¿Cuánto vale usted?

Quisiera saber cómo deciden la cuantía, cómo establecen que por una niña son 20 y por otra 300.

¿Se lo ha preguntado alguna vez? ¿Qué recompensa darían por usted si lo secuestran? ¿Cuánto por sus asesinos si lo matan? ¿Qué cifra por atrapar a los que pongan una bomba en su pueblo? En definitiva, ¿qué valen usted y los suyos para el gobierno de turno?

Es hiriente comprobar que hay ciudadanos y ciudades de primera, de segunda y de ínfima categoría.

Dos bombazos en Bogotá, con un herido grave y sin muertos, valen 100 millones de recompensa para agarrar a sus autores y que Santos regrese de inmediato de un viaje oficial. No sé si fue por la capital o por el dueño de Porvenir, pero interrumpió su presencia en la enésima cumbre del año para estar presente en uno de los estériles consejos de seguridad en la Casa de Nariño.

Sin embargo, para pescar a los que pusieron la bomba de Tumaco de mayo pasado, que le costó la vida a un policía y dañó un sinnúmero de viviendas, ofrecieron 50 millones.

La libertad de la hija pequeña del director DNP, a la que sometieron a la abominable tortura de un secuestro (a ella y a su familia), valió una recompensa de 300 millones y que varios ministros se desplazaran a Cúcuta a interesarse por su caso.

La niña Yessica Paola Arias, desaparecida en el parque Tayrona el viernes 26 de junio, no ha merecido hasta la fecha ninguna visita ministerial a sus papás, y en 20 millones de pesos cifraron la recompensa por ayudar a encontrarla, es decir, el valor de su vida.

La desaparición de Paula Ortegón, de 36 años, no valió ni los 5.000 pesos que le habría costado a un investigador de la Fiscalía el pasaje en chiva al pueblo del que se la llevaron. Y no hubo un peso de recompensa, que es una práctica ruin y anticívica, pero muy útil para medir el interés oficial por la víctima.

Recuerdo los 500 millones por los matones de Mateo y Margarita, estudiantes capitalinos asesinados en Córdoba, una tragedia espantosa pero igual de abominable que el crimen de otra pareja de universitarios –Silvia y Juan Carlos– por cuyos asesinos ofrecieron 100 millones de pesos que luego subieron porque la comparación con los bogotanos levantó ampollas.

No sé qué pensarán en Tumaco y en otras partes de Colombia que sufren permanentes ataques de esos desalmados que pontifican sobre lo divino y lo humano desde Cuba. Hasta la fecha, Santos nunca ha cancelado una de sus innumerables visitas al exterior por ellas.

Quisiera saber cómo deciden la cuantía, cómo establecen que por una niña son 20 y por otra 300, que por un policía y una ganadera nada, que una ciudad vale 50 y otra 100; quién tiene la última palabra sobre el valor de una vida humana, si existen límites, si es según soplan el viento, los medios y el Presidente, como me temo que ocurre. ¿No debería haber transparencia y criterios equitativos? Aunque lo ideal sería suprimir las recompensas.

NOTA: mi sentido pésame a Matador, compañero de página. Debe ser angustioso saber la hora de la muerte de tu padre, verlo sufrir al punto de pedir irse antes de tiempo.

Como católica practicante no podría hacerlo, resistiría hasta que Dios quisiera llevarme. Pero no tengo autoridad moral para criticar la voluntad de quien decide que acaben con su vida porque padece una enfermedad terminal y no resiste más. Si Ovidio González consideró que ese debía ser su fin y no perjudica a nadie, no veo por qué impedírselo. Pero que también se respete a los médicos que no quieren aplicar la eutanasia por sus principios morales.

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