Cuando no es no

¿Será mucho pedir que De la Calle nos responda acerca de sus aspiraciones presidenciales?

Luego de que a Piedad Córdoba se le ocurriera hace poco lanzar a Humberto de la Calle como candidato presidencial, este respondió: “La prioridad son las negociaciones de paz, a las cuales dedico todo mi esfuerzo. No es conveniente polarizar ni las discusiones, ni a los negociadores”. Es decir, fue un no poco rotundo. Como de combate.

La realidad es que la única razón de que De la Calle no se convierta en candidato presidencial para las próximas elecciones del 2018 es que no quiera.

Y ojalá no quiera, aunque, entre pergaminos y trayectoria, lo tiene todo. Fue Registrador Nacional, Ministro de Gobierno de Gaviria y Vice-presidente de Samper, dignidad a la que renunció con gran decoro cuando arrancó el proceso 8.000. Y cuando el presidente Santos le ofreció este chicharrón de la paz, no dudó un instante en aceptarlo por razones estrictamente altruistas, a pesar de que históricamente los colombianos que han hecho ese mismo oficio salen de él como si los hubieran pasado por una licuadora.

Por eso sorprende que aunque las Farc se desprestigian cada día más, y tienen contagiado no solo el proceso de paz, sino hasta al Presidente de la República, De la Calle se mantiene como en una especie de burbuja. Incluso después de la entrevista con Gossaín, la gente ha llegado a creer que mientras el Presidente ya no será capaz de pararse de la mesa de negociación, De la Calle sí lo haría, si le toca. Es como si lo consideraran el único vocero serio del proceso, cuando la verdad es que, como negociador, De la Calle no puede llegar sino hasta donde lo dejen las instrucciones de su jefe.

Pero De la Calle tendría que ser de palo para no dejarse halagar por las cifras de las encuestas. Su popularidad del 43 % contrasta con la menguada favorabilidad del 24 % del Presidente y con la incredulidad de los colombianos sobre el resultado de La Habana, que subió a 62 %. Es decir que a De la Calle le creen más que al Presidente y más que al proceso, lo cual es una hazaña.

Hasta el senador Álvaro Uribe se dejó seducir de su encantadora capacidad de convicción. El expresidente se declaró más tranquilo luego de escuchar esta semana a De la Calle en el Congreso, hablando de dejación de armas y ya no simplemente de desarme; reconociendo que para llegar a un cese del fuego bilateral definitivo se requiere la concentración de las Farc, como lo ha propuesto Uribe, y asegurando que no se va a aceptar una vigilancia armada al Estado en el posconflicto.

La candidatura presidencial de De la Calle parece, pues, inevitable. Pero ¿es conveniente?

En principio no es bueno que un negociador con las Farc tenga ambiciones presidenciales. Saber que si firma la paz se coronará de gloria, mientras que si no la firma quedará condenado al olvido, no le es indiferente. ¿Cómo capotear la tentación de los cálculos políticos para no dejarse desviar del altruismo? La rectitud de De la Calle no tiene discusión. Lo que se discute es si los halagos de una candidatura presidencial son los mejores consejeros de un negociador y si, ante la menor duda, no estaría obligado a escoger entre lo uno y lo otro.

Por eso, en aras de la credibilidad del proceso y de la tranquilidad de que no está buscando posiciones propias, me gustaría escuchar a De la Calle negando su candidatura presidencial de una manera más convincente. De pronto más parecida a lo que se conoce como la “declaración Sherman” (o the Sherman Statement); cuando al general de la guerra civil norteamericana William Tecumseh Sherman le ofrecieron la candidatura republicana en las elecciones de 1884, declaró, para despejar cualquier duda: “Si nominado, no aceptaré; si elegido, no serviré”. Desde entonces la “declaración Sherman” es considerada en la jerga política nortea-mericana la fórmula sagrada del no rotundo.

¿Será mucho pedir que De la Calle nos responda acerca de sus aspiraciones presidenciales con la claridad del general Sherman?

Entre tanto… El Ministro de Defensa sigue desescalando el lenguaje. Según él, esta semana murió un soldado, no como consecuencia de un ataque de las Farc, sino de un “hostigamiento de guerrilleros del Frente 40” mientras el Ejército hacía un patrullaje en el Meta.

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