Derecho a disentir

Uno de los elementos fundamentalísimos de la democracia es el derecho que le asiste a los ciudadanos a disentir, a manifestar sus diferencias dentro del marco normativo vigente. Hemos alegado en múltiples oportunidades que esa libertad es la que elimina toda justificación para la existencia de grupos armados ilegales que invocan una supuesta falta de garantías como razón de su existir.

El animal político no es un autómata. Como ser racional, de manera libérrima decide, de acuerdo con sus creencias e intereses, la tendencia ideológica que va a respaldar con su voto. Las normas legales en los regímenes democráticos protegen la libertad de elección de los ciudadanos. En Colombia, por ejemplo, la Constitución (artículo 40) garantiza el derecho a elegir y a ser elegido y a integrar partidos políticos “sin limitación alguna”.

Y esa ilimitación es la que garantiza que el ciudadano que pertenezca a determinada agrupación política pueda, sin perjuicio alguno, disentir de algunas de las decisiones que allí se adopten.

Todos los partidos tienen tendencias. Miremos el ejemplo del conservatismo colombiano que desde mediados del siglo pasado ha tenido cuando menos dos corrientes claramente identificables. Nos referimos al “Laureansimo” y al “Ospinismo” que con el tiempo hizo transición hacia el “Alvarismo” (por Álvaro Gómez Hurtado) y el “Pastranismo” (por Misael Pastrana Borrero).

En esa emulación a nadie medianamente inteligente se le ocurrió plantear que unos u otros fueran expulsados de la colectividad. Cuando un sector ganaba, el derrotado inmediatamente ejercía oposición interna. En algún momento, cuando Misael Pastrana logró un cambio en los estatutos del partido, generando alteraciones en el enfoque doctrinario, Álvaro Gómez montó una disidencia que fue exitosísima: el Movimiento de Salvación Nacional, un grupo aferrado a los valores tradicionales del conservatismo que interpretó el sentimiento de un amplio sector de la militancia.

El uribismo de hoy enfrenta un debate interesante. Por primera vez se integra un movimiento que recoge los pilares fundamentales de quienes creemos en las ideas del doctor Uribe Vélez. Este proceso ha estimulado una encantadora discusión, pues a ella se han integrado sectores de orígenes diversos. Vemos ex militantes del MOIR, ex guerrilleros del M-19, antiguos liberales, algunos conservadores, independientes, sectores de derecha y unos cuantos que tienen un pie en el UCD y otro en La U. Una variopinta de tendencias que se identifican con la Seguridad Democrática, la Confianza Inversionista, la política social, el Estado austero y el modelo de democracia por cercanías al que se ha llamado “diálogo popular”.

Cuando en un partido confluyen personas de origen distinto, es obvio que haya discrepancias, hecho que en absoluto es nocivo. Al contrario, aquello enriquece la deliberación y amplía el espectro del cuerpo de doctrina que se pretende presentar al electorado.

Aquello es un ejemplo de civilidad que harta falta le hace a nuestra democracia.

Por eso, genera preocupación que al interior del UCD haya sectores intransigentes que pretendan destrozar el ejercicio democrático que se está adelantando, al pretender aplicar la denominada “disciplina para perros”. No es admisible que se cuestione la fidelidad a las ideas del ex presidente Uribe de quienes tenemos dudas respecto del lánguido desempeño del doctor Óscar Iván Zuluaga en la campaña electoral. Nuestra preocupación es legítima y nuestras críticas merecen gozar de las máximas garantías que revisten cualquier proceso de democracia.

El nuestro no es un partido totalitario donde las críticas se castigan con el ostracismo, el matoneo y la descalificación personal. El argumento de que las diferencias deben ventilarse en privado, en tono apenas perceptible para que de puertas afuera parezca que “acá no está pasando nada” es lo más antidemocrático que he oído en muchos años. Estamos en la era en la que todos los ciudadanos podemos participar abierta y espléndidamente de la suerte política de nuestra sociedad.

En tiempos en los que la comunicación política es abierta para todos, los cónclaves cerrados, reservados para los “jefes” están fuera de lugar. Eso no solo no afianza al naciente partido, sino que genera desconfianza en los electores.

A los votantes se les cautiva con propuestas, con un discurso envolvente, con un programa de gobierno que genere entusiasmo, no con amenazas de expulsión ni con constreñimientos, que por cierto en Colombia están tipificados y castigados con hasta 6 años de prisión.

@ernestoyamhure

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