Después de la Paliza

Lo del domingo no se puede interpretar de manera distinta: Zuluaga le dio una paliza a Santos. Cierto, 500 mil entre 13 millones de votos no es mucho, pero hay que recordar tres detalles.

Primero, se trata de la derrota de un repitente, hecho altamente inusual internacionalmente. Mas normal hubiera sido una victoria clara y contundente en primera vuelta, tipo el 62% de Uribe en 2006. Segundo, sus 3.3 millones de votos son un bajonazo impresionante respecto de los 6.8 millones obtenidos por el mismo candidato en la primera vuelta de 2010, ni hablar de los 9 millones de la segunda vuelta.  Tercero, aunque es muy difícil de probar, lo cierto es que todo indica que Santos perdió por goleada en el llamado “voto de opinión”.

Esta paliza, que algunas encuestas ya comenzaban a anticipar unos días antes, ha causado un interesante conjunto de paradojas. Nunca me imaginé, por ejemplo, que Gustavo Petro terminara en un oficialismo oligárquico al que acusaba, hace unos pocos días, de haberle violado ni mas ni menos que sus derechos humanos. Jamás pensé que fuera posible encontrar a tantas personas que exigieron su renuncia, como colegas políticos de la plana mayor del proceso 8000. Y asi.

Sin duda, la explicación de este cúmulo de paradojas es Uribe y el efecto potencial de las paradojas en la segunda vuelta no es despreciable. Un sector amplio y respetable de la opinión colombiana le tiene aversión a Uribe por una u otra razón y hace extensivos sus temores a la candidatura de Zuluaga.

Cabe una pregunta para empezar. ¿Por que esa aversión transitiva aparece ahora y no en 2010 cuando la estrategia de Santos fue, hasta el extremo de la picardía, uribizar y reuribizar?. Creo que la razón es sencilla: porque en sectores decisivos para la segunda vuelta de 2014 pegó o está pegando la idea de que Zuluaga es la guerra y Santos es la paz.

Un ejemplo es la reciente carta que “los intelectuales” le dirigen a Zuluaga expresándole que saludan los importantes avances obtenidos en La Habana, exaltan la seriedad y diligencia del equipo negociador, y expresan su preocupación por la congelación de los diálogos, por las nuevas condiciones inamovibles que exigiría Zuluaga y por el posible rompimiento del proceso que ello podría ocasionar.

Tres comentarios. Uno, lo cierto es que la metodología del proceso implica que no hay nada pactado hasta que todo esté pactado, así que no es clara la contrapartida empírica de aquello de los  “importantes avances” ni hay respaldo para la noción de que los existentes sean razonables o convenientes, por la sencilla razón de que son secretos. Segundo, no es clara la “diligencia” de un proceso cuyo gestor mismo anticipaba terminar en Noviembre de 2013. Tercero, me sorprendió que los intelectuales nos recordaran que la paz es un derecho inalienable y no se pronunciaran sobre la legitimidad política del proceso específico que defienden.

El gestor del proceso de La Habana fue elegido sobre una plataforma electoral que él mismo resumió muy bien en su discurso inaugural. Claramente, abría la posibilidad de diálogo con los grupos armados ilegales pero se trataba de un diálogo montado, insistía, “(…) sobre premisas inalterables: la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación”. La naturaleza inalienable del derecho que todos tenemos a la paz no admite discusión. Lo que si merece debate es la legitimidad de este proceso específico, en el cual se están violando absolutamente todas las “premisas inalterables” que eligieron al mandatario que lo promovió. Lo cierto es que Zuluaga lo que está haciendo es reiterar las “premisas inalterables” que Santos mismo resumió magníficamente en su discurso de posesión en 2010.

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