“Cuando la muerte se convierte en esperanza”

Conmueve escuchar a una mujer que dice estar feliz porque por fin comienza la exhumación de cuerpos en la zona de “La Escombrera” en Medellín.

Su nombre es Margarita Restrepo y es la madre de Carol Vanessa, una jovencita que tenía 17 años cuando desapareció en medio de la fuerte ofensiva de la operación Orión en la Comuna 13 en el año 2002. Ella cree, con su intuición de madre, que el cadáver de su hija puede estar allí bajo esas toneladas de escombros y basuras. Para Margarita, certificar la muerte de su hija, después de buscarla por más de una década, es una esperanza, es una ilusión.

Sólo quien ha perdido un familiar cercano, uno de sus afectos del alma, en ese limbo sin nombre de la desaparición, puede entender hasta dónde se llega a multiplicar el dolor cuando no existe el alivio de una tumba.

Qué oscuro destino el de un país cuando la muerte se convierte en esperanza. El título de esta columna lo tomo prestado de una gran crónica escrita hace 28 años en la revista Cromos por un colega que hablaba ya en esa época de 5.000 desaparecidos, y del camino tortuoso que deben seguir sus familias. Faltaban por sumarse a ese mundo oscuro los desaparecidos de la operación Orión y muchos colombianos más víctimas de los violentos de todas las esquinas. Casi tres décadas después, todavía muchos de los que lloraban en esa época esperan a sus muertos o a sus vivos que no regresaron. Es un duelo que golpea más porque muchas veces la muerte no es lo peor; lo más difícil es la incertidumbre, el no saber, el no entender, el no encontrar, el no poder llorar, el eterno esperar. Por eso, con frecuencia la muerte se convierte en la única esperanza.

Para decenas de familias, el proceso que comenzó ayer en Medellín con la búsqueda de cuerpos en la que puede ser la fosa común urbana más grande del mundo, es una luz, una alternativa. Y para el Estado es una obligación porque ya es justo ponernos al día con uno de los pendientes de nuestro conflicto: los desaparecidos deben salir de las sombras, recuperar su dimensión humana, su nombre y sus dolientes para que el sufrimiento de tantas familias se logre paliar después de tantos años.

Nadie sabe cuántos cadáveres hay bajo las basuras y los escombros. Jorge Mejía, consejero para la convivencia de Medellín, dijo que pueden ser 80 o 90, pero esa cifra podría quedarse corta porque alias don Berna dijo alguna vez que fueron por lo menos 300 los que enterraron allí. ¿Cuántos se podrán recuperar en esta operación que se ha planeado por ahora para 5 meses? ¿Habrá respuesta para todos? Comenzando la operación y en una zona tan grande es difícil saber. Se trabajará en cuatro puntos, porque es imposible removerlo todo y con los días se sabrá si “La Escombrera” nos va a devolver a los muertos. Vale todo el esfuerzo porque estamos obligados como sociedad a cerrar heridas, a dar a las víctimas por lo menos el nombre en una tumba para reivindicarlas y cerrar los duelos de las familias.

Es simbólico que tantos desaparecidos hayan terminado perdidos en medio de un basurero. Tal vez los muertos de “La Escombrera” representan tantas y tantas verdades que se entierran, se ocultan, se esconden porque, si no se habla de ellas, no existen. Pero de los muertos de “La Escombrera” se debe hablar en voz alta y también de sus victimarios. Esos cuerpos llevan años allí, las familias lo decían, muchos lo sabían y solo ahora empezamos a buscarlos. Ojalá, además de alivio para el duelo, traigan también pruebas y verdades.

Invito al lector para que piense por un momento, por un instante, que es su hijo, su hija, su padre o su madre, quien podría estar enterrado en un basurero. Piense por un instante que la muerte es su única esperanza. Tal vez de pronto podamos entender por qué Margarita se llena de una alegría amarga al ver los primeros trabajos en “La Escombrera”.

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