CON OSCURAS INTENCIONES

Un sabor muy maluco dejó el "debate" promovido por Iván Cepeda contra Álvaro Uribe. Más allá de que, por un lado, no dijera nada nuevo y se limitara a reciclar las denuncias contra el expresidente que circulan en internet (con la excepción de señalar que habría estado en un junta con un fulano Molina, vinculado al crimen de Guillermo Cano, lo que fue inmediatamente desmentido por Uribe con pruebas en la mano) y, por el otro, el jefe del Centro Democrático diera otra muestra de su carácter valiente y frentero y, de paso, desenmascarara a más de un hipócrita, hace daño.

Primero, porque aunque los hechos demuestren que Uribe combatió durante su gobierno con decisión y sin descanso no solo a la guerrilla sino también a narcos y paras, y extraditó a centenares de estos, incluidos los grandes jefes que siguieron delinquiendo después de los acuerdos de Ralito, la repetición amplificada de las acusaciones contra Uribe afectan su imagen y reputación. En este país de desmemoriados la gente no conoce la historia y no recuerda sino lo más reciente. De a poco, a la gente le va calando el discurso antiuribista de los grandes medios que, cada vez que pueden, le hacen eco a los ataques que desde distintos flancos le hacen al expresidente. Calumniad, calumniad que de la calumnia algo quedará, decía Voltaire. Y la extrema izquierda, el santismo antiuribista, y los jefes paras que desde su extradición a los Estados Unidos juraron venganza, han hecho de la calumnia su estrategia. Todos coinciden en querer destruir a Uribe, sin importar los medios ni el costo. Si no pueden asesinarlo, su liquidación moral es buena alternativa.

Segundo, porque Cepeda se ha dado un baño de popularidad que lo fortalece. No hay que olvidar que su padre fue dirigente principal del partido comunista cuando este, según han confesado varios de sus miembros de entonces, actuaba de la mano y a veces bajo la instrucción de las Farc. No es casualidad que uno de los frentes de esa organización terrorista lleve su nombre. Y no se trata de que Cepeda cargue con las culpas de su padre o de delitos de sangre, sino de reconocer que hace parte de la extrema izquierda.

Tercero, porque se les hace el juego a las Farc que, resulta obvio, se deben estar frotando las manos. Con el debate consiguen cambiar el eje de la discusión pública, que giraba en torno a que reconocieran su responsabilidad en miles de horrendos crímenes y las condiciones de reparación a sus víctimas, para centrarse en el paramilitarismo.

No importa que ya no haya paramilitares sino bandas criminales comunes (y aliadas con las Farc), que sus jefes estén extraditados, y que más de medio centenar de parapolíticos hayan sido condenados, otra vez se habla de eso y no, como se debería, de las Farc y de los políticos vinculados a ellas.

Además, el "establecimiento", es decir, lo que no está con la izquierda, se fractura cada vez más. Yo, que trabajé para elegir a Santos en 2010 y que me volví antisantista a fuerza de decepción, no dejo de ver el asunto con preocupación.

Temo que la división permita que en el 2018 por la mitad se cuele un izquierdista populista o uno radical. Ha pasado en otros lados y acá no somos inmunes, en especial con el creciente desprestigio de las instituciones, justicia incluida.

Para rematar, las Farc salen fortalecidas en La Habana. La preocupación de los negociadores del Gobierno ya es evidente. "Esta polarización me preocupa más que cualquier cosa, que lleguemos hipotéticamente a un acuerdo y se vuelva inviable por la polarización que existe en Colombia", dijo hace un par de días Humberto de la Calle. Un reconocimiento de que, como van las cosas, la división del "establecimiento" debilita a los negociadores gubernamentales y pone en peligro la refrendación de los eventuales acuerdos.

Entiendo su preocupación. Pero quizás deberían empezar por pedirle a Santos que no se sabotee a sí mismo. La ofensiva contra Uribe, negada en la plenaria del Senado, solo se pudo realizar en la Comisión II con el ruin apoyo de la Casa de Nariño.

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