EL EMBRUJO DE LA PAZ Y LA OPOSICIÓN A RITMO DE GUARACHA

De pronto la reflexión política no se despierte con un buen filósofo, sino con el ritmo de una vieja guaracha, pues está de moda el realismo mágico. Algunos dirán que Gabo despotricaba de Colombia; pero no, también registró la tragedia soviética, según “De viaje por los países socialistas” de 1957, antes de Fidel.

Nos embrujó Gabo con la mitificación de nuestra tragicomedia nacional. Le faltó Petro, quien, como en las procesiones de Mompox, echa dos pasitos pa’ lante y uno pa´ tras. Y así, más bien invito al baile de alguna canción profética como pudiera ser “María Cristina me quiere gobernar” de Ñico Saquito. La original (“María Cristina me quiere gobernar / y yo le sigo, le sigo la corriente, / porque no quiero que diga la gente / que María Cristina me quiere gobernar”) se disfruta En ‘Maria Cristina me quiere gobernar’ – YouTube, en la que Cantinflas con bigote de Gabo la goza. En la picaresca de la canción, la dominatriz ordena al marido hacer esto y lo otro que resignadamente cumple hasta que la testosterona dice no, no y no. La gente se reía del drama de la víctima machista; lo que es menos sabido es que la génesis de la canción tiene que ver con la política de algunos versos populares en Cuba (aún colonia española), durante la guerra de independencia, referentes a María Cristina, Archiduquesa de Austria, madre y regente del rey de España aún niño, Alfonso XIII. “Es decir, los patriotas cantaban versos contra María Cristina, la Regenta, la que los quería gobernar,” como lo explica Guillermo Cabrera Infante en una conferencia sobre su poética narrativa.

Se me ocurre entonces para afrontar las pataletas de Humberto De la Calle & Co. al negar los intríngulis de la paz, y para que no nos declaren objetivo militar sus amigos, mamarle gallo al combo habanero con la guaracha “La Timochenka,” cantada por la guacherna política, a ver si nos dejamos de pendejadas. Iría así mi son subversivo.

“Timochenka me quiere gobernar / y yo le sigo, le sigo la corriente, / porque no quiero que diga la gente/ que yo soy enemigo de la paz. / Que méteme al congreso, / y la meto. / Que cámbiame la encuesta, / y se la cambio. / Que llévame a La Habana, / Y la llevo. Que dame la tierrita, / y se la doy. / Que trágate los sapos. / No, no que no, que no, que no, que no, que no/ Ay ¿Por qué?/ Porque Timochenka me quiere gobernar.”

Nuestra resistencia se inspira en Gabo y su viaje por la URSS, grande en espectáculos políticos, pero enredada y moribunda en la burocracia y solución de la cotidianidad; con clubes de expropiados que se reunían a contarse sus penas; medias de nylon adoradas en Checoeslovaquia, como el papel higiénico en Venezuela; prostitutas multilingües con empleos vedados en Europa, mientras las del burdel gringo de Batista pasaron a producir divisas ilegales toleradas. Tranquilo, el misterio moral del comunismo se revela: “En el Mausoleo de la Plaza Roja, Stalin duerme sin remordimientos.” El comentario final es: ¡Pobre gente! Una tímida admisión de culpa de la total decepción del sistema socialista avalada por los siguientes comentarios proféticos:

“Dentro de cincuenta, cien años, cuando uno de los dos sistemas haya prevalecido sobre el otro, las dos Berlines serán una sola ciudad. Una monstruosa feria comercial hecha con las muestras gratis de los dos sistemas”.

“Para nosotros era incomprensible que el pueblo de Alemania Oriental se hubiera tomado el poder, los medios de producción, el comercio, la banca, las comunicaciones, y sin embargo fuera un pueblo triste, el pueblo más triste que yo había visto jamás”.

Las condiciones de la vida social y económica eran tan patéticas, que una noche, en un club de baile, un camarero alemán que había estado en un campo de concentración, le confesó lo siguiente: “En el campo de concentración comía mal pero era más feliz que aquí”.

“Yo nunca había visto tanto patetismo concentrado en el acto más simple de la vida cotidiana, el desayuno. Un centenar de hombres y mujeres de rostros afligidos, desarrapados, comiendo en abundancia papas, carne y huevos fritos entre un sordo rumor humano y en un salón lleno de humo”.

La avenida Stalin, la extensión de la famosa Unter den Linden muestra las desigualdades socialistas, (al igual que el video “La vida secreta de Fidel Castro): “Ningún obrero en ninguna parte del mundo y por un precio irrisorio vive mejor que en la avenida Stalin. Pero contra los 11.000 privilegiados que allí viven, hay toda una masa amontonada en las buhardillas, que piensa —y lo dice francamente— que con lo que costaron las estatuas, los mármoles, el peluche y los espejos, habría alcanzado para reconstruir decorosamente la ciudad”.

“Así como los aparatos de radio no tienen sino un solo botón, los periódicos —que son de propiedad del Estado— tienen una sola onda: “Pravda”. “El sentido de la noticia es rudimentario: sólo se publican los acontecimientos extranjeros muy importantes y en todos casos orientados y comentados. No se venden revistas ni periódicos del exterior, salvo algunos de los partidos comunistas europeos”.

20 años después, RégisDebray, en la entrevista “Revolución se escribe sin mayúscula,” confirmaba su desilusión del discurso revolucionario al someterlo a la prueba de fuego de la cotidianidad que era lo que ya había descubierto Gabo 20 años atrás, pero que, en su síndrome socialista, no asimilaba a una ética de la verdad. De la misma forma, es políticamente incorrecto estar en contra de la paz, pero también lo es, el obligarnos a la indignidad de que nos crean pendejos al aceptarla a cualquier precio. Si respetamos que Gabo militara en el socialismo sin ser idiota, el mismo respeto se aplica al ser radical e históricamente honestos en el juicio de la supervivencia de Cuba y Venezuela, y la pretensión de imponer esa agonía con un dudoso proceso de paz.

En La Habana se obstinan en contra de encuestas y testimonios: están soñando. Si no sueñan, están mintiendo. Asumamos que no mienten. Entonces mitifican, como Gabo, con el artificio de Melquisedec de arrastrar por Macondo un gran imán llamado paz, ante el que deben pegarse todas las ideas y conveniencias imantadas con ese deseo, artilugio que no funciona con la verdad, la realidad.

Se explica así la brujería gitana de exorcizar la dura realidad con el ritual mágico de la convicción comprada o los enemigos imaginarios. El socialismo cree ser la ‘verdadera realidad’ al predicar el ‘Hombre Nuevo’ del discurso marxista; más bien son los modernos alquimistas que venden la ilusión de transformar el supuesto plomo del capitalismo en el oro de la utopía, mediante el cuento de la defensa de los valores de justicia e igualdad para el pueblo; y como deliran en esa ‘verdad,’ la acción que llevan adelante tiene que ser mágicamente eficaz. Pero la verdad es terca como la mula de Melquisedec: la gran soledad del régimen muestra finalmente el cobre, pues no encuentra al pueblo, sino solamente a los falsos alquimistas en su corte de abalorios.

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