Correazos

Rafael Correa es un hombre brillante encajonado en el comportamiento de un malcriado autoritario. No acepta críticas ni reclamos. Cree que su sillita presidencial es intocable, y ante cualquier asomo de crítica descarga su ira incontrolable. Su imagen de estadista se desfigura cuando su comportamiento desborda las funciones presidenciales, y entre insultos y manoteos, sobrepone su temperamento al cargo que ostenta.

Sería ridículo no reconocerle a Correa logros en la estabilidad económica y el desarrollo del país vecino. Sin embargo, la luz de los progresos es opacada por un estilo de gobierno peligroso que es capaz igual de hacer callar a un menor de edad porque lo insulta o a un medio de comunicación que no se alinea con sus propuestas.

Las anécdotas que reflejan el comportamiento impulsivo y violento del mandatario se cuentan por decenas. La última, hace poco más de tres semanas, ocurrió cuando un joven de 17 años, al paso de la caravana presidencial, le gritó insultos y le hizo gestos obscenos con sus manos. Lo que no dejaría de ser una niñería irresponsable, pasó a mayores cuando el mismo presidente se bajó del carro y fue directo a donde el menor para exigirle respeto, no sin antes empujarlo y jalonearlo -en palabras de la madre-. ¿Qué tiene que hacer un mandatario, líder de un país, cabeza del destino de una nación, respondiendo con violencia a los insultos de un imprudente? Nada. Pero así es Correa.

Aunque el episodio parezca menor no pasa desapercibido en Ecuador. Si bien el presidente dice que los escándalos se magnifican y que, particularmente en el caso del joven grosero, quería darle una lección, las historias que lo dibujan como un hombre intolerante son repetitivas. ¿Si ante las cámaras que graban es capaz de zarandear a un mocoso irreverente, qué no hará con su poder desde Carondelet?

La forma de un presidente dice mucho del fondo. El estilo agresivo de Correa, impensado en cualquier mandatario de una democracia estable y limpia, se refleja en sus explosiones coléricas, pero también en las leyes que impulsa para detener las críticas que pueden afectar a su gobierno. Nadie tiene el derecho de oponérsele. En la silla presidencial solo se toleran aplausos y alabanzas. Se esfuerza en construir un camino solo empedrado de vítores, que es al mismo tiempo, la vía que lo llevará al fracaso.

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