Desajuste y desacomodo de un país

Si algo han mostrado las últimas elecciones es el desajuste, el desacomodo de un país cuya mayoría política se contenta con unos resultados electorales sin atreverse a ver aquello que en la realidad nacional ha quedado al descubierto: el peso muerto de desgastados conceptos sobre una territorialidad desfasada por los desplazamientos campesinos y urbanos, por la globalidad creada por las nuevas organizaciones del narcotráfico que han degradado etnias como la afrocubana en la región del Valle, del Cauca y el Pacífico, por la destrucción de la idea de ciudad a manos de poderes incuestionados por las leyes. Y, paralelamente, lo que implica la presencia de un limbo jurídico, de un vacío institucional como el que estamos viviendo. Y es la crisis final del lenguaje convertido en mentira retórica en boca de  caricaturescos personajes como esos magistrados y jueces que describió magistralmente la pluma de Balzac. O como la ruina de la vida del campo que describe agudamente Azorín y fustiga al describir una sociedad mediocre, la mirada de Ortega y Gasset cuando con Antonio Machado, con Unamuno se deciden a descubrir la España verdadera o sea la España que sufre, y,  recuperar de este modo el aliento perdido de las verdaderas tradiciones. ¿Si no nos duele algo cómo podemos decir que lo amamos?

Cuando el ejercicio de la política se degrada en manos de vivos y granujas, cuando la tarea de la justicia se deforma en manos de logreros, es entonces cuando las virtudes del hidalgo se suplantan por las habilidades  de la delincuencia de cuello blanco. Es el diario pugilato colombiano donde se dan codazos a diestra y siniestra para convertirse en la versión criolla del nuevo rico. Para los grandes pensadores, críticos sociales, el nuevo rico es por antonomasia el advenedizo social, son aquellas Alzates que acerbamente describe Carrasquilla como ejemplos del trepador social a toda costa. Imaginemos hoy a un adolescente pueblerino que estudia Derecho no para afianzar la noción de justicia y democracia sino con un fin único: hacerse rico y acceder de este modo al “alto mundo social” capitalino. Jubilado, cuenta con riqueza, tiene cinco vehículos, diez guardaespaldas pagados por el Estado, un peluquero y un sastre. ¿Qué aporte puede hacer un personaje de esta calaña a la necesidad de humanizar la justicia? Por supuesto el personaje comprobará que nunca podrá llegar a esos altos círculos de poder social de los cuales soñó hacer parte y se convertirá finalmente en lo que se llama un resentido, otro personaje preferido por Balzac.

¿Cuáles pueden ser los valores que aporten a la nueva vida pública estas clases sociales que se quedan viviendo en la indolencia? La historia de la corrupción en Colombia supone la presencia de un renovado club de nuevos ricos ignorados por la justicia, pero, Francisco el Papa acaba de decirnos que a los políticos, los empresarios, los religiosos corruptos no les basta con pedir perdón sino que deben devolver a la comunidad lo que han robado. No necesita decirlo el expresidente Uribe,  las Farc ya se han instalado en nuestra vida política y su descomunal y mal habida riqueza mostrará el rostro de otros nuevos ricos. Lo bueno es que por fin estarán saliendo del clóset tantos activistas que durante décadas se camuflaron como perseguidos ante la opinión pública. ¿Estarán capacitados para cambiar las ruinas de su retórica totalitaria por la pluralidad de la democracia? Es aquí donde el concepto de oposición política tiene que fundamentarse en los argumentos que legitiman una verdadera democracia para construir una sociedad abierta, pero, esta vez,  a partir de la libertad, constituida en un derecho inalienable que nos lleve a luchar contra los totalitarismos disfrazados.

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