El abrazo de “Timochenko”

¿Se imaginan cómo fue el abrazo de “Timochenko” con los camaradas a su llegada a La Habana? Palmadas en la espalda de satisfacción y habanos en la boca para celebrar con risas socarronas el “¡mirá hasta dónde hemos llegado!”.

Escena hipotética deprimente. El máximo jefe de las Farc, el hombre más buscado de Colombia, a quien miles de miembros de la Fuerza Pública buscan, llegó a La Habana amparado y protegido por su perseguidor acérrimo que terminó convertido en su agente de viajes para ir al país de los sueños de cualquier guerrillero: Cuba.

“Es parte del proceso normal de negociación”, dijo el presidente Juan Manuel Santos, tratando de llevar al terreno de la obviedad lo sucedido. Algunos dicen que Juanma tuvo argumentos válidos que apelan al secreto de Estado y sus facultades extraordinarias en medio de un proceso de paz. Vayan y vengan los argumentos jurídicos y constitucionales, pero a muchos que piensan en la dura realidad que ha vivido Colombia durante tantos años y a aquellos que la han vivido en sangre propia, resulta algo inaudito. Uno entiende que en la dialéctica de la paz se aprietan y se aflojan clavijas, que se cede y se recoge, se talla y se contempla, ¿pero a son de qué valía la pena darle semejante gabela a la guerrilla?

Sumemos otro ingrediente contradictor. Santos mantiene el discurso de la persecución a los cabecillas de las Farc, porque “el deber del Estado es capturar a los terroristas”. Mientras el Gobierno hace alarde de retórica, la guerrilla hace alarde de práctica, pegando duro, quemando vehículos y cometiendo atrocidades como si fuera una bestia con hambre. Esas son las cosas que siembran desconfianza en ciudadanos del común.

El procurador Alejandro Ordóñez pidió explicaciones, válidas por demás: ¿Se levantaron las órdenes de captura en contra del jefe guerrillero? ¿Se le dio estatus de negociador?, preguntó. Santos se salió por la tangente. Claro, el problema es que habló el Procurador, un abierto opositor al proceso de paz, que peca puritanamente por sus ansias de poder que desvirtúan cualquier ejercicio de control. Lo triste es que esas mismas preguntas son las que cualquier colombiano, el jubilado, el desempleado, la víctima del conflicto, el empresario, el estudiante, la mamá que quiere un futuro mejor para su hijo, se hacen. Preguntas que no se responden y que el viento se las lleva como cenizas.

Colombia ha sido capaz de aguantar más de dos años un proceso del que se conocen someramente algunas cosas. El Gobierno asegura que todo es claro y diáfano y que en el despacho presidencial tienen agarrado bien finito el mango de la sartén de la paz. Nadie cuestiona que Santos busque el control, ¡es el Presidente!, pero maluco sí es que las decisiones de él, como el viaje de “Timochenko” a La Habana, siembren un manto de dudas frente al eufemismo de que estamos ante el último chance para la paz.

Yo creo en la paz. Mal haría en no hacerlo. Pero queda en el ambiente la sensación de que la guerrilla se la sigue montando a los colombianos hasta en una negociación en pro de un país mejor. Basta simplemente con imaginar de nuevo ese hipotético abrazo de camaradas, perfecto para saborear las contradicciones de un gobierno que empieza a demostrar el desespero y a perder la credibilidad por falta de congruencia. Basta con imaginar ese abrazo….

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