confirman que las hectáreas de coca en el país aumentan. De nuevo, superamos a Perú en el primer lugar. El mundo se inquieta con esta “bonanza coquera”.

Los campesinos saben del gran poder de regeneración de las matas de coca. Basta con que queden pedazos de raíces y tallos para que los arbustos vuelvan a crecer. La imagen se puede trasladar al narcotráfico y su círculo vicioso de grupos armados ilegales, violencia y descuido estatal que a veces ceden, pero que cíclicamente recuperan fuerza, como parece ha ocurrido en los dos últimos años.

El primer aviso lo dio en julio pasado el informe de la Oficina contra las Drogas y el Crimen de Naciones Unidas (Unodc, por sus siglas en inglés): de 2013 a 2014, se pasó de 48 mil a 69 mil hectáreas de coca sembradas.

Esta semana, fuentes del Departamento de Estado, en la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, ratificaron lo que se veía venir: Colombia desplazó de nuevo a Perú del primer lugar en la producción de coca en el mundo. Y se teme que, por mucho, el informe de 2016 registre otra alza porcentual considerable de cultivos.

El análisis de los funcionarios estadounidenses señala que la negociación entre el Gobierno y las Farc ha derivado en que antes de que se dé el posible fin del conflicto armado, los campesinos quieren tener más hectáreas sembradas para recibir más ayudas oficiales en los planes de posconflicto tendientes a erradicar los cultivos y a establecer otros productos agrícolas, ya con las Farc por fuera del control de territorios y de las rentas coqueras.

Pero, igual, advierte esta hipótesis, si la negociación en Cuba falla los cultivadores y las estructuras criminales tendrán suficiente coca regada en todos lados para aceitar la maquinaria del narcotráfico.

Según el presidente Juan Manuel Santos, el país tiene una “oportunidad de oro” si las Farc pasan del campo de batalla a la arena política. En el Acuerdo de Solución al Problema de las Drogas Ilícitas, la guerrilla se compromete a desprenderse de la cadena de los cultivos y del narcotráfico, pero la realidad actual dista mucho de esos compromisos. En departamentos como Chocó y Caquetá, donde está el mayor porcentaje de hectáreas cultivadas, los subversivos controlan la siembra y la producción de la pasta. Y sus tentáculos, según la inteligencia policial, ya se extienden al narcotráfico mismo y la sociedad, por ejemplo, con los poderosos carteles mexicanos.

Aunque el incremento de hectáreas cultivadas antecedió la suspensión de las fumigaciones con glifosato, no es menos cierto que en las regiones de más cultivos el cese de las aspersiones está trayendo un peligroso ambiente de “auge coquero”. Así lo temen las autoridades de Estados Unidos y Europa que notan un repunte de la oferta y que ven la amenaza de “una ráfaga de cocaína barata” este último trimestre de 2015 y el primero de 2016.

Sacar a las Farc del conflicto no garantiza que sus territorios no serán copados por las bandas criminales, el Eln y los mismos reductos que deserten del proceso. El alza de la producción de coca significa que las estructuras criminales tendrán “gasolina” suficiente para alentar aún la desinstitucionalización y lanzar más barriles a la hoguera de la violencia rural y urbana.

Se trata de ciclos y líneas de criminalidad y armas que acompañan la ruta de la droga desde las selvas y campos colombianos, pasando por Centroamérica y Venezuela, hasta llegar a las calles y mercados de E.U. y Europa.

Esta cabeza del ranquin en que nos ubicó la prensa norteamericana tiene cuerpo en la realidad y las cifras, y el gobierno colombiano está obligado a reaccionar y combatir el problema, con o sin firma de paz con las Farc. Hay suficientes razones para pensar que la situación es delicada, en especial porque la coca, la cocaína, sus mercados ilegales y sus beneficiarios perversos no han sido cortados de raíz.

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