Cómo incendiar a Londres

 

Para incendiar a Londres no se necesitan hooligans ni emigrantes. Bastan dos botellas de gasolina. Esos artefactos se denominan “bombas Molotov”, en recuerdo de un rebelde comisario callejero ruso (esta es una manera decente de decirlo, pero quizás lo más exacto es un gamberro social-terrorista). El asunto toca con los recientes hechos ocurridos en la capital del Reino Unido o Gran Bretaña, sede de la monarquía más estirada del mundo, la misma que hace de los matrimonios de sus nobles un desfile de personajes que se inclinan ante el Arzobispo de la Iglesia Anglicana, aunque no le obedezcan en lo íntimo de sus genitales.

En el año 2000, ciudad de Manchester, Damilola Taylor, un niño de 10 años murió desangrado,  en la escalera de un edificio muy pobre de vivienda subvencionada, por que una banda de jóvenes le hundió una botella de vidrio despicada en una pierna. Hace pocos días estalló la violencia del 2011 en Londres, barrio Tottenham, y luego se extendió al resto de Londres, Birmingham y Manchester. El brote violento comenzó por el enfrentamiento con la policía de un grupo de gamberros donde murió uno de ellos, Mark Duggan, padre de tres hijos con su novia, estudiante universitaria Semone Wilson. Duggan creció en Broadwater  Farm, un edificio de apartamentos con protección oficial. De los 60 millones de británicos, 10 viven en este tipo de vivienda subvencionada por el estado, sitios que albergan a miles de inmigrantes de países de la corona- Commonwealth- antillanos, africanos y árabes, además de otros países que no son del “imperio” extinto. El desempleo y la merma en los subsidios del Estado conforman el caldo explosivo en que muchos jóvenes  se asumen como excluidos o marginados.

Un médico siquiatra de prisiones, retirado, Anthony Daniels, tercia en el debate sobre las causas y tratamiento para esta violencia urbana. Dice: “Los niños británicos tiene  más posibilidades de tener un televisor en su habitación que un padre viviendo en casa. Un tercio de ellos nunca ha comido con otro miembro de su familia en casa. Familia no es la palabra que define la estructura social de la gente en las zonas de donde proceden los protagonistas de los disturbios. Son radicalmente asociales y profundamente egoístas. Cuando crecen no solo son desempleados sino que están destinados a ser inempleables”. Agrega: “Una población que cree tener derecho a altos niveles de consumo sin esfuerzo personal, y que si no alcanza esos niveles en comparación con los demás, lo percibe como una injusticia, se ven a  sí mismos despojados”.

Esta es en buena parte, una foto de la crisis del estado de bienestar, la llamada socialdemocracia. El recorte de fondos del estado que afecta a la mayoría de países de la UE, establece una contradicción: millones de protegidos por fondos públicos en una coyuntura donde los presupuestos estatales son deficitarios. Por eso tienen que hacer recortes y pedir fondos internacionales privados y públicos. El ex presidente del Consejo de Justicia Juvenil, Rod Morgan, afirma: “Hay una elevada proporción de familias en las que ninguno de sus miembros ha trabajado desde hace varias generaciones. Además, el sistema educativo les ha fallado porque sus expectativas de conseguir un empleo son bajas.”

Los violentos disturbios dejan inmensas pérdidas entre los comerciantes y los propietarios de vehículos. Entre los dos mil detenidos se encuentran personas de las más diversas condiciones, muchas de las cuales no tenían necesidad de actuar como saqueadores. El gobierno británico endureció las medidas y no está dispuesto a hacer concesiones a los delincuentes callejeros. Pero ha reconocido las condiciones difíciles de algunas familias y comunidades.

Los comportamientos violentos de los perturbadores del orden público londinense no están exentos de ataques con tintes raciales o culturales entre ellos. No solo quemaron una casa de muebles con 140 años de historia, mataron a patadas a un hombre que intentaba impedir un incendio, sino que provocaron la muerte de tres musulmanes que protegían sus propiedades.

El caso del genocidio en Oslo, 76 muertes, bajo la deforme justificación del miedo y el odio simultáneo a los musulmanes emigrantes, a toda clase de extranjeros residentes, está conectado ideológicamente a esta ola de violencia. No son buenos los augurios para el mundo con esta clase de fracturas. Ni la democracia ni la bondad presunta de los demócratas pueden automáticamente detener este volcán con fumarola activa.

 

 Jaime Jaramillo Panesso

Agosto 14 de 2011

Debate Nacional

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