Deshaciendo el daño que hizo la guerrilla

Las minas han dejado 11.043 víctimas en 25 años.

El Espectador estuvo en el suroriente antioqueño, acompañando a la única organización civil que hace desminado humanitario en el país.

En el Área Peligrosa Número Dos existe una diminuta y particular minoría: mientras en Colombia todo el mundo ruega porque nunca se tope con una mina antipersonal, aquí hay nueve hombres que de lunes a sábado se ponen un uniforme azul y un casco que pesa un kilo esperando exactamente lo contrario. Son el supervisor Giovanny Zuluaga, el líder Andrés Orozco y siete desminadores, quienes forman parte del equipo de 111 personas que trabajan en esta vereda de Carmen de Viboral llamada La Honda, en La Unión, en Sonsón y en Nariño para la ONG británica The Halo Trust: la única, hasta ahora, con permiso para desminar con civiles en Colombia.

De sol a sol, estos hombres se ponen de rodillas sobre la tierra escanéandola, podándola y esculcándola con cuidado, con detectores de metales y con herramientas, protegiéndose de la humedad con unos protectores de plástico que ellos mismos se inventaron y repitiendo lo que les enseñaron en los entrenamientos: siempre de derecha a izquierda, nunca hacia abajo, separándose el uno del otro a 25 metros de distancia. En el Área Peligrosa Número Dos nadie parece sentir temor. Sin sobresaltos recorren los caminos llenos de palos de madera pintados con colores que les indican qué límites no cruzar, o dónde un compañero encontró algún objeto metálico, o dónde una mina aguarda su turno para ser destruida.

Parada sobre la carretera, con la mirada fija en un letrero blanco que señalaba que a menos de cinco metros sobre mí alguien había hallado una mina, sentí la angustia que debe sentir cualquier persona que se sepa posiblemente rodeado de esos artefactos. Excepto que para ellos la incertidumbre es diaria y real. Los desminadores de Halo llegaron a esta vereda en noviembre de 2014 y delimitaron la zona en la que trabajan, que es de 2.820 metros cuadrados (más pequeña que una cancha de fútbol), porque la comunidad indicó que en ese espacio podría haber minas: ya han hallado tres. En el programa, que opera desde septiembre de 2013, la cifra total es de 106 minas. Cinco de esas las encontraron desde que volvimos de los campos minados.

En la Dirección contra Minas aseguran que en Colombia hay por lo menos 688 municipios bajo amenaza. Con excepción de San Andrés, todos los departamentos están en riesgo. Pero no hay cómo establecer cuántas minas se ocultan en la tierra. Veo el letrero blanco de nuevo y me cuestiono: ¿cuánto tiempo tendrá que pasar para que la gente pase por cualquier rincón del territorio nacional (1’038.700 kilómetros cuadrados) con total confianza? La respuesta, poco esperanzadora por demás, me la dio en Medellín el general Leonardo Pinto, comandante de la VII División: “A las comunidades se les entregan áreas libres de sospechas de minas. Nunca se garantiza que están libres de minas”.

No obstante, los desminadores civiles del Área Peligrosa Número Dos —y de las otras igual— se esfuerzan porque su trabajo no sea en vano. A ellos, como a casi todo el mundo, les interesa tener un trabajo estable y un salario que les resuelva las premuras de la vida; pero el asunto va más allá: les gusta salir a terreno sabiendo que causarán un impacto tangible sobre quienes los rodean. En este caso, sobre las 14 familias que le pidieron a la Alcaldía de Carmen de Viboral ayuda para retornar a la vereda La Honda en condiciones seguras. “Uno tiene que devolverle algo a la región que lo vio nacer”, manifiesta Juan David Rivera, con el mismo tono firme que usaría cualquier político.

Juan David (de 26 años), así como el líder del Área Peligrosa Número Dos, Andrés (de 21) tienen algo en común: ambos fueron desplazados cuando niños por las Farc. Mientras nos llevaba a Cristian (el fotógrafo) y a mí para reunirnos con el supervisor Giovanny, por una trocha llena de piedras que sacudían la camioneta doble cabina como si fuera una maraca, Juan David nos contó que su papá tuvo que salir huyendo con él y sus hermanos para evitar que fueran reclutados por el frente 47 de las Farc. Vivían en Argelia. Pero cuando la vida los obligó a volver a casa, se llevaron al mayor. (Nos reunimos con Giovanny: nos mostró el punto exacto donde Halo dio con su mina número uno).

Por su parte Andrés, sus padres y sus tres hermanos han sido expulsados por la guerrilla dos veces. En la última el destierro comenzó cuando su hermana mayor, de entonces 15 años, recibió un disparo en una pierna durante un enfrentamiento. El cruce de balas no los dejaban salir por lo que tuvieron que resguardarse toda la noche, con el credo en la boca, implorándole al cielo protección, y esperar al día siguiente para poder pedir ayuda. Vivían en un corregimiento de Sonsón, al que se llega luego de un trayecto de siete horas en mula, así que conseguir atención médica no fue nada sencillo. “De milagro no se murió”, anotó Andrés. Él ya encontró su primera mina.

El principal verdugo de esta región durante años fue una mujer de sanguinaria reputación a la que llamaban Karina. Lideraba el frente 47 de las Farc y, hasta que se entregó al DAS en mayo de 2008 con su pareja, fue la pesadilla de cada uno de sus habitantes. Me pregunto qué pensará de gente como S, que alguna vez trabajó bajo las órdenes de comandantes como ella y ahora forma parte de un equipo que reversa este perverso legado guerrillero. “Ojalá más adelante encontremos esas minas que pusieron… o pusimos. La idea es desminar todas las áreas, no perjudicar a la gente, que recuperen los tiempos perdidos”, dice S, quien empezó a trabajar en Halo desde enero con otros tres desmovilizados.

Su labor, aclara Nick Smart, director de Halo en Colombia, de ninguna manera es reparación a las víctimas: es una opción laboral concertada con la Agencia Colombiana para la Reintegración. Y si S y los demás llegaron a esos cargos, enfatiza Smart, es porque pasaron el entrenamiento y los filtros. S agradece que Halo se haya cruzado en su camino: ¡por fin tiene trabajo! “Para nosotros es muy difícil emplearnos”, señala con la voz opacada. S, además, es uno de esos miles de casos en los que la víctima pasa a ser victimario sólo por cumplir años: él y su hermana fueron reclutados cuando eran niños. Los separaron, se reencontraron, planearon la fuga juntos y se escaparon.

En el Área Peligrosa Número Dos conocí, además, que las condiciones del suelo colombiano también son un obstáculo para avanzar. El supervisor Giovanny me explicó que mientras en Afganistán un desminador alcanza a despejar 100 metros cuadrados diarios de tierra, en La Honda el promedio no pasa de cinco metros por lo espeso de la vegetación y por la humedad: no se desmina cuando llueve. En otros puntos de Antioquia Halo ha logrado promedios diarios de 20 metros, pero la rapidez, más que de los desminadores, depende del terreno. Y en un país en el que 11.043 personas han tenido accidentes con minas en los últimos 25 años, la rapidez lo es todo.

Pero para ser rápidos se necesitan recursos. El general (r) Rafael Colón, cabeza de la Dirección Contra Minas, viajó esta semana a Ginebra a buscar financiación con donantes internacionales para un programa que él mismo calculó que vale US$100 millones. En entrevista telefónica, me dijo que si las Farc firman la paz, el Ejército podría disponer de unos 11.000 hombres para desminar. Que si las Farc firman la paz, lo más seguro es que entreguen información útil. ¿Y si no firman la paz, general?, le pregunté. “Pues tendríamos que seguir combatiendo las guerrillas e ir librando territorios como ya se ha hecho. En ese caso los militares deben tener Plan B”, respondió.

Después de pasar un día en el Área Peligrosa Número Dos nos desplazamos a Damas, una vereda de Nariño que está a unas tres horas del casco urbano: una hora se recorre en carro, por una trocha tan o más empedrada que La Honda, y dos se recorren a pie, subiendo una loma de 90° de inclinación (si no lo era, lo parecía) que nos dejó con la espalda y las piernas resentidas. Hasta allá llegaron los pobladores también, ellos sí, intactos y sin quejarse. Conocimos a Carlos Montoya, un joven de 15 años que caminaba con su hermano cuando éste pisó una mina. La explosión los mandó a volar a ambos. Afortunadamente, la cosa no fue más que el susto. Nadie perdió nada.

En Damas, Halo entregó dos terrenos libres de sospechas de minas: en uno de ellos Carlos y su hermano de Carlos tuvieron accidente. Dos funcionarios de la OEA supervisaron que se cumplieran los requisitos, las cintas se cortaron y todos aplaudieron, mientras un oficial de la ONG divulgaba los números para llamar en caso de saber o tener indicios de más minas. María Teresa Posada, habitante de la región y madre de uno de los desminadores, leyó una carta de agradecimiento con la voz quebrada y los ojos aguados. Este es el final feliz que se merece la gente del campo: la amenaza ya no está, pase usted, disfrute de su tierra como se le antoje; pero los finales felices a veces son esquivos.

El primer campo desminado que se entregó pertenece a don Melquiades*. Lucía una camisa roja, un sombrero blanco y una sonrisa bondadosa. Sus hijos, entre risas, me contaron que un día don Melquiades salió de su finca en busca de leña y terminó de bruces en el suelo. “¡A ver con qué hijueputas me enredé!”, vociferó el anciano, iracundo con ese elemento que no conocía, pero que, al parecer, quería poner en duda sus capacidades. Era una mina con jeringa que no se activó porque él no la pisó; Halo encontró cuatro artefactos más en su terreno. “No quiero que salga mi nombre en medios, señorita, porque uno aquí nunca sabe. Hoy estamos bien, pero de pronto mañana la guerrilla vuelve y queda uno como el sapo”.

Porque el miedo es un cáncer que suele hacer metástasis.

Una tarea que no ha tenido complicaciones

Los estándares internacionales, los de Halo y los del Gobierno hacen que la labor del desminado sea segura. La oficial de operaciones de la ONG, Nathalie Ochoa, explica: “En el país sólo operamos en zonas que ya no son estratégicas para ningún grupo armado y que desde hace más de dos años no presentan enfrentamientos”.

En ningún punto de Antioquia Halo ha tenido problemas con algún grupo ilegal ni imprevistos con artefactos explosivos; si los desminadores se atienen a la técnica y no violan las medidas de seguridad, no hay razón para accidentes. Ochoa agregó: “Es un logro haber demostrado que el desminado se puede hacer con personas sin formación militar o sin educación. Sólo tienen que aprender la técnica”.

Hay un aspecto importante a resolver pronto y es la burocracia. El director del programa antiminas, general (r) Rafael Colón, aseguró que los trámites van a pasar de durar un año y medio a ser de cinco meses.

*Nombre modificado por solicitud de la víctima.

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