Confianza pero no abuso

El pasado 2 de octubre el pueblo colombiano, como pocas veces en la historia latinoamericana y quizás solamente comparable con la derrota propinada a la dictadura de Augusto Pinochet, decidió de manera soberana, independiente y contra el discurso oficialista, No aprobar los Acuerdos celebrados entre las Farc y el Gobierno Nacional.

No se trataba de un mandato de arreglo, ajuste o adecuación; se trataba de negar soberanamente esos acuerdos, lo que conlleva, de suyo y porque así lo establecieron las Farc y el Gobierno, la inexistencia jurídica de los mismos y de todo el andamiaje constitucional que los rodeaba como, por ejemplo, el acto legislativo 1 de 2016.

Así pues, no se puede hablar más de bloque de constitucionalidad ni de acuerdo especial internacional, ni nada de esos exabruptos fundacionales. No hay pues marchas que valgan (yo he marchado en todas) para desconocer el resultado democrático; ni comités, ni consultas populares ni cabildos como tampoco interpretaciones leguleyas y tramposas que pretendan hacerle el quite a la decisión popular.

Empero, si bien es cierto que los acuerdos son jurídicamente inexistentes no es menos cierto que resultan políticamente relevantes. El mandato jurídico del pueblo fue claro: no aprobar el acuerdo; pero el mandato político no lo fue menos: unidad y diálogo.

Hacen bien entonces los líderes del Sí, del No y de las Farc al dialogar; al tratar de convertir una política de gobierno en una verdadera política de Estado. Sin mermeladas y sin mayorías. Una verdadera política de unidad para que sea un pacto realmente estable y duradero.

Por eso a los demócratas no nos caen bien las fechas límites o perentorias o las propuestas tendientes a aprobar el “nuevo acuerdo” por el Congreso, salvo que incluya a todos los del No. En suma, no nos gusta que se pretenda un autogolpe de Estado, desconociendo el escrutinio popular o, que se descalifiquen a las mayorías democráticas llamándolas ignorantes, incultas o desinformadas.

El Gobierno debe generar entonces puntos de encuentro y lazos de confianza y, en consecuencia, no debe jugársela a los dictámenes de los tiempos actuales en donde los opositores no estamos, ni de cerca, en la disposición de abrazar las armas y la violencia, si se desconoce el mandato democrático de las mayorías.

Generar confianza y creer en ella es lo que corresponde, a contrario sensu, jugársela a que como los de la oposición no vamos a acudir a las armas para generar brotes de inestabilidad y violencia, es una pésima estrategia y un histórico error de cálculo político, amén de una medida antipática y dictatorial.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar