El 2014

El canasto de reformas constitucionales aprobadas al finalizar 2013 ha resultado ser un paraíso publicitario para el gobierno, que lo proclama por doquier como rotundo triunfo gracias a que el viejo partido hegemónico regresó a Los Pinos. El Pacto por México, apoyado muy particularmente por el PAN, fue el que en realidad logró sacudir el terco impasse legislativo que había apresado a la partidocracia.

De ahí a que las reformas nos sean presentadas como panacea del desarrollo nacional y que de ellas se desprendan bajas en precios de energéticos y fortalecimiento de todas las actividades sociales y económicas hay un largo trecho.

Los observadores más cuidadosos saben muy bien que son sólo el primer paso de muchos hacia la transformación del país a una comunidad moderna y eficiente. Falta el trabajo detallado y desgastante de detallar las reformas y convertirlas en operativas.

De nueva cuenta, parece que la tarea correrá a cargo del las cámaras legislativas. Su integración actual la facilitará.

Mientras se realizan los trabajos para poner al día al aparato económico y situarlo a nivel de competencia internacional, no olvidemos que una gran parte de nuestra población sufre graves daños bajo la constante amenaza del crimen organizado. El mejoramiento económico es en buena medida rehén de la inseguridad que se generaliza por todo el país.

Hay que regresar a los años de la Revolución de 1910 para encontrar un estado de inseguridad y violencia en las calles y plazas como la que hoy en día se vive en muchas regiones donde la autoridad pública simplemente no existe y la gente busca cómo recurrir a la autoprotección, no contra alzados revolucionarios luchando por sus ideas, sino contra vulgares homicidas y secuestradores. La segunda pacificación nacional después de la Revolución está por hacerse.

El desarrollo nacional es inevitablemente un todo indivisible. Iniciamos 2014 completando las reformas pactadas, cuyos logros están íntimamente ligados a la Reforma Educativa, que es el elemento central para fincar una cultura nacional de tranquilidad y espíritu de trabajo que se desarrolle en un clima de paz interna.

Lograr esa gran comunidad unida en un esquema de trabajo y respetuosa convivencia no es realmente responsabilidad del Congreso, por mucho que en sus comisiones y plenarias estén representados todos los sectores sociales. Corresponde a cada uno de nosotros, a cada individuo y a cada familia.

Las reformas que se integran al escenario deben ser el detonante de una nueva actitud ciudadana frente al destino nacional, consistente en dejar atrás las tolerancias y complacencias que dejaron que nuestro país se deslizase, sin advertirlo a tiempo, hacia el desorden que ahora queremos enmendar.

Más que nunca se requiere que la ciudadanía se interese en su propio futuro. Las leyes y reglamentos secundarios que hay que aprobar son una nueva coyuntura que hay que aprovechar para exigir que los representantes populares, en las curules y los escaños del Congreso, hagan bien su trabajo al definir los detalles de las reformas que por fin fueron aprobadas.

Todos hemos aprendido mucho en los últimos tiempos y particularmente ahora, en el curso de las discusiones que se realizaron en torno a las reformas en educación, energía o estructuras políticas. Llegó el momento de actuar conforme a metas y compromisos. La etapa de tanta consulta ya pasó.

Esas lecciones no deben caer en el vacío ni para unos ni para otros. Los legisladores no deben ignorar que se encuentran frente a un electorado mejor informado, vigilante y éste, si lo quiere, será  de verdad exigente.

La coyuntura de 2014 es mucho menos grave, desde luego, que las que experimentan otros países atormentados por necesidades y escisiones que parecen imposibles e irreconciliables. Nosotros no tenemos por qué no superar la nuestra.

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