Cuidado

No diga 'secuestro' porque es 'facho', ni 'retención' porque es 'mamerto', ni 'desaparición'porque es estar del lado del Gobierno. Limítese a los hechos.

Piense usted en esa señal amarilla que dice “Cuidado: piso húmedo”: levantarse en Colombia, con el pie que usted prefiera, es avanzar a pesar de esas señales, resignarse no solo al suelo resbaladizo, sino a resbalarse. Por ejemplo, he estado esperando noticias del paradero de la periodista Salud Hernández-Mora, como a punto de rezarle a quien toque, porque también yo me niego a encogerme de hombros cuando se dice que aquí lo mejor es temer y que solo la gente armada puede darle la vuelta a Colombia –y además conozco a Hernández-Mora por un par de amigos y un par de temas en común, en fin–, pero he preferido callarme porque cualquier cosa que uno dice frente a estas barras bravas es un error. Cuidado: no diga “secuestro” porque es “facho”, ni “retención” porque es “mamerto”, ni “desaparición” porque es estar del lado del Gobierno.

Limítese a los hechos: cuente que Hernández-Mora llegó el miércoles 18 al municipio de El Tarra, en el Catatumbo, detrás de una crónica sobre la erradicación de cultivos; que pretendía establecer contacto con el Eln en esa tierra de bandas; que el sábado 21 viajó a otra vereda para encontrarse con quién sabe quién que había estado buscando; que hace una semana no se sabe más de ella, y estamos todos esperando. Acepte que en este punto Hernández-Mora, que es de derecha cuando opina pero cuando narra los rincones vedados de Colombia es sobre todo valiente, podría estar haciendo entrevistas, pero también podría estar secuestrada por la guerrilla. Cuente que la familia de Hernández-Mora reza, allá en España, para que ella vuelva bien. Y el Eln guarda un silencio infame.

Limítese a lo que se sabe porque es en el relato en donde queda claro lo importante, lo que es.

Que es esto: que desde que ponen un pie afuera de sus ciudades los reporteros de acá entran a un país alérgico al Estado, sí, y también a un lejano Oeste abandonado por los gobiernos como si desatender hubiera sido una política pública; que en Colombia los periodistas son corresponsales de guerra; que aquí lo mejor es rezar. Y que sí, vivimos en pugna por el proceso de paz, nos hemos convertido en un tribunal que injuria en las redes sociales a todo el que esté en la otra orilla (“todos los periodistas son unos enmermelados con la lengua en el trasero del gobierno”, me escribe, por compartir noticias de Hernández-Mora, una señora que se describe como una “abuela uribista”), pero podemos ponernos de acuerdo en los hechos, en que no puede ser lo corriente tener que aclarar que no se está del lado de ningún secuestro.

Es propio de estos tiempos de redes que muchos se sientan obligados a dejar en claro lo que piensan, “nunca me ha gustado el tonito de la columnista Hernández, pero…”, antes de saber qué está pasando: es usual que salgan a exigir, frente a su “Colombia”, que el Eln libere a “la periodista española”, que la reportera deje de sabotear el proceso de paz, que el Gobierno “dictatorial” responda por lo que está pasando en los titulares. Hoy en día los políticos lanzan calumnias para estar a la altura de los tuiteros: “qué coincidencia que desaparezca una piedra en el zapato del Gobierno…”. Hoy en día los funcionarios caen en la trampa de armar y de calmar las protestas en las redes sociales. Y miles de colombianos salen a aclarar que ningún desaparecido tiene ideología.

Pero el hecho es que, así uno no crea en desmontar la guerra, sino en exterminar bandidos, esta es una sociedad resbaladiza acostumbrada a la violencia. Y que incluso la Vuelta a Colombia –que se inventó en 1951 para crear la ilusión de que había Estado en todas partes, pero lo cierto es que nadie puede darla sin una tropa al lado– es prueba de que compartimos una escalofriante capacidad de vivir como si nada.

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