Cruda realidad

Ante la terrible realidad que estamos viviendo, nos sorprenden cada noche los arrebatos publicitarios.

Bajo una pedrería verbal muy propia de nosotros, con alegres anuncios de reformas y proyectos, alegatos jurídicos y leyes que no se cumplen, la realidad en Colombia es frecuentemente escamoteada. La vivimos día a día, pero el discurso oficial la desconoce. Titulares de prensa y noticieros, para no hablar de congresistas y políticos, también.

Y lo cierto es que la realidad que estamos viviendo es terrible. No hay otro calificativo más justo para definirla. Es terrible la inseguridad que nos asalta a diario. Secuestros, homicidios, extorsiones, paseos millonarios, atracos a plena luz del día. Si eso ocurre en las ciudades, ¿cómo reinará ella en las zonas rurales?

Terrible la pobreza. Nos extiende su mano en cada esquina. Muy grande el desempleo. Es real. ¿O acaso podrá llamarse empleo formal la venta de chicles y colombinas?

Terrible la corrupción, cáncer que ha hecho metástasis entre nosotros. Aparece en todas las áreas de la administración pública, pero también en contratistas privados, inversionistas y hasta comisionistas de bolsa.

Terrible la justicia, deformada a veces por los prejuicios ideológicos de una vieja izquierda con genes marxistas, por intereses y manejos políticos o por plata; es decir, por corrupción. Nuestro mundo político no es ajeno a ella. Los partidos parecen más bien maquinarias de colocación y reparto de favores.

Terrible la salud, con sus abrumadores trámites que dejan morir enfermos por el retraso de una operación.

Ante esta realidad comprobada, incuestionable, nos sorprenden cada noche en los noticieros los arrebatos publicitarios del Gobierno. “Estamos transformando a Colombia”, tal es su vanidoso lema. Y aunque pueda reconocérsele al presidente Santos aciertos en campos como la educación, la búsqueda de nuevos tratados de libre comercio, el manejo de la política internacional o el desarrollo tecnológico, sus anuncios parecen más las atrayentes promesas de un candidato y no los de un presidente en ejercicio. Por ejemplo: ‘Yo, Juan Manuel Santos, con la esperanza de 47 millones de colombianos, me la juego por la paz’; ‘la salud de los colombianos es un desafío que no da espera, y su solución seguirá siendo nuestra prioridad’; ‘cuando se piensa en grande, se logran grandes objetivos’; ‘imaginemos un país libre, imaginemos un país sin límites’. Muy bonito, sí, pero lejos aún de la realidad.

Otra realidad que es preciso mirar de frente: los acuerdos de paz. Sí, realidad es que corresponden hoy a una nueva estrategia de las Farc, convencidas de que con los fusiles no llegan al poder. Realidad, también, que si llegaren a firmarse, el país podría, al fin, vivir sin más voladuras de oleoductos y torres de energía, sin minas quiebrapatas, sin cilindros bomba y masacres; lo que hemos padecido por más de 50 años. Pero es real que esto no se consigue sin los dos inamovibles condicionados por la guerrilla, como son la ausencia de castigos penales para ella y su conversión en fuerza política. El famoso Marco Jurídico para la Paz es una máscara para no alarmar a la opinión con tales inamovibles, pues delitos de lesa humanidad, que supuestamente quedarían en pie, los cometen las Farc todos los meses. ¿Quién se atreve a negarlo?

Inaceptable sería para el país que al lado de tal impunidad cientos de militares, ellos sí injustamente procesados o condenados, siguieran sufriendo tal castigo. Inaceptable, también, la no entrega de armas, los cambios en la estructura constitucional del Estado gracias a una constituyente y el desarme de la Fuerza Pública, como lo piden las Farc en La Habana.

Cruda realidad que pretende encubrirse hablando de amigos y enemigos de la paz. Pura pedrería verbal. Hay que llamar al pan, pan y al vino, vino.

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