Ecuador, la tragedia y el espejo

Ese dolor que termina de caer sobre Ecuador a pedazos, nos recuerda que Colombia y Antioquia están en zonas de riesgo y que solo la prevención y el control nos evitarán un desastre parecido.

El olor del polvo revuelto de las cientos de edificaciones licuadas por el terremoto del sábado pasado apenas se asienta. Los ecuatorianos no terminan de pasar el terror de aquella jornada en que las paredes aleteaban y la tierra crujía. Además de dolernos como nos duele, esa tragedia debe servirnos como un espejo para mirar, a tiempo, cuán preparados estamos en Colombia para afrontar un evento de esta magnitud.

Preparados para prevenir y atender semejantes riesgos en un país que también recibe los efectos del Cinturón o Anillo de Fuego del Pacífico. Son 22 países y allí estamos. Un repaso rápido confirma que 475 municipios de Colombia, el 35 por ciento, están calificados como de amenaza sísmica alta. En Antioquia, son 59 en ese mismo rango, el 47 por ciento del mapa regional.

Según expertos y datos consultados por El Colombiano, en el territorio hay dos temblores diarios, aunque por fortuna sin consecuencias.

Ante la evidencia de que no estamos excluidos de las amenazas de un movimiento telúrico a gran escala, es pertinente preguntar qué tan preparados estamos a nivel nacional y departamental.

Los especialistas observan que más que el movimiento mismo del piso terrestre, la destrucción y las pérdidas humanas y materiales las producen las edificaciones colapsadas. Y que ello ocurra en mayor o menor cantidad, como lo vemos hoy con ciudades costeras y medias de Ecuador, depende de la calidad de los materiales y las especificaciones de sismorresistencia de la infraestructura pública y privada. Del control con que se autoriza su construcción y de los elementos estructurales que ayudan a minimizar su vulnerabilidad cuando ocurren los terremotos.

“Grandes ciudades son sumamente vulnerables y la ocurrencia de las tragedias, por imprevisión y desidia oficial, y en casos por codicia e impericia de constructores y diseñadores, no puede excluirse en esas áreas densamente pobladas”.

“Construcciones que no cumplen con normas técnicas, en su mayoría de tipo informal, concentradas en los sectores más populares (…) Hay edificios de cinco pisos sin columnas. Son como un castillo de naipes”.

Así lo advertían a este diario los ingenieros Luis Gonzalo Mejía y Juan Diego Jaramillo, en un informe que recuerda que a Antioquia y el Valle de Aburrá los alcanza el influjo de los fenómenos del Pacífico y los atraviesan aún enormes limitaciones en la calidad estructural y constructiva de sus municipios.

La pobreza y la informalidad de numerosos asentamientos urbanos, como se vio en Ecuador con edificios de columnas flacas y con mal diseño, son factores determinantes para ahondar los efectos de estos fenómenos naturales, con la conmoción humana, el caos social y la ruina económica que desatan y que lleva años superarlos.

El otro frente, en el cual también nos descubrimos limitados, es en el de la preparación de las comunidades para afrontar las emergencias posteriores a los terremotos. Los planes de evacuación que deben simularse y contemplarse con anterioridad. Todos esos mecanismos de respuesta inmediata que aminoran la improvisación y que permiten rapidez y eficacia en la atención durante y después de los fenómenos sísmicos.

Ecuador duele. Y su dolor debe pincharnos para que, en todas las instancias, nos preparemos como corresponde.

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