Diplomacia del siglo XXI

Acabo de volver de Barcelona en donde participé la semana pasada en un seminario sobre un tema que en años recientes ha llamado la atención de un sinfín de gobiernos alrededor del mundo. Como el primer embajador acreditado ante el gobierno de Estados Unidos que empezó, en 2009, a usar Twitter de manera oficial, fui invitado por el Consejo de Diplomacia Pública de Catalunya para hablar sobre el papel y el impacto que la llamada “diplomacia digital” tiene en el ejercicio y la conducción de las labores diplomáticas.

En mi última columna me referí a la difusión y atomización del poder y a la multiplicidad de nuevos actores no estatales en las relaciones internacionales, así como a la contraposición entre sociedades abiertas y sociedades cerradas, como tendencias definitorias del sistema internacional del siglo 21. Son precisamente estas características, junto con la explosión del uso de plataformas digitales y sus redes sociales, las que están obligando a diversas Cancillerías a revisar y reevaluar los parámetros, el diseño y la instrumentación de las tareas tradicionales de diplomacia pública.

Indudablemente, este proceso no es fácil. De entrada, los gobiernos y sus instituciones generalmente son reacios a innovar; con la excepción de los bebés, todo el mundo odia el cambio, y las burocracias —y en particular los servicios diplomáticos— no son la excepción. Más aún, el éxito en el uso de estas herramientas implica una mayor descentralización en las labores de diplomacia pública; si se quiere, una especie de feudalización a través de la cual embajadas y embajadores tienen que asumir mayor autonomía de actuación frente a sus Cancillerías. Este reajuste —para una actividad que por reflejo condicionado tiende al control vertical y a buscar minimizar el riesgo— puede ser complejo, pero es imposible estar validando cada 140 caracteres de un tuit en capitales si la idea es, ante la inmediatez y velocidad en la difusión de información vía redes sociales, reaccionar y responder sobre el terreno y en tiempo real. Finalmente, hay que tener claro que el uso de redes sociales y sus plataformas digitales no desplazan las labores tradicionales de la diplomacia; son un instrumento más, novedoso ciertamente, pero que sólo complementa la acción diplomática. El uso de esas plataformas digitales, por bien hecho o sofisticado que sea, no podrá sustituir el diseño inteligente y cuidadoso de la política exterior. Si una agenda bilateral o multilateral o la visión estratégica que sustenta una política exterior son deficientes, la diplomacia pública o digital más sofisticada no podrá subsanar ese hecho.

La diplomacia digital y su uso de redes sociales como herramienta diplomática persigue tres objetivos. Primero, permite escuchar y analizar. En el siglo I, Epicteto escribió que los individuos “tenemos dos orejas y una boca con objeto de que podamos escuchar el doble de lo que hablamos”. Las redes sociales se han convertido en una las fuentes de inteligencia abierta más importantes para cualquier embajada o Cancillería en el análisis de las condiciones políticas, económicas y sociales de otro país. Segundo, ayuda a corregir e influir. Las plataformas digitales facilitan reaccionar a eventos, responder o interactuar con los medios y promover narrativas. Tercero, facilita la interacción con actores relevantes. Hemos visto ejemplos de esta vertiente, instrumentada tanto por países como Estados Unidos buscando incidir en fenómenos de movilización social y política en Irán o Egipto, como Italia o Suecia en el desarrollo de su “marca País”, o como México que a través de su red consular provee información y apoyo a nuestra comunidad diáspora en Estados Unidos.

Las plataformas digitales y el impacto que las redes sociales están teniendo sobre el diseño e instrumentación de políticas públicas — y la creciente validación de éstas vía la interacción de la sociedad civil— obligan a un rediseño de los esfuerzos de diplomacia pública de las naciones. Por ello muchos países han empezado a evaluar mecanismos para ir formando a sus nuevos funcionarios en el uso de la diplomacia digital. Al final del día, el éxito en estos esfuerzos dependerá en gran medida de entender que hoy la diplomacia digital es parte medular de la diplomacia, de una diplomacia integral, sin adjetivos.

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