Colombia flouxetizada

Una de las primeras promesas que hice en el fin de año fue dejarle mucho campo a la felicidad en 2016. Seguro que muchos colombianos también se apuntaron al mismo propósito: ser feliz, jalarle al don’t worry, be happy, como dice la canción de Bobby McFerrin. Sin embargo, a medida que pasan los días de este año de pocos días festivos, comienza la lucha entre los buenos propósitos y el apesadumbrado panorama que se vislumbra.

Todo comenzó con un clima infernal por culpa del fenómeno de El Niño. La naturaleza está cobrándole a la humanidad. Es absurdo que la temperatura esté tres grados en promedio por encima de lo normal y el déficit de lluvias alcance un 65 %. Por consiguiente, a cuidar y ahorrar agua. Eso es lo que nos piden. Eso sí, no importa que se gasten un jurgo de agua lavando la fachada del Congreso.

Luego llegó la inflación desbordada y la cascada de aumentos que vienen con ella y que le pegan duro al bolsillo de la gente. Que subió el tomate, que subieron los peajes, que subió la leche, chupándose lo poquito que entra de más a los bolsillos de muchos que tratan de estirarlos como si fueran un chicle mascado y sin sabor.

Para colmo de males aparecieron los vientos perversos de la reforma tributaria que se avecina, porque plata es lo que le falta al Gobierno. Pero no importaron los $600 millones que se gastaron comprando las nuevas cortinas de la Casa de Nariño para ver si los ácaros se iban a otra parte.

Y cayó luego lo de Isagén. Al mejor estilo neoliberal, el Gobierno dio un touché certero y vendió su participación mayoritaria en uno de los activos más importantes del país. Un negociazo para recoger la plata que le falta. Un negociazo hecho en una subasta de un solo postor, sin puja, sin forma de que se subiera el precio con un “quién da más”. Todo terminó en una venta directa y a la porra la indignación de todo un país que creyó que a punta de mensajes en Facebook y apagando la luz por 10 minutos se podría parar el nefasto negocio. Señor lector: ¡Dando like a la indignación de su amigo no se salva el mundo! Mientras tanto, en la Casa de Nariño, palmadas en la espalda para felicitar al ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, por lograr la venta y quitar de encima la rabieta de los uribistas. Ah, pero qué va, ¡que viva Colombia, carajo, tenemos película nominada al Oscar! Olvidémonos de Isagén y pensemos en el Abrazo de la Serpiente. ¿Serpiente? ¡La que nos va a morder!

Así arrancó el país y muchas otras cosas han pasado: la acción de Ecopetrol, la empresa de mostrar, por debajo de $1.000; por allá en Cali, a un muchacho futbolista le pegaron unos tiros y quedó inválido; en Soacha un niño lleva desaparecido 29 días, y se murió Carlos Muñoz, el capitán Olvido.

Lo cierto es que con todo esto, ah verraco que queda ser felices. Temo entonces que se va a venir al suelo esa promesa de millones de personas (me incluyo). Ahora toca controlar la ansiedad que causa esperar las nueva perlas con la que van a “enclocharnos” y tratar de no entristecernos porque perderíamos el honroso título del país más feliz del mundo. ¡Sí, somos el país más feliz do mundo!

Los niveles de seratonina se van a ir al suelo. Esa es la maldición con la que cargaremos. ¿Será entonces que Colombia tendrá que flouxetinizarse? ¿Flouxetini… qué? Flouxetinizarse. Hace 28 años inventaron una pastilla que hoy la conocen como la pastilla de la felicidad. Tranquilo, pueblo, no es una droga alucinógena ni ilegal. Se trata de la Flouxetina, del Prozac. Entonces, propongámosle al Gobierno que cambie el voleo de acetaminofén que dan en las EPS por Flouxetina a ver si mantenemos la felicidad, así sea efímera y química, porque al paso que vamos, ser feliz en Colombia será todo un acto de fe.

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