Economía de la miseria

Arruinada por la caída en el precio del petróleo y la disminución de su producción, Venezuela está viendo reducir peligrosamente sus reservas internacionales.

El próximo 20 de mayo se llevarán a cabo las cuestionadas elecciones presidenciales en Venezuela en medio de una debacle humanitaria y económica, con sus instituciones desmanteladas y millones de ciudadanos (según la ONU 1,3 millones en los dos últimos años) pugnando por salir de su país agobiados por el hambre, el desempleo y el deterioro de los servicios básicos indispensables. Una situación caótica, de la cual el único responsable es el régimen chavista en el poder desde 1999.

Es todavía difícil de creer que esa economía en ruinas era en 1970 la de mayor crecimiento y menor desigualdad en América Latina. Gracias a la bonanza petrolera el gobierno de turno pudo gastar entre 1974 y 1979 más de lo que había logrado el país en toda su vida independiente. En ese período Venezuela llegó a tener el PIB per cápita más alto en la región.

En contraste, los indicadores del FMI muestran una economía que se contrajo 14 % en 2017, después de una caída de 18 % en el año anterior. Se espera que la reducción del PIB en 2018 sea de 15 % y de 6 % en 2019. El desempleo es elevadísimo con tasas alrededor del 30 % y en aumento. Desde 2016 Venezuela entró a la lista negra de los 17 países que en América Latina han experimentado hiperinflaciones. En 2017 el crecimiento de los precios fue de más de mil por ciento y se estima que será más de 10 mil por ciento en 2018 y 2019, respectivamente.

Lo más grave de todo este desastre, es que ni el actual aumento en el precio del petróleo puede sacar a la economía venezolana de ese mal equilibrio en que se encuentra. Aunque cuenta con las primeras reservas probadas de petróleo en el planeta, la corrupción y la ausencia crónica de inversión tumbaron la producción (1,8 millones de barriles en 2017). Esto es una catástrofe, pues el petróleo representa la casi totalidad de las exportaciones venezolanas y es su primera fuente de ingresos y dólares. Los ingresos del petróleo son esenciales para financiar los programas sociales y pagar a los acreedores extranjeros, cada vez más impacientes, las grandes sumas que debe el país.

Arruinada por la caída en el precio del petróleo y la disminución de su producción, Venezuela está viendo reducir peligrosamente sus reservas internacionales.

Desde 2009 hasta 2017 se estima un desplome del 70 %. Es el nivel más bajo (9,9 miles de millones de dólares) desde hace 15 años, cuando además hay que tener en cuenta que una buena parte de estas está en oro, lo que las hace poco líquidas y limita la capacidad del gobierno para asegurar el servicio de la deuda.

En una economía basada casi en su totalidad en el petróleo, la demanda por bienes de consumo se satisfacía con importaciones. Ante la erosión de las reservas internacionales el gobierno cortó brutalmente las importaciones, con lo cual desencadenó la severa escasez de alimentos y medicamentos que hoy aflige al pueblo venezolano. De ahí que el costo de esa crisis para la población haya sido terrible, con racionamientos en la comida y los medicamentos, aumento de la mortalidad infantil y una de las más altas tasas de crímenes violentos. Una pesadilla con un costo para Colombia, que todavía está por verse.

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