Diatriba feroz contra un hombre sentado

Al echarle un vistazo a la primera página de El Tiempo de ayer, como suelo hacerlo, me topé con el llamativo título del editorial, “A propósito de una columna”, y pensé cándidamente, luego de mirar la entradilla, que tan reputado periódico había decidido tal vez tomar distancia –al menos eso- de la columna que dos días atrás había publicado en su páginas María Isabel Rueda con información falseada y calumniosa sobre Óscar Iván Zuluaga.

¡Qué equivocado estaba! No fue sino leer el editorial para comprobar mi necedad. Se trataba, por el contrario de una invectiva contra Fernando Londoño Hoyos por atreverse a comparar en su columna habitual a Juan Manuel Santos y sus triquiñuelas para reelegirse con las marrullas y trapisondas de Ernesto Samper en el sonado proceso ocho mil; y por osar correlacionar la negociación frustrada con conocidos mafiosos –que la prensa ha revelado en estos días- al comienzo de su mandato, con la emprendida luego con otros narcotraficantes del mismo jaez, la que se desenvuelve en La Habana. Lo que el periódico profirió fue una especie de “diatriba feroz contra un hombre sentado”, para parodiar a nuestro fallecido Nobel.

La reprimenda contra Londoño tiene un evidente propósito, así se la quiera enmascarar en la defensa del “decoro y rigor periodístico, incluyendo el apego a la verdad”, como lo pregona el editorial. Como lo confiesa más adelante, “hay sectores interesados en enlodar la reputación de candidatos” que “tienen hojas de vida respetables”. Sí que los hay: la manipulación de la información por El Tiempo es una prueba contundente. Pero para el periódico capitalino parece que solo merecen un llamado de atención tan severo los que discrepan del candidato-presidente Juan Manuel Santos, que es sabido que es el de sus entrañas.

Una doble moral imposible de ocultar atraviesa los grandes medios de comunicación, doblegados por la pauta oficial. Ya la mayoría de los colombianos lo tenemos calado y no hacemos eco de sus maniqueos llamados a la decencia. Un somero repaso del manejo de varios temas sensibles por El Tiempo en los últimos meses lo corrobora.

Los agravios, vituperios e infamias contra quienes no son de sus afectos les importan una higa. Como ha reclamado dolido Tomás Uribe, uno de los hijos del expresidente Álvaro Uribe en carta al director de El Tiempo, a ese rotativo lo ha tenido sin cuidado que un columnista como Gabriel Silva compare a su padre con Pablo Escobar y cínicamente le estampe el mismo tenebroso apodo de “El Patrón”.

Bien se recuerda que en una columna de fines del año pasado, a propósito de la convención del Centro Democrático, Silva expresó que Uribe ejercía un poder despótico tal que “como en el caso de Pablo Escobar, quien no jure fidelidad es hombre 'muerto'”. Aseveró que las palabras que se usaron en la asamblea uribista “son del mismo calibre de las que imperan en los códigos de la mafia.” Para el exministro y exembajador pretender usar la imagen de Uribe en el logo de la nueva colectividad “es lo más parecido al nazismo y el fascismo”. Y presagió un negro destino para Colombia si la nueva vertiente llegare a triunfar: “Nos espera un país a merced de lo que decida el Patrón. Y eso desembocaría en una nueva guerra civil.”

Términos agresivos y bellacos, que poco se ciñen a las buenas maneras que la prensa seria estila. He tratado de encuadrar esas expresiones dentro de los compromisos que pregona la casa periodística de marras “de no hacerles el juego a quienes creen tener patente de corso para pasar de la crítica al insulto, del cuestionamiento al ataque artero”, como lo sostiene el editorial, y no he podido lograrlo. Seguramente somos nosotros los equivocados y esas expresiones son un dechado de decoro, ética y estética, que por tanto no merecen ninguna crítica ni señalamiento por sus directivos y orientadores.

También me ha llamado poderosamente la atención el énfasis de El Tiempo en los deberes de los columnistas (amén de sus derechos), “sobre todo el de la veracidad”. Precisamente esa fue mi reacción primaria, cuando evoqué la columna de María Isabel Rueda titulada “Pregunta que flota en el aire”, dirigida a mancillar la honra y buen nombre de Óscar Iván Zuluaga, éste sí un candidato con una hoja de vida respetable.

Basta repasar las declaraciones de prácticamente todas las personas citadas en dicha columna por la periodista, que desmienten su versión amañada del retiro del superintendente financiero en 2007, Augusto Acosta, al poco tiempo de llegar Óscar Iván Zuluaga al ministerio de hacienda en el pasado gobierno. Se trató, según Rueda, de sacar al funcionario por su oposición a la fusión de dos firmas, una de ellas Interbolsa, maniobra a la cual supuestamente se prestó Óscar Iván. “Quitaron a Acosta del medio y se autorizó la fusión”, asevera la columnista. Totalmente falso. Ese mismo superintendente había autorizado la fusión meses antes de que Zuluaga, para configurar su nuevo equipo en el ministerio, le pidiera la renuncia. Eso desbarata todo el infundio construido por la columnista contra el candidato.

Con el agravante de que el abogado Jaime Lombana, apoderado de los directivos de Interbolsa en el proceso que se les sigue actualmente, indica que le aclaró varios de esos hechos a la columnista antes de publicar su escrito pero ella no tuvo en cuenta sus informaciones. O sea que es una calumnia vil y deliberada, y no un error de apreciación o equivocación. Con el agravante de que el escrito de Rueda más que una columna de opinión es la narración amañada de unos hechos dirigida a sembrar dudas sobre la honorabilidad de Zuluaga.

Sin embargo al periódico El Tiempo no le parece que esa mentira evidente sea el ataque a un candidato con una hoja de vida respetable, ni que deba llamársele la atención a quien tan maliciosamente procede. Además en el curso de esta semana el periódico siguió sembrando interrogantes, al resaltar declaraciones de Acosta sobre enfrentamientos con José Roberto Arango, mientras ocultaba los testimonios de otras personas que desmienten por entero a la columnista Rueda.

El doble rasero se observa también en el cubrimiento de otros dos episodios de esta “guerra sucia”, como El Tiempo mismo la califica, que se ha desatado desde la cúpula del poder, sin escrúpulos ni vergüenza. Los menciono someramente para no fatigar con detalles al lector.

Un grave escándalo ha estremecido al presidente Santos y a personajes de su círculo íntimo y de su campaña, con motivo de un plan de sometimiento a la justicia que se contempló con varios capos de conocidas bandas de narcotraficantes, al comienzo del gobierno. Se llegaron a redactar entonces documentos con el contenido del plan y la metodología de su realización, según han revelado distintos medios confiables, por parte de los intermediarios de semejante tratativa, básicamente JJ Rendón y Germán Chica. Y algunos de los capos han declarado ante autoridades judiciales norteamericanas que pagaron doce millones de dólares a los correveidiles. Santos ha reconocido que las gestiones se realizaron, que tuvo los documentos en sus manos, que delegó en la Fiscalía la definición de una respuesta al respecto, pero que desconoce si se hicieron pagos por los mafiosos a sus “palabreros”. Si esto último sucedió, parece indicar Santos, fue a sus espaldas, como se disculpó Samper en el proceso ocho mil, para proseguir con las similitudes.

Las preguntas han brotado a raudales, pero la gran prensa las oculta. ¿Es lícito reunirse con criminales, como lo hicieron Rendón y Chica, y recibir dinero –si lo recibieron- manchado de sangre? ¿Tenían autorización oficial? ¿Por qué la Fiscalía se quedó callada en todo este tiempo sobre esas gestiones? ¿Si Santos dice que no negocia con narcotraficantes, por qué aceptó que se adelantaran las gestiones, con documentos de intención incluidos, y los remitió a la Fiscalía para que conceptuara sobre su viabilidad?

Parece que el rumbo de ese escándalo es que se le eche tierra encima, para no lastimar la figura del jefe de estado. Basta revisar las últimas ediciones de El Tiempo para comprobar que no merece titulares de primera página, pese a que han caído figuras como las de Rendón y Chica; su cubrimiento es inversamente proporcional a su gravedad. Y no se podrá decir que allí hay un montaje del uribismo: el barullo se originó en círculos cercanos al presidente, como lo son el periodista Daniel Coronell o el periódico El Espectador. Y no se soporta en rumores o consejas, sino en declaraciones judiciales de capos de bandas criminales en estrados norteamericanos.

¿Qué dirán ahora que el expresidente Uribe ha denunciado -apoyándose en testimonios de personas que manifiestan que están dispuestas a declarar ante las autoridades judiciales-, que el señor JJ Rendón aportó dos millones de dólares a la campaña presidencial de Juan Manuel Santos, y que podrían provenir de los doce que los mafiosos dicen haberle pagado? Era el elemento que le faltaba a Fernando Londoño para redondear la comparación del proceso ocho mil con éste, que podría llamarse el de los doce millones: que aquí también los dineros sucios ingresaron a las cuentas de la campaña electoral.

El tratamiento de semejante tejemaneje por El Tiempo es radicalmente opuesto al del extraño “hacker” capturado esta semana, Andrés Sepúlveda, supuesto responsable de “chuzadas” en torno a las negociaciones de paz, dizque para sabotearlas. Este oscuro personaje, de la noche a la mañana, por virtud del poder mediático de la Fiscalía y el gobierno, se ha convertido en un ariete para tratar de horadar la campaña de Óscar Iván Zuluaga. A los medios ahítos de dineros oficiales no les importa que Sepúlveda haya trabajado por años (y que haya seguido haciéndolo hasta ahora) con JJ Rendón, tanto en Colombia como en el exterior; ni que haya prestado servicios a la campaña presidencial de Santos en 2010, o que haya tenido vínculos con el partido liberal o el de la U, no; ni que sea realmente un “saboteador” del proceso de paz, que espía y negocia con información obtenida ilegalmente, inclusive con agencias de seguridad del Estado; lo que los obsesiona es que desde hace tres meses ha prestado servicios a la campaña de Óscar Iván Zuluaga.

No están de por medios denuncias tan graves como el supuesto pago de doce millones de dólares, por ejemplo, que han trenzado a Rendón y Chica en una disputa feroz de recriminaciones con amenazas de demanda, y que los ha llevado a renunciar a sus cargos, de asesor de la campaña reeleccionista el uno, y de director de la federación de municipios el otro. Hechos que no han merecido despliegue con titular superior en primera página, como sí ocurrió con la renuncia elegante y en opinión de muchos innecesaria de Luis Alfonso Hoyos a su  asesoría a la campaña de Zuluaga, solo por haberle ingenuamente creído al señor Sepúlveda unas denuncias sobre presiones de las Farc a electores en el sur del país –cosa por lo demás usual en esta pandilla- y haberlo llevado a un medio televisivo para que lo escucharan.

Ya se otea en el ambiente que el caso va a dar para mucho y que, pérfidamente manejado, con filtraciones a cuentagotas en estos últimos días de campaña, en lo que es ducha la Fiscalía, siendo utilizado para fustigar a Óscar Iván Zuluaga y tratar de debilitarlo, precisamente cuando tiene cazado a Santos en la intención de voto y amenaza derrotarlo en la segunda vuelta. Lo que no pudo la mermelada, ni ha logrado la inopia intelectual del candidato-presidente, se piensa suplir con la más burda artería. Conociendo este nefasto régimen no hay que esperar sino lo peor, por lo cual hay que prepararse para afrontar con valor y decisión las dificultades por venir.

Efectuado este repaso veloz de hechos sintomáticos de las últimas semanas, no vacilamos en preguntar a los catones del periodismo colombiano: ¿Qué será más “polarizante” y estrafalario: comparar a Santos con Samper por dos episodios en que al parecer se movieron millonarias sumas de dólares de narcotraficantes, y que contaminaron sus campañas, o comparar a Uribe con Pablo Escobar por el prurito de denigrar de alguien a quien ayer se sirvió y hoy se odia? ¿Qué merece más repudio y desprecio? ¿Qué se atiene más a la verdad a que están obligados los periodistas: las invenciones de María Isabel Rueda que quieren salpicar la honra de Óscar Iván Zuluaga, o las opiniones –duras e irreverentes si se quiere – del exministro Londoño que establecen un cotejo entre los casos de Samper y Santos y los escándalos de dineros del narcotráfico en su entorno político?

A todas estas, entonces, ¿dónde está la ecuanimidad y respeto a las distintas opiniones, lo mismo que el compromiso con la “veracidad” que proclama El Tiempo en su querella contra Londoño? Si afortunadamente no lograron los terroristas acabar con su vida y convertirlo en un mártir de la democracia, ojalá que la fuerza de sus argumentos y el temple de su personalidad sean suficientes para impedir que insolentes editoriales con veladas censuras consigan convertirlo en un “mártir de la libertad de expresión”.

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