Comienza el fin

Transcurridos los comicios del 6 de diciembre en Venezuela, con miras a la nueva composición de la Asamblea Nacional –el órgano legislativo de ese país-, se debe registrar como contundente y claro  el triunfo de la oposición sobre el gobierno.

Según los datos oficiales -suministrados por la presidenta del CNE después de la medianoche del domingo 6- y faltando diecinueve curules por adjudicar, correspondientes a algunos Estados, la MUD –Mesa de la Unidad Democrática- alcanzó un número de noventa y nueve diputados a la Asamblea, en tanto que el PSUV, Partido Socialista Unido de Venezuela –el partido del gobierno- logró apenas cuarenta y seis puestos.

En extenso discurso pronunciado en la madrugada del lunes 7, el presidente Nicolás Maduro aceptó los resultados –contrariando así lo vaticinado por sus contradictores-  y reconoció la derrota. Obviamente, la justificó diciendo que se había producido como consecuencia de la guerra económica generada por los empresarios amigos de la oposición.  A su juicio, las largas colas, las carencias, las limitaciones para la adquisición de artículos y bienes básicos, los altos precios, la escasez y las dificultades de los venezolanos para comprar los alimentos y productos de primera necesidad tuvieron origen en un plan preconcebido para generar malestar entre la población, y culpar al gobierno, precipitando su declive y caída.

Pero, sin descartar eso de entrada, lo cierto es que desde los meses precedentes, dado el ostensible descontento que se apreciaba en las calles de las ciudades de la República Bolivariana, se intuía la derrota de los partidos oficialistas. A tal punto que el presidente decidió acudir al conocido expediente de la confrontación externa con la vana pretensión de “unir” a su alrededor al pueblo venezolano.

Maduro no ha sido propiamente un buen gobernante. Ha confundido la autoridad con el abuso. Ha concentrado el poder sin ningún escrúpulo. Ha utilizado un discurso agresivo; un lenguaje de ofensa; de ataque; de intolerancia. Con la ayuda de funcionarios de la rama judicial  ha mantenido en prisión a miembros de la oposición. Y el manejo de las relaciones exteriores no ha podido ser peor. Lo que hizo con Colombia, cerrando las fronteras, fue injusto, arbitrario, torpe e inoportuno. Sin olvidar sus insultos a los gobernantes y ex gobernantes de varios países y a funcionarios de organismos internacionales. El mismo domingo iban a expulsar a varios ex presidentes extranjeros.

Pero el punto más débil, que seguramente acabará con el socialismo del siglo XXI: una pésima conducción de la economía.

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