Donde la puerca tuerce el rabo

A nadie escapa que el actual salario es de risa loca, de broma pesada. No hay duda del rezago que éste ha venido arrastrando por décadas.

Como si fueran pan caliente recién salido del horno, ya comienza a respirarse en el ambiente el aroma electoral. Sólo que a diferencia del olor a bolillo, la fragancia de las elecciones huele a coladera.

Los síntomas clásicos de esta temporada que afectan a políticos chicos y grandes son: las ocurrencias o promesas de una mejor vida y de la solución —en unos cuantos meses— de problemas ancestrales. Si bien esta característica se acentúa en plena campaña políticas de los suspirantes, los meses previos el trabajo de prometer y prometer, recae en los gobiernos que tienen que facilitarle el camino a su partido.

El debate sobre un eventual aumento en los salarios mínimos —propuesto por el Gobierno del Distrito Federal— se enmarca en este contexto. A nadie escapa que el actual salario es de risa loca, de broma pesada. No hay duda del rezago que éste ha venido arrastrando por décadas y de la necesidad de aumentar no sólo el salario mínimo de los mexicanos, sino su calidad de vida. Pero prometer aumentarlo así nada más porque sí, resulta por lo menos sospechoso. Si era tan fácil ¿por qué no se hizo antes? ¿Por qué no se ha hecho en los gobiernos de izquierda? ¿Por qué prometer algo cuya decisión no recae en el ámbito local?

Eso sí, debe reconocérsele al Gobierno del Distrito Federal la creatividad en la propuesta. A nadie se le había ocurrido poner ese tema sobre la mesa con tanta ganancia política. Así, de la noche a la mañana se olvidó el Hoy No Circula, los problemas de la Línea Dorada y la inseguridad. Tan exitosa fue la promesa que el PAN inmediatamente quiso llevar agua a su molino. Porque otro síntoma de los tiempos electorales es, precisamente, que los problemas y los errores se mantienen huérfanos, mientras que las buenas ideas enfrentan peleas de paternidad.

Por supuesto, esta propuesta no iba a pasar tan fácil y menos si esto significaba llevar beneficios a la oposición. Inmediatamente pusieron el grito en el cielo el Banco de México, la Secretaria del Trabajo federal y los empresarios dibujando un panorama tan malo que, de acuerdo con sus pronósticos, llegaría el espectro de la inflación y le seguirían las siete jinetes del Apocalipsis.

Así pues, cuando alguien agarra un tema de bandera política, es donde la puerca tuerce el rabo porque lo más probable es que la promesa no se concrete o se haga a medias.

Otro indicio de que ya llegó la temporada de patos son los cambios de gabinete y el abandono del barco de funcionarios y legisladores. O por ineptitud o por exceso de ambición. En los próximos meses se dará el famoso acto circense del trapecio, donde los políticos que aspiran a tener algún otro cargo renunciarán en busca de otro hueso. En otros casos, el jefe en turno también hará evaluaciones para ver quién no le está ayudando en nada a mejorar la aprobación de su gestión.

En esta temporada se registra una actividad pública en varios políticos tan inusual que podría ser calificada de paranormal. Muchos suspirantes buscarán jalar el reflector a su persona porque tienen interés en la próxima vida de 2015. No sólo eso. También comienzan a utilizar cualquier pretexto para llamar la atención. Justo de la misma manera que lo hizo el diputado Ricardo Monreal con el tema de los supuestos bonos que recibieron legisladores por aprobar la Reforma Energética. Tuvieron que salir incluso los diputados de izquierda a desmentirlo.

La transparencia y la rendición de cuentas son dos términos desconocidos en el Congreso, pero todos tuvieron que reconocer que esos recursos ya estaban previamente autorizados por todas las fracciones políticas.

Finalmente un clásico de la temporada electoral es la aparición de videos y llamadas telefónicas. El problema es que el Blockbuster ya no sólo lo administra el sistema de inteligencia del gobierno federal en turno, sino también el crimen organizado que se le ha dado eso de la dirección de cámaras.

Afortunadamente después de tanto tiempo de observar los mismos síntomas, los mexicanos ya aprendieron a vivir con esta epidemia política a su alrededor, y cada vez es más difícil que se chupen el dedo y se contagien.

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