El cascabelito

Decía Noam Chomsky, en ese panfleto irresistible llamado La manufactura del consentimiento, que no son las clases medias ni tampoco las menos educadas las que caen con más facilidad ante las mentiras del poder. Basta ver la complejidad con la que se analizan las estrategias y las estadísticas de los asuntos deportivos (como el Mundial), para entender que si entre la gente común los temas políticos no son analizados del mismo modo es por falta de interés, no de sofisticación. Los que sí tienen interés, en cambio, son las clases más educadas y en particular los intelectuales, que son quienes interpretan los designios del establecimiento, ya sea para defenderlo o para oponérsele. Derivan su sustento y su credibilidad de las instituciones académicas, mediáticas, gubernamentales o no gubernamentales que los acogen, y entre sus sociedades de elogios mutuos el disenso se paga caro. Por eso, para Chomsky, los intelectuales son los bobos útiles del poder.

El siglo pasado fue prodigo en ejemplos, desde los pensadores americanos y europeos que constituyeron el principal apoyo de la dictadura de Stalin en la Unión Soviética, hasta sus émulos en América Latina, que hicieron lo mismo con las de Cuba y luego Venezuela. Hace muy poco, en Colombia, bastó con que se les desalineara uno de los suyos, el poeta William Ospina, para que desde la entraña de la intelectualidad nacional surgiera un grito adolorido que era en realidad autoadulación camuflada: ¿Si es tan talentoso e inteligente, ¡ay!, por qué no piensa igual que nosotros?

A esos mismos intelectuales el gobierno les enseñó el cascabelito iridiscente de “la paz con la guerrilla” e inmediatamente formaron línea marcial detrás de su singular tintineo. En Colombia, “la paz” es una palabra mágica que hace desaparecer todo juicio profundo en mentes usualmente incisivas, y que consigue que se suspenda todo análisis de las consecuencias de segundo orden de las políticas públicas.

¿Y si al firmar una amnistía con plena impunidad se abona el terreno para futuras frustraciones, que desembocarán en más violencia? ¡Silencio, compañeros!, que está sonando el cascabelito de la paz. ¿Y si en este acuerdo negociado con afanes electoreros terminamos regalándole demasiado a la guerrilla, haciendo concesiones de las que más tarde nos vamos a arrepentir? ¡Shhh, amigos!, escuchen el sonido diáfano que nos llama. ¿Y no será que al reelegir, con la excusa de la paz, al gobierno que ha librado la campaña más torcida y desigual que se recuerde, estamos apoyando una de las causas objetivas más importantes de la guerra, la corrupción? Tin-tin-tin-tin.

Espero que el domingo la gente vote por quien quiera, por la zeta o por la ese, pero que vote pensando en la salud, la educación, la infraestructura, la industria y la calidad del empleo. Que vote por menor corrupción, si alguien cree que eso sea posible. Que vote, sobre todo, por más y mejor justicia. Que se vote también, si se quiere, por el cascabel de la paz, pero que no sea ese el único ni el principal criterio de elección. Este país necesita con urgencia mucho más que la paz ilusoria e imperfecta de Santos; la dicotomía “guerra versus paz” es un falso dilema creado por este gobierno en el que no nos podemos dejar encerrar.

@tways / ca@thierryw.net

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