DE LA GERENCIA PSIQUIÁTRICA EN LA POLÍTICA MACONDIANA

Ignorar la deslealtad, la indiferencia, la hipocresía, el disimulo, la frialdad, y la capacidad de traición de los antisociales que fingen sentimientos, pero que no aman ni sufren por nadie, es uno de los mayores infortunios de la gente bien intencionada.

Carlos E. Climent

La Locura Lúcida

Editorial Panamericana, Bogotá, 2014

Descifrando el pergamino final de Aureliano Babilonia se me dio por un experimento de percepción política espontánea con un grupo de amigos y familiares. Sometí un texto a su consideración y les pregunté que a quién creían que describía y de qué época era. La respuesta unánime fue: Juan Manuel Santos y la época es el 2014. Les dije: “Se equivocan. Se trata del político francés Joseph Fouché (1759 – 1820) quien ejerció su poder durante la Revolución Francesa y el imperio napoleónico. Presidente de la Comisión de Gobierno, Ministro de Policía de Francia, Ministro del Interior. La descripción la hace el psiquiatra  Carlos E. Climent en su reciente libro “La locura lúcida” en el capítulo ‘Los antisociales en la política.’ Carcajada general. Dice Climent con citas incorporadas de Stefan Zweig:

“Es un farsante redomado que jamás habla con claridad ni da la cara. Su carácter frío y calculador lo hace un malabarista mental, con más de zorro que de tigre. Dotado de una natural antipatía para ligarse completamente a alguien o algo.

Conocedor de la cobardía de la gente, “sabe que un gesto feroz y un ademán de terror ahorran casi siempre el terror mismo.”

Su incansable ambición y su imbatible condición camaleónica le permiten el escalamiento y el arribismo descarados.

“Su frialdad imperturbable lo lleva en el momento decisivo a traicionar y derribar por la espalda al amigo de antaño.”

“Como el más sutil de los oteadores sabe lo que puede halagar a sus electores y promete lo que con certeza sabe que no podrá cumplir.”

El fin último de sus actos es el poder y el beneficio personal. El medio es la falsa modestia, la manipulación, el cálculo, las apariencias, la superficialidad, la mezquindad y el egoísmo sin límites. Es el no ser nunca el objeto visible del poder. La estrategia es la espera paciente en la oscuridad. “Hasta que no se aniquilen los apasionados, no empezará la época de los que supieron esperar, de los prudentes.”

“Colocarse parapetado detrás de una figura principal, empujarla hacia adelante, y en cuanto avance excesivamente, en el instante decisivo, traicionarla de manera rotunda.”

Nadie iguala el genio tenebroso en inteligencia, astucia, audacia, perseverancia, autodisciplina, paciencia y capacidad de sacrificio. Nadie lo supera en su impasibilidad frente a las provocaciones, ni su sangre fría frente a las crisis sin siquiera pestañear. Lo único que le importa, su credo fundamental, es estar siempre con el vencedor, jamás con el vencido.”

Leído el texto, le pregunté a uno de mis amigos que me definiera gerenciar. Y muy lúcido nos ilustró: Es prever, organizar, mandar, coordinar y controlar las operaciones de una empresa. Propuse entonces que cambiáramos empresa por estado y tendríamos un estadista, pero que el problema surgía cuando se confundía estadista con las características asignadas a Fouché. Y que eso fácilmente ocurría en una sociedad aquejada de anomia; es decir, la carencia de leyes, o una justicia efectiva, que se evidencia cuando sus instituciones y esquemas no logran aportar las herramientas imprescindibles para alcanzar los objetivos de las mayorías, explicando así el porqué de conductas antisociales, alejadas de lo que se considera como normal o aceptable. Entonces se ‘vende’ como ‘normal’ el tragar sapos, la impunidad, el ignorar víctimas, el pretender forzar el perdón de un terrorista para que después se haga ‘normal’ que ‘legalmente’ gobierne el loco lúcido de maneras elegantes, hablar pausado, sonrisa renovada, un Dr. Mata.

En el contexto anterior entenderíamos el final de “100 Años de Soledad” como el de un sistema de espejismos; de ahí que el deporte nacional sea quebrar las ‘imágenes’ personales en el espejo de la mala prensa, o las vidrieras de los bancos; es decir, una terapia desesperada en busca de la realidad, quedándonos con el pecado y sin el género, en este caso, la reflexión; por lo que pretender ‘explicar’ periodísticamente, por ejemplo, la enemistad entre Uribe y Santos como una clave necesaria para ‘desactivar’ algo que no le conviene al país, es una ingenuidad. Contra la anomia social, el acceso de la locura lúcida al poder, la sustitución de lo normal por lo anormal, lo único que funciona es prever, organizar, hacer valer, coordinar y controlar la racionalidad, ordenar los valores en prioridades claras, visibilizar y hacer vigente la ética; es decir, una gerencia psiquiátrica de transición para una sociedad enloquecida, en trance de elegir la locura lúcida con camuflado político. La condena a los 100 años de soledad surge de nuestra incapacidad para diferenciar esa locura enquistada en el tejido social, en la familia, las relaciones de amistad, los negocios. Ponemos el grito en el cielo cuando se hace evidente en el mandatario, el togado, el terrorista que pretende gobernar, los carruseles, negociados, los diferentes ‘falsos positivos,’ etc. que se convierten en algo ‘habitual,’ por el lavado de cerebro de noticieros y medios. ¿Cuál debe ser nuestra actitud? Poner esas ‘normas’ al descubierto, pues nos programan para tragarnos lo inaceptable con la consecuente confusión moral.

Lo más trágico de la locura lúcida es cuando se invoca como razón de estado; de ahí que John Lennon, con contadas excepciones, dijera: “Nuestra sociedad está gobernada por individuos dementes que tienen motivos irracionales. Es probable que me tachen de loco, pero creo que nos gobiernan maniáticos con objetivos disparatados. De eso trata la locura.”

¿Por qué se reencarna Fouché en las genealogías viciosas? Por la lujuria legisladora que confunde a la opinión, en el momento justo, como si fuera el fetiche intocable; por la insolidaridad que permite el surgimiento y mantenimiento de las minorías terroristas y sus adláteres; por la envidia que ‘nivela’ las iniciativas de justicia, prefiriendo la mentira de la culpa del otro que desemboca en la impunidad, violencia y corrupción.

Sé que es difícil señalar ese punto en el que confluyen locura, cultura y política para identificar con precisión y responsabilidad lo que marcaría la diferencia. Bástenos decir que la sabiduría para el manejo del estado no puede existir en donde vemos que el sujeto en cuestión se sobrevalora como para querer pasar a la historia; se cree con el derecho de disponer del futuro de un país, invocando la Constitución, usando a los otros cual corte de tartufos y bufones. Por el contrario, los que verdaderamente están llamados a ejercer la política como un destino superior, lo hacen sin alardes, fieles a su palabra; es decir, son sinónimo de Integridad, retomando siempre el camino que el país necesita en términos  de una verdad cimentada en lo correcto, por las razones correctas, del modo correcto para el futuro de la patria. En La Habana  el secreto mal gerenciado ha convertido nuestra poca esperanza en la paz en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la buena  imaginación que debería ser constitucional.

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