Desencuentros en la Cumbre

Para darle credibilidad al descompuesto sistema democrático en el hemisferio es imprescindible denunciar a los gobiernos que violan los derechos humanos.

Si “el segundo matrimonio es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”, como escribió el ilustre Dr. Samuel Johnson, la VII Cumbre de las Américas sería el triunfo de la ópera bufa sobre la solidaridad democrática.

De sus nueve ediciones, siete oficiales y dos extraordinarias, lo memorable han sido los desencuentros, los desacuerdos y los berrinches de los líderes de los países del hemisferio. ¿Recuerda el asombroso “comes y te vas” con el que Vicente Fox invitó a Fidel Castro a la Cumbre Extraordinaria en Monterrey (México), ante el temor de que Fidel y George W. Bush se encontraran en los pasillos? En Mar del Plata, Néstor Kirchner, Evo Morales, Hugo Chávez y hasta Maradona escenificaron sus sainetes en cumbres alternativas con el fin de desairar a Bush, quien se fue de la reunión sin despedirse. Luego vino la farsa del dueto formado por el ecuatoriano Rafael Correa y el nicaragüense Daniel Ortega, quienes se negaron a asistir a la reunión en Cartagena porque Cuba no había sido invitada.

Y de los acuerdos hemisféricos en las cumbres, ni quien se acuerde, si es que hubo alguno.

Para esta séptima edición oficial de la Cumbre la expectativa era grande, pues no solo asistirían Raúl Castro, el dictador preferido de la mayoría de los gobiernos suramericanos, y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, sino que lo harían en el marco de una lenta normalización de sus relaciones diplomáticas. Una circunstancia especial que dio pie a especulaciones fantásticas como esta, que escribió un comentarista aficionado a la hipérbole: “La historia recién ha comenzado: ya nada es como era ayer”.

Pero el gozo pronto se fue al pozo, después del fenomenal faux pas de Obama al declarar a Venezuela un peligro para la seguridad nacional. Una declaración sin mucho sentido, aunque necesaria legalmente para poder proceder con las sanciones a siete individuos, pero que también sirvió para empoderar temporalmente a Nicolás Maduro. Los alberos, tan dados a los excesos verbales, ahora exigen que Obama no solo se disculpe, sino que derogue las sanciones a los siete venezolanos señalados, y con razón, como violadores de los derechos humanos.

En su afán por evitar confrontaciones políticas entre el bloque de países del Alba y Estados Unidos, el Gobierno panameño ha anunciado que se esforzará por lograr acuerdos en cuestiones básicas como la salud, la educación, energía, medioambiente, gobernabilidad, migración y seguridad. Encomiable esfuerzo, pero insuficiente porque deja fuera de discusión los grandes temas que rebasan las fronteras nacionales, como son el fortalecimiento del sistema democrático, de las instituciones, del Estado de derecho, de los derechos humanos, y nuevas estrategias para debilitar el poder del narcotráfico.

Obama –me dice Charles Shapiro, uno de los diplomáticos que lo asesoraron antes de la Cumbre en el 2009– “debe insistir en el respeto a la Carta Democrática de la OEA, debe hacer hincapié en que la Cumbre debería dejar de ser un club de presidentes que se protegen y se defienden sin importar lo que hacen dentro de sus propios países. La solidaridad democrática debería estar por encima de la solidaridad latinoamericana”.

Desafortunadamente nada de esto sucederá porque lo que los gobernantes de Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Venezuela quieren es perpetuarse en el poder. Correa seguirá acosando a la prensa independiente; Ortega y Morales seguirán avanzando hacia el autoritarismo; Maduro seguirá encarcelando opositores y protegiendo a rufianes con el beneplácito de los países de América Latina que participan en esta Cumbre y que, escudándose en el principio de la no intervención, evitarán denunciar los abusos antidemocráticos de estos sátrapas.

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