Cuarenta y siete años de terror


La revolución cubana inspiró a Fabio Vásquez Castaño para la fundación del Eln, guerrilla de corte marxista que desde sus orígenes se ha dedicado a la extorsión, al secuestro y, últimamente y por cortesía del moribundo Hugo Chávez, al tráfico de drogas.

Son muchas las maniobras criminales de la denominada Unión Camilista que la mamertería criolla se ha encargado de eternizar, como si de gestas históricas se tratara. Con el corazón henchido, narran las tomas de Simacota y Papayal, acciones demenciales que se constituyeron en la cuota inicial de la descomposición de nuestro país.

Eln —al igual que las Farc— es sinónimo de sinvergüencería y degradación. Se trata de una guerrilla cuya capacidad de daño es ilimitada. Cuando al mando de la organización estaba el Cura Pérez, se impuso la tesis de impedir que los recursos naturales —léase petróleo— fueran explotados por empresas extranjeras. Para lograrlo, se resolvió volar sistemáticamente al oleoducto Caño Limón-Coveñas. Sus defensores de oficio, muchos de ellos camuflados en la academia y en algunos círculos de poder político, sostienen que se trata de una guerrilla romántica, ideológica que mantiene su accionar con “aportes voluntarios” y, cuando la situación se endurece, con “retenciones”. Falso. El Eln es una criminal banda de secuestradores y narcotraficantes. La autodenominada y autoconformada sociedad civil que en julio de 1998 se reunió con los comandantes de esa organización ilegal para firmar lo que conocimos como el “Acuerdo de Puerta del Cielo”, aceptó y permitió que el Eln continuara raptando a civiles con fines económicos.

Releyendo el texto del acuerdo suscrito en Alemania, avergüenza que los voceros de la sociedad hayan acordado —numeral 10— que el Eln suspendiera los secuestros de menores de edad y los de personas con 65 o más años. Dicha concesión se constituyó en una aceptación tácita para que los ciudadanos entre los 18 y los 64 años puedan ser plagiados.

El pasado 4 de julio, el Eln cumplió 47 años de historia delincuencial. Para celebrarlo, emitió una proclama que desempolvó el caduco discurso comunista que supuestamente los rige. Quieren hacernos creer que mientras secuestran y trafican con cocaína, sustancia que los hace fabulosamente ricos, estudian a profundidad los textos de Engels y Kropotkin.

Dice el Eln que “la rebelión, la insurgencia y la subversión de todo ese estado catastrófico, no sólo es una necesidad, sino una obligación. En medio del genocidio que se agudiza y como un natural instinto de supervivencia hoy, la lucha armada se hace más urgente que nunca. Además, nos asiste el derecho universal de los pueblos a rebelarse ante la tiranía”. ¿Cuál tiranía? ¿Acaso no existen en nuestro país los canales suficientes para tramitar democráticamente todas las diferencias? No podemos creer las falacias de la guerrilla que, a punta de manifiestos panfletarios, pretende tender una cortina de humo tras la cual continuará con el multimillonario negocio del tráfico de cocaína.

Aunque en algunos sectores no ha sido bien recibida la propuesta de paz lanzada por monseñor Juan Vicente Córdoba, un hombre impoluto, bienintencionado y, sobre todo, sensible frente a la violencia. Creo que el Gobierno debería permitir que la Iglesia católica lidere un acercamiento que desemboque en la desmovilización de la guerrilla, pero bajo los presupuestos legales vigentes, que cierran la puerta a una amnistía general. Se equivocan quienes aspiran a un proceso de paz con la guerrilla que no incluya condenas, verdad, reparación, cárcel y, si es del caso, extradición de quienes tengan cuentas pendientes con la justicia de otros países.


Ernesto Yamhure

Elespectador.com

Julio 7 de 2011

 

 

 

 

 

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