¿De quién fue la culpa?

Les va mal a nuestros negociadores en La Habana, porque calcularon mal al enemigo. Y no ellos. Fueron los que sirvieron de avanzada a esa audacia y ahora ejecutan una hábil retirada táctica. Y ante el desastre, nada más a propósito que unos culpables.

La búsqueda de culpables es la prueba reina de cualquier fracaso. Por ahí sacamos en limpio cómo le va al doctor Santos con sus tertulias en La Habana. O cómo les va a Sergio Jaramillo y a Humberto de la Calle, sus emisarios para apaciguar la fiera. Les tiene que ir muy mal, ya lo sabíamos antes de abrir el telón a esta representación funambulesca. Pero cuando el ministro Carrillo lanza mandobles contra quienes nos hemos opuesto a que se entregue el país a las Farc, pone al descubierto la calidad de noticias que le llegan desde Cuba.

Pero aunque quieran evitarlo, se dejan conocer la angustia. Que ha llegado al extremo de jugarse una carta tan pesada como la del reconocimiento de Maduro y Jaua, a cambio de que les ayuden con 'Márquez' y 'Santrich'. Por escasamente letrados que sean los del Gobierno en achaques diplomáticos, sabrán que la visita de nuestra Canciller a rendir pleitesía al dueto golpista de Caracas -Maduro y Jaua- supone la bendición colombiana a una dictadura. Esa visita, calamitoso error, fue preparada por el embajador de Venezuela en la OEA, el desapacible Chaderton.

Ya Jaua viajó a La Habana, para hablar supuestamente de política y de béisbol con Chávez, pero en verdad para pagar el favor recibido de Santos, intentando mejorar las maneras de las Farc en la mesa de negociaciones.

Alto precio el que paga Colombia por ese favorcito. Reconocer gobiernos golpistas es asunto en extremo delicado. Y nos parece que aún tratándose de un juego de póquer, demasiado alto. Nos vienen al recuerdo Esaú, cambiando su derecho de primogenitura por un plato de lentejas o Ricardo III negociando su reino por un caballo. Las lentejas o el caballo podían ser muy apetecibles en sus circunstancias, pero siempre parece mejor soportar el hambre o asumir el riesgo.

De modo que estamos de acuerdo en que gobierne un moribundo, o un muerto, que ambas cosas se dicen, y que desde luego no puede tomar posesión de su cargo, con tal de buscar aliados para impedir, prorrogar o suavizar un desastre. En esas andamos. Pero no sobra contratar una póliza de seguro, que es lo que el doctor Carrillo hace, volviendo culpable al uribismo del fracaso santista de La Habana.

Las Farc no se conforman con lo mucho que ya les dieron: reconocimiento político, publicidad gratuita y un salvavidas providencial cuando estaban exhaustas, prácticamente exánimes. Así rescatadas, justificadas y fortalecidas, se sienten con agallas para venir por lo demás. Y lo demás es la Nación entera. Una política agraria a su medida, impunidad total para sus crímenes, ejercicio pleno de un poder político que no llegaron a soñarse y garantías que equivalen al imperio de su fuerza con la destrucción de la nuestra, la legítima de nuestro Ejército, nuestra Policía y nuestros jueces.

Cuando el destape de las cartas ha quedado en evidencia, el Gobierno se siente maniatado entre sus propias redes o perdido en su propia jungla. Y es cuando, desesperado ante el riesgo, pide socorro. Y se lo pide a quienes considera, con muy buenas razones, los jefes de sus contertulios, que son los del gobierno golpista de Venezuela.

Desde cuando leímos El jugador, de Dostoyevski, sabemos de lo que es capaz un jugador desesperado. Aquí lo inaceptable es que el que lanza restos no lo hace con su patrimonio, sino con el de los colombianos.

Les va mal a nuestros negociadores en La Habana, porque calcularon mal al enemigo. Y no ellos, habrá de reconocerse. Fueron los que sirvieron de avanzada a esa audacia y ahora ejecutan una hábil retirada táctica. Y ante el desastre, nada más a propósito que unos culpables. Que por variar somos los que respetuosamente ejercemos lo que llamaba Joseph Folliet la "sagrada función de la protesta".

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