El caradurismo épico y el gobiernode las psicopatías

"Si a alguno lo ofende mi estilo y mi forma de hablar le pido perdón", dijo la presidenta de la Nación en un raro acto de contrición cristiana, a la vuelta del tedeum y segundos antes de ponerse a bailar bajo los fuegos artificiales. La alusión al estilo y a la forma de comunicación de sus políticas tal vez no haya sido fruto del azar y, en todo caso, si lo fue, quizá se deba a los juegos reveladores del inconsciente. Para abordar este año de transición definitiva hacia el adiós, un analista lúcido a sueldo del Gobierno podría preguntarle con frialdad a Cristina Kirchner por qué cree que la presentación oficial de los hechos a menudo provoca tanta o más irritación que los hechos mismos. Un buen ejercicio podría ser estudiar objetivamente el sonado acuerdo con el Club de París.

Hagamos un repaso: el kirchnerismo de vacas gordas y tasas chinas dejó que esa deuda externa se inflara con punitorios sin cerrarla, luego decretó que Europa estaba en decadencia terminal y que era la encarnación abominable del neoliberalismo, más tarde que el mundo se nos había venido encima y que nosotros podíamos darle lecciones a cualquiera sobre sustentabilidad económica. Amparado en estas supersticiones de cabotaje y en la jactancia de ir por todo y vivir con lo nuestro, el país se deslizó por la pendiente de una crisis que tuvo cepo cambiario, altísima inflación y finalmente una alarmante pérdida de reservas que le provocó largas noches de insomnio al presidente del Banco Central. Para estabilizar el avión que iba directo hacia el océano, la jefa del Estado ordenó un giro dramático: arreglar con Repsol, amigarse con Europa, conversar con Washington, corregir los números con el FMI, pagar las cuentas en el Ciadi, retirar subsidios, producir tarifazos, licuar los salarios en las paritarias para que se ubiquen por debajo de la inflación y devaluar la moneda. Todo este sacrificio, aclaremos de una buena vez, no era para tener un vuelo majestuoso sobre las nubes brillantes. Era sólo un plan de emergencia para que el Boeing no se precipitara al mar. Los argentinos tendremos ahora un periplo con turbulencias: nos suspenderán la cena a bordo, viajaremos en zozobra permanente y a los bandazos, y llegaremos mareados, hambrientos y magullados a tierra firme después de una larga noche de suplicio. Está bien. Cristina iba directo a la pared de agua con el acelerador a fondo, pero levantó la nariz diez centímetros antes de estrellarnos. ¿Qué se podía esperar de ella después de semejante maniobra? Un discurso discreto y conciliador, un piadoso manto de silencio y una retirada honrosa. ¿Qué hizo en cambio? Disfrazó estas medidas conservadoras con packaging revolucionario, y se dedicó a desprenderse de los costos políticos y a cargárselos a la oposición, los empresarios, los gremialistas, los medios y los jubilados codiciosos.

El Club de París fue la penúltima estación para sacar a la Argentina del Veraz. Cristina mandó en solitario a su ministro idolatrado a arreglar de manera desventajosa esa deuda millonaria sin consultar jamás a las otras fuerzas políticas con representación parlamentaria o territorial. La consulta hubiera sido pertinente: será la próxima administración la que deba levantar este muerto. La oposición tenía, por lo tanto, derecho a opinar si convenía o no aceptar, como cualquier nación, una formal e inofensiva auditoría del Fondo: eso no habría tenido impacto en la política interna y nos hubiera permitido refinanciar notablemente mejor lo adeudado. No se hizo, no encajaba con el imaginario militante.

Pero vamos al meollo de la cuestión. ¿Cómo comunicó la Presidenta esta negociación con los "vampiros" de la deuda externa? Como si se tratara de una gesta antiimperialista. Y ordenó escrachar por Canal 7 y por el resto del Aparato Psicopático de Propaganda a quienes pronosticaban que el acuerdo no se firmaría; los ridiculizó y acusó de "agoreros de la derecha". Digamos de paso que este acuerdo imperfecto, pero necesario fue celebrado por Wall Street, la "oligarquía" del Primer Mundo, casi todos los partidos opositores, los economistas más ortodoxos y hasta por el mismísimo Domingo Felipe Cavallo, el ex amigo tierno de Néstor y Cristina. Pero no nos desviemos: quienes conjeturaban que no le pagarían al Club se basaban en el supuesto de que era una medida poco simpática para la progresía y que, por lo tanto, el kirchnerismo no se traicionaría a sí mismo. Pero el kirchnerismo se traicionó, y ahora resulta que esa defección pragmática es virtuosa y que los escépticos de antes son torpes y malignos por haber pensado que Cristina mantendría alguna coherencia ideológica.

Es difícil explicar un sentimiento. Busquemos una analogía prosaica para toda la comunicación cristinista. Un hombre es descubierto en su infidelidad. La mujer quiere que reconozca lo obvio y que le pida perdón. El infiel no reconoce nada. La esposa, exhausta y entristecida, pide íntimamente que, por lo menos, se haga el tonto. Pero el marido no sólo no mira para otro lado y se va silbando bajito: se revuelve hecho una furia, se manifiesta como un santo varón inmaculado y ofendido, y en el colmo de los colmos, poseído por ese histriónico personaje, acusa a su mujer de ser una prostituta. Esta escena surrealista produce duda e indignación. La duda gira en torno a si el infiel es cínico o simplemente se ha creído su propia mentira, y la indignación obedece a una intriga muy humana: ¿cómo tiene el tupé de cometer un pecado, disfrazarlo de una buena acción, agrandarse en su falsa virtud y encima agredirme por protestar?

Esta secuencia psicológica podría calificarse como hipocresía hostil, y también como caradurismo épico. Es un mecanismo que saca de quicio y que recuerda la complejidad del marido golpeador. El otro problema es que hay en la sociedad muchas mujeres simbólicamente golpeadas dispuestas a dudar de si en verdad no son culpables y, por lo tanto, a responder tibiamente ante esas agresiones insólitas.

El analista lúcido a sueldo del Gobierno podría hacerle entender a la Presidenta que ella habla por sus actos y discursos, pero también por sus pantallas y periodistas obedientes. Todo el mundo sabe que el Estado bullying responde a su sed diaria de venganza y escarmiento. El Aparato Psicopático de Propaganda, con sus bajadas de línea y sus montajes aviesos, no logró destruir a sus enemigos. Al contrario, las víctimas de esos ataques crecieron, se hicieron más fuertes, y tienen hoy más rating, circulación, votos o prestigio que antes. Con una agravante para el kirchnerismo: ahora están muy enojadas. A esto se agrega algo que resulta mucho más grave aún, y es que figuras fundamentales del espectáculo, verdaderos referentes populares, fueron víctimas de la intolerancia y el "gatillo fácil" del Aparato. Una orden de arriba disparó asesinatos mediáticos selectivos, y al final del ciclo éste es el resultado: esas estrellas que flotaban en la inofensiva ambigüedad del medio quedaron alineadas y pertrechadas en la trinchera de enfrente gracias al infantilismo y el ensañamiento de los psicópatas.

Un buen consejo profesional, para este último año, podría merodear entonces el estilo y la forma, y podría resumirse de este modo: si vendemos gato por liebre dejemos de publicitar que somos los mejores chefs de la cuadra y que los otros restaurantes son fraudulentos, y aflojemos un poco con la máquina de construir enemigos. Porque gracias a esa máquina resulta que ahora estamos rodeados, doctora. Completamente rodeados.

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